Sinfonía de sirenas o revolución en el arte

María Dunáeva (RIA NOVOSTI, Rusia.)

Sirenas de fábricas y navíos, silbidos de trenes, rugidos de los motores de aeronaves, pitidos de automóviles, campanadas y disparos de cañones y metralletas se fusionan en una sinfonía, mezcla de la Internacional, la Marsellesa, la revolucionaria Varsoviana y, sorprendentemente, de la marcha fúnebre.

Los sonidos invaden la Ciudad. De pronto, interviene una orquesta de viento, luego, un coro. El público también se pone a cantar. El autor de la composición dirige el espectáculo desde un tejado levantando banderines de diferentes colores…

Escena fantasmagórica, imposible, de película. Sin embargo, completamente real.

La Sinfonía de Sirenas de Arseni Avraamov se escenificó dos veces, en 1922 en Bakú y en 1923 en Moscú, siempre el 7 de noviembre, en el aniversario de la revolución de octubre.

La insólita amalgama de sonidos, raramente asociados con la música, es emblemática para el nuevo arte de la época que renunció al ámbito académico e intentó acercarse al pueblo y expresar sus preocupaciones cotidianas. Y, claro está, fomentar su entusiasmo por el alba comunista e instigar el odio contra los enemigos de clase: la marcha fúnebre que intercala entre los himnos revolucionarios hace recordar a los soldados del Ejército Rojo caídos en la Guerra Civil.

El arte revolucionario continuamente creaba formas nuevas. Se volvían obsoletas en poco tiempo y las suplantaban nuevas, otras y otras más nuevas aún. Este arte no estaba pensado para quedar, vivía el momento y despreciaba la eternidad. Su potencia innovadora importaba mucho más que el valor artístico. Nadie se preocupaba por grabar su música o conservar sus monumentos, hechos a menudo de yeso que se derretían bajo las lluvias.

Quizás la literatura, impresa y por tanto me-nos perecedera, nos pueda ayudar a comprender cómo eran las creaciones de aquella época. Las vehementes poesías de Mayakovski están llenas de neologismos al igual que la lengua de entonces, que se vio forzada a transformarse para adaptarse a las nuevas realidades.

Mayakovski conocía al autor de la Sinfonía de Sirenas (¿acaso algo pueda representar mejor el triunfo y el ímpetu revolucionario de la clase obrera que el sonido de la sirena de una fábrica?), Arseni Avraamov. El músico nació en 1886 en una familia de cosacos del Don bajo el apellido de Krasnokutski, pero siempre recurrió a seudónimos artísticos. Además de Avraamov, también se presentó como ARS o RevArsAvr (acrónimo de Revolucionario Arseni Avraamov). La decisión de ocultar su apellido no fue, probablemente, tan solo un capricho del artista. Su padre fue general del Ejército zarista y el músico prefería no hacer pública esa información.

Además de compositor, Avraamov fue inven-tor de instrumentos musicales y creador de un nuevo sistema tonal de 48 notas. Su mayor sueño, jamás realizado, era crear un laboratorio poético que permitiera sintetizar las voces de personajes famosos, ante todo de Lenin, para crear versiones auditivas de sus obras. En 1944 escribió una carta a Stalin criticando duramente el himno soviético. El músico proponía componer otro y grabarlo utilizando la voz sintetizada de Mayakovski.

Pero sus ideas ya no correspondían a las tendencias en boga.

Los años 20 del pasado siglo marcaron el fin de la utopía revolucionaria a las puertas del Estado totalitario de Stalin. Hacia 1935 los experimentos artísticos casi desaparecieron y a partir de los años 60 las representaciones de la sinfonía de Avraamov en Bakú y Moscú deja-ron de mencionarse en la URSS.

En los últimos años la situación está cam-biando. Hace unos años la discográfica británica ReR Megacorp incluyó la Sinfonía de Sire-nas en un disco y en 2009 en san Petersburgo el compositor Serguéi Jismatov presentó su ver-sión, que además de sirenas incluye sierras eléctricas, martillos neumáticos y hormigoneras.

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