III
Para concluir esta apretada revisión del libro de Luis Antezana Ergueta, él señala: “la caída del gobierno de Santa Cruz por obra de la conjura de fuerzas coloniales no significó, sin embargo, el derrumbe del sistema sino sólo la salida del gobernante”. “La prosperidad continuó aunque empezó a deteriorarse al presentarse signos de oposición a la política monetarista de 1830”.”
Lo que sigue es una lección histórica importante: “mantenido el régimen crucista por siguientes gobiernos, el país continuó su régimen de progreso. Empero, dos problemas se presentaron a la vista: el primero, el interés de los gobiernos de emitir moneda feble por encima de los requerimientos del mercado para financiar los gastos crecientes del Estado, originando en esa forma su desprestigio y la necesidad de hacer correcciones y, segundo, la presencia de una oposición creciente de antiguos comerciantes y mineros de plata que insistían en aplicar la fórmula colonial del libre comercio de la plata y que el Estado no emita moneda y menos moneda feble”.
¿No es un cuadro conocido en nuestra realidad política económica de los últimos 60 años? El vaivén entre las políticas proteccionistas y estatistas y aquellas que propician el libre comercio, en un mundo en el cual nuestra competitividad es muy baja, frente a la necesidad de diversificar nuestra economía, porque seguimos siendo vulnerables por ser meros productores de minerales, ahora gas, esto es, productos primarios sin valor agregado, lo cual por supuesto, crea esa enorme vulnerabilidad frente a las subidas y bajadas de los precios de las materias primas, sujetas a los cambios de las economías desarrolladas.
A ese fugaz periodo de grandeza, iniciado por Santa Cruz, el periodo del presidente Linares (1857-1861), un presidente campeón del librecambismo, con una orientación feudal y neocolonial, el cual “se caracterizó por dar el primer gran viraje de la política económica aplicada hasta entonces”, con desastrosas consecuencias, la rebaja de los impuestos a las importaciones, provocaron la caída de todo tipo de producción boliviana: agrícola, caso azúcar, o artesanal, las cuales desaparecieron absolutamente.
Antezana prosigue con la revisión sobre los gobiernos de Melgarejo (1864-71), con la apropiación de las tierras de los indígenas, retrocediendo a “condiciones peores que antes del descubrimiento de América”. Le siguen Daza-Morales (1871-72), cuyo resultado habría sido el de la “parálisis de la economía en todo el país, originando desempleo, pobreza, escasez y hambre”.
El periodo 1800-1899, con una sucesión rápida de 7 presidentes, todos afectos al libre cambio, sin medidas para la protección de la producción nacional. En este periodo se sucede la invasión chilena a Bolivia, en la cual según titula el capítulo XIII de esta reseña histórica se vive: “escasez, hambre, hambruna y ¡Chile invade a Bolivia”.
El libro termina con una brevísima mirada a la Guerra del Chaco y la revolución de 1952, período sobre el cual nuestro historiador tiene varios libros escritos, y que según él ese periodo de grandes cambios fue derrotado nuevamente por las fuerzas tradicionales en noviembre 1964.
Este análisis histórico si bien presenta un enfoque crítico y novedoso, me deja con una sensación de insuficiencia que no responde al título, porque Túpac Katari sólo aparece en una línea del texto y Evo es simplemente el título en la cubierta, sin ningún análisis específico. Tendremos que esperar el próximo libro del autor, para ver sus reflexiones sobre este último periodo de la vida nacional.
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