Entre fábulas, historias y cuentos...

Monna y el príncipe de los mares



Monna era la joven más hermosa de las islas del Este. Un día que estaba sentada sobre unas rocas, el rey de los mares–uno de esos seres cuyo cuerpo termina en forma de cola de pescado–la vio y se enamoró de ella. Se acercó y agarrándola de un pie la arrastró hacia su palacio situado en el fondo del mar.

Como era malo, viejo y feo, Monna le tenía miedo y no quería casarse con él. Su hijo, en cambio, era joven, hermoso y bueno, y cuando se vieron los dos jóvenes se enamoraron el uno del otro. Al notarlo el rey se puso furioso y dijo al príncipe:

–Tienes edad de casarte. He elegido para ti la sirena más hermosa de mi Reino, y esta misma tarde quiero que se casen. Apúrate en vestirte para la fiesta.

Llamó después a Monna y la condujo a la cocina, diciéndole:

–Prepara la comida para la fiesta que tendrá lugar esta tarde, celebraremos el casamiento de mi hijo. Si todo no está listo dentro de una hora te cortaré la cabeza.

En la cocina había una cantidad de cacerolas vacías, y por más que buscó la joven no encontró nada que cocinar. Cuando el cortejo nupcial entró en la iglesia el joven príncipe exclamó;

–He olvidado mi anillo de compromiso. Tengo que ir a buscarlo.

Cuando llegó al palacio corrió a la cocina, donde encontró a Monna llorando.

–Permítame que la ayude–le dijo; –aquí se prepara la comida de esta manera.

Tocó las cacerolas con una varita mágica y éstas se llenaron de toda clase de manjares, salió luego el príncipe hacia la ceremonia nupcial. Poco después llegó el cortejo, y en el suntuoso comedor un magnífico festín aguardaba a los convidados

Cuando el rey vio esto montó en cólera:

–Alguien te ha ayudado–dijo a Monna, –pero esto no quedará así.

A medianoche el príncipe y su joven esposa se retiraron a sus departamentos.

–Quédate delante de la puerta con esta antorcha encendida–dijo el rey a Monna.–Cuando esté por la mitad te cortaré la cabeza.

Cuando la antorcha se hubo consumido hasta la mitad, el príncipe que había visto todo, pidió a su mujer que tuviera la antorcha mientras Monna encendía el fuego de la chimenea.

–¿Está ya por la mitad?–preguntó entonces el rey.

–Sí–contestó la mujer del príncipe. Entonces, de un sólo golpe, el rey le cortó la cabeza.

Al día siguiente el príncipe pidió a su padre permiso para casarse.

–Te has casado ayer,–respondió su padre.

–Sí, pero usted cortó la cabeza de mi esposa.

Cuando el viejo rey se dio cuenta de lo que había hecho, comprendió que era mejor dejar que Monna y su hijo se casaran. Después de casada la joven pareja vivió muchos años muy feliz; tuvieron dos hijitas, dos sirenitas preciosas, a quienes querían mucho.

Un día Monna preguntó a su marido si podía subir hasta la tierra a ver a sus padres a quienes extrañaba.

–Ciertamente–respondió el príncipe; –haré construir un puente mágico que llegue hasta las islas. Pero cuida de que nadie te bese. Yo te esperaré cuando entre el sol en la orilla del mar y te acompañaré hasta nuestra casa a tu vuelta.

Toda la gente de la isla creía que Monna se había ahogado en el mar. Su padre estaba tan contento de verla de nuevo que corrió y la besó, pero apenas la tocaron sus labios ella perdió el recuerdo de su marido, de las sirenitas y de su palacio del fondo del mar. No recordaba dónde había estado y permanecía muchas horas a la orilla del mar, contemplando tristemente las olas y tratando en vano de atraer a su memoria algo que no podía recordar. A veces cuando dormía en casa de sus padres, creía oír voces que la llamaban.

–Que ruido tan raro hace el viento esta noche, decía.

Una noche de verano, hacía calor, abrió la ventana y oyó que le decían en tono de lamento:

–¡AH, Monna, Monna! ¡Me habías prometido volver cuando se pusiera el sol! Monna, ¿has olvidado a tu marido, que tanto te quería? Tus hijas, las pequeñas sirenitas, te llaman sin cesar y lloran por ti. ¡Vuelve, Monna, vuelve!. . .

Monna escuchó y repentinamente recordó todo lo pasado. Saltó fuera de la cama, donde se encontraba entonces, abrió la puerta, se fue a un acantilado y se arrojó al mar, donde su marido la esperaba, la condujo a su palacio y volvieron a vivir muy felices. Monna no volvió nunca más a la tierra.

 
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