La muerte del pajaro

Gastón Pujol

El pájaro está enfermo. El pájaro se muere. . .

Se ha posado en una rama de almendro. Junto a él, hay una flor blanca como el alma de la pequeña ave.

El pájaro hace esfuerzos para no caerse, para no morir.

Y dice a la flor, su vecina:

–¡Qué feliz eres, ¡oh, flor!, que ahora empiezas a vivir!

Y la flor le contesta:

–No creas en mi felicidad; puesto que mi vida es efímera. No sirvo más que para anunciar la primavera, y luego mo-rir. . . Veo que estás tambaleándote, pájaro amigo. Apóyate en mis pétalos.

Pero el pájaro le replica:

–Eres tan delicada, que, al apoyar mi cuerpo en el tuyo, nos caeríamos los dos, y también tu morirías.

–¿Qué me importa – dice, a su vez, la flor – morir unos cuantos momentos antes, si puedo aliviar tu sufrimiento. . .?

Pero el pajarito ya no oye estas palabras; y cae en tierra, arrastrando involuntariamente a la flor.

Su cuerpecito queda tendido de cara al cielo, con las patas rígidas, y cubierto por algunos pétalos de flor de almendro.

Parece como que una mano piadosa haya depositado flores sobre su humilde plumaje, como para rendirle el último tributo. . .

Así murió un pájaro, en un suave día de primavera.

 
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