Chantajes, bloqueos y exigencias sectoriales


 

Las exigencias sectoriales tienden a aumentar en todo el país; pero especialmente La Paz, sede del Gobierno, se ha convertido en los últimos años en una especie de “campo general de protestas y exigencias” porque abundan las marchas, las manifestaciones, las protestas, las exigencias y las amenazas de más conflictos y huelgas “hasta las últimas consecuencias” (que nunca llegan y que, de llegar alguna, sería la última que dejaría experiencias muy amargas y dolorosas).

Lo más grave de este tipo de protestas sectoriales, donde los sindicatos juegan papeles importantes, los vecindarios y las agrupaciones de toda laya que representan a todos los sectores de la economía formal e informal, actúan siempre belicosos, dispuestos a “jugárselas en contra de los policías” y, con sus exigencias, “doblar el codo de las autoridades” hasta conseguir la satisfacción de todo lo que piden; son sectores que no consideran nada ni a nadie, piden hasta lo imposible y creen que el Gobierno, por ser tal, puede y debe atender toda exigencia.

Se chantajea, se bloquea aun sabiendo que esta extrema acción es terrorismo en cualquier parte del mundo porque atenta contra los derechos del país y sus colectividades de personas; hacen gala de insultos, profusión de letreros, ensucian avenidas, plazas y calles, obstaculizan el libre tránsito de personas y el tráfico de vehículos; en otras palabras, no consideran que el pueblo resulta el más perjudicado, el que “paga las consecuencias” de todo lo malo que ocurre en el país.

Están muy lejos de considerar que la falibilidad humana tiene fallas y que muchas obras no se las concluye o no se las realiza simplemente porque no hay condiciones para concretarlas; en fin, hay tal obcecación en quienes “conducen o manejan” estos movimientos huelguísticos y de protesta, que nada los detiene. Por supuesto, hay incitadores profesionales que se venden a quien sea con tal de cumplir “la misión de obstruir, chantajear, amenazar, obligar y rendir a todos”, incluido el pueblo.

Todas estas experiencias, amargas para las autoridades y para la comunidad, deberían ser motivo para que haya previsión, y ante simples vestigios de posibles conflictos, recurrir al diálogo y convenir con los representantes de sectores los posibles remedios y no esperar que el conflicto se concrete y adquiera visos de gravedad. Hay mucho que las autoridades podrían alcanzar, tan sólo con previsión y sentido práctico y no esperar con la consigna, mala consigna, del “dejar hacer y dejar pasar” para luego, muy luego, espectar el surgimiento de nuevos problemas.

Será bueno, por otra parte, no aferrarse a remiendos o soluciones parciales, ocasionales, sino encarar los hechos con realismo, conciencia de futuro y vocación de servicio; lo demás es sembrar semillas para la repetición de hechos que todos lamentamos y cuyas consecuencias se sufre con grave detrimento para todo el país.

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