[Jaime Martínez]

Tamayo y el orgullo nacional


Desde hace algunos años el escritor paceño tiene un día dedicado a él, el 28 de febrero, y esto es así en homenaje a Franz Tamayo, el más grande intelectual que esta tierra ha producido en el Siglo XX, pues él enorgullece no sólo a las letras paceñas sino a la literatura boliviana.

Poeta profundo, cuyos versos están impregnados de contenido filosófico y ritmo artístico y sonoro, poblado de metáforas creativas; ensayista y polemista de fuste, capaz de sacudir conciencias, y estremecerlas con la verdad que su prosa tiene dentro de sí; periodista observador del acontecimiento y orientador de la opinión pública, con editoriales y artículos en los que se critica el acontecer cotidiano, especialmente el hecho político, que afecta de una u otra manera a la sociedad entera, porque lo político toca temas de la vida personal de los ciudadanos. Temas como la libertad o la opresión; la vigencia de la Constitución, o el desprecio de ella con actitudes dictatoriales, que tan a menudo se han producido en nuestro país; la política económica de un gobierno, que repercute en los precios de consumo diario, y por lo tanto en el bolsillo y bienestar del hombre de la calle, etc.

Tamayo además ha tocado temas educativos y sociológicos, por ejemplo en la polémica que sostuvo con Felipe Segundo Guzmán y los liberales, acerca del tema educativo. De esta manera se produjo aquel libro señero que es “Creación de la pedagogía nacional”.

El verbo de Tamayo inculca la toma de consciencia de lo boliviano por los bolivianos, la obligación que tenemos de conocer nuestra realidad interna, la que se construye cada día tomando como fundamento la herencia cultural recibida, es decir, el hecho social llegado del ayer al hoy como problema, para darle la solución que la razón y la voluntad de las personas lo deciden; porque cultura es transformación permanente de los instrumentos materiales y espirituales que el hombre crea para servirse de ellos, para apoyarse en ellos en busca de su mejoramiento como persona, para vivir como ser humano que anhela ser cada vez mejor, y feliz, en la medida que nuestra realidad nos lo permite.

Por eso Tamayo plantea una educación que parta del conocimiento real de lo que somos, de nuestras virtudes y defectos, de nuestros anhelos colectivos, y de nuestras falencias para alcanzarlos. Quiere inculcar, primero, el orgullo personal y señoril, es decir la capacidad personal de autovalorarse, de conocerse y reconocerse como realmente somos, sin maquillajes psicológicos ni posturas demagogógicas, sin engaños ni medias tintas. Tener el señorío de la verdad y de la búsqueda del equilibrio; una vez alcanzado esto, que es la capacidad de ponderación, de saber poner lo bueno en un palotillo de la balanza y los defectos en el otro, para ver cuál pesa más, porque es casi imposible que un ser humano esté realmente equilibrado.

Después, como segundo paso, investigar la psicología regional del boliviano, porque una cosa es el altiplánico introvertido, y otra, el camba extrovertido, en el medio, el valluno de Cochabamba, diferente al de Tarija, etc. Estos seres son diferentes en matices, en peculiaridades y realidades ambientales, que han de influir en la metodología de la enseñanza.

Hay que comenzar reeducando a los mayores, especialmente a los políticos y gobernantes, para que aprendan el verdadero sentido del orgullo personal -sostiene Tamayo- para que tengan la serenidad y madurez de reconocer sus defectos y enmendarlos.

Finalmente, Tamayo plantea el orgullo nacional, el que se consigue al vencer el medio hostil, en el que nos ha tocado nacer, y ponerlo como aliado en lugar de que esté ahí como obstáculo. Para eso cada uno de los bolivianos tiene que vencerse a sí mismo; tiene que aprender a servir al prójimo, porque él es la patria que vive y late. Patria es el hombre concreto que vive con y en una determinada circunstancia social y física.

Estas ideas de Tamayo, que más parecen sueños, son todo un desafío para los bolivianos, para que nos pongamos a la altura de nuestro país, y las concretemos en acción eficaz. Porque, como dice el argentino Domingo F. Sarmiento, “Gobernar es educar”, y gobernarse y educarse a sí mismos es el permanente reto que la vida nos lanza, cada día.

El autor es miembro de número de la Academia Boliviana de la Lengua correspondiente de la Real Española.

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