[Alberto Zuazo]

Punto aparte

A un año de la visita papal


Hace un año, como en estos días, visitó Bolivia el Papa Francisco. Nos dejó dos recomendaciones esenciales. Cada quien de los compatriotas deberá hacer un balance sobre si acogió de buen grado las mismas y en qué medida las cumplió.

De entonces a la fecha, Francisco se ha constituido en la voz más apoyada y admirada en todos los rincones del planeta, sin que todos fueran católicos o cristianos. Pues, a nadie puede dejar de impactar la sabiduría del pontífice, está en todas y siempre acierta en su enfoque y los juicios que emite, como auténtico exponente en la tierra de la palabra divina.

Desde los temas de mayor preocupación internacional hasta los más íntimos de los seres humanos, sin hacer diferencia alguna, a nadie segrega. Por el contrario, su verbo siempre es amplio y unificador, de ahí que todos se sienten tocados por lo que dice, porque es accesible y siempre oportuna.

Los consejos que nos dejó el Papa Francisco se refirieron al cuidado que debemos prestar a la casa común, que es la vivienda, la vecindad de la casa o el edificio, la plaza, la ciudad y la totalidad del territorio nacional.

La otra quizás sea más trascendental aún, porque concierne a la conciencia y al comportamiento de cada uno de nosotros. El mandamiento bíblico sobre el amor al prójimo, puede que para algunos o muchos tenga exigencias que no se hallan dispuestos a cumplir.

Sin duda, la mayoría lo estuvo haciendo, quizás con pausas, pero siempre con el ánimo de ser amistoso, solidario y mejor aún si es amoroso. Esto último, al menos, tiene que ponerse de manifiesto en el ámbito de la familia.

El Papa nos instó a preocuparnos por la casa común, de la que dijo que es como una hermana, con la que compartimos la existencia y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos. Al respecto, sus palabras fueron “Alabado sea, mi Señor, por la hermana, nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba”.

Con expresiones de tanta calidad humana, lo que nos sugirió Francisco es que protejamos el medio ambiente antes de que se deteriore más. Acerca de ello, escribió con mayor hondura en su encíclica “Laudato Si”.

Resulta adecuado reproducir sus conceptos centrales: “Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla”.

Enseguida añade: “La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que ‘gime y sufre dolores de parto’. Olvidamos que nosotros mismos somos tierra. Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da aliento y su agua nos vivifica y restaura”.

En cuanto al mandamiento del amor al prójimo, más allá de la palabra de Francisco, es pertinente remitirse a la Biblia, cuando recurre a una parábola que el propio Jesús la expuso. Este es el ejemplo que registra la Biblia: “Bajaba un hombre… es la historia de cada hombre y cada mujer que camina por la vida y puede caer víctima de violencia o de cualquier otra situación difícil”.

En una eventualidad en que yace un hombre en el suelo víctima de una violencia, cuando pasan por el lugar “un sacerdote y un custodio de la ley, ambos, siendo personas religiosas, ignoran al pobre herido: lo ven, pero dan un rodeo”. En cambio, cuando transita por el sitio un samaritano “es el que actúa de manera más humana y más evangélica, porque encarna el estilo de Dios: ve, mira con interés, se conmueve, experimenta la compasión, se acerca y cura las heridas”.

A propósito, es oportuno reflexionar sobre la indiferencia que sienten determinadas personas, sea por egolatría patológica o por carencias afectivas y sentimentales.

Estos comportamientos que, ni duda cabe, se reproducen sólo en aquellas personas que se exceden en el consumo de bebidas alcohólicas o tienen tendencias genéticas dadas a la violencia, son las que están cometiendo asesinatos de mujeres (feminicidios, para usar un eufemismo) o simplemente por mal carácter amargan la vida familiar.

No dan buen trato a la esposa y casi ni se comunican con los hijos, menos se preocupan por guiarlos y compartir con ellos sus inquietudes y preocupaciones; más todavía, inducirles a distraerse con la familia.

La falta de responsabilidad social, pues ésta es la magnitud de esas conductas, está dando lugar a que emerja una juventud violenta, desconsiderada e inclusive atentatoria a la buena vecindad, al integrar pandillas de renegados y disconformes consigo mismos. Propensas a destrozar sus vidas y hasta caer en el delito.

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