[Álvaro Riveros]

Clepsidra

Se le acaba la gasolina al dictador


Desde tiempos remotos se conoce que los dictadores, cuando sus regímenes han comenzado a mostrar fisuras y evidentes signos de decadencia, con la finalidad de lograr la unidad de sus pueblos, echan mano a una de las estrategias políticas más trilladas, que consiste en despertar y enfervorizar su nacionalismo mediante la provocación de conflictos bélicos o causas reivindicatorias con los países vecinos que en el pasado fueron la causa de cruentos enfrentamientos.

Ese fue el caso de la dictadura militar argentina, que para prorrogarse en el poder, desató la guerra de Las Malvinas cuando su impopularidad e impotencia presentaban signos cada vez más alarmantes. Del mismo modo en el Perú, Alberto Fujimori provocó en 1995 un conflicto armado con el Ecuador, al hacer patentes sus intenciones de perpetuarse en el poder. Pese a que esta gresca fue de corta duración y desembocó en un acuerdo de paz en Brasilia, sirvió para acrecentar la popularidad del quedadizo y el apoyo a su tercera reelección. Por su parte, Hugo Chávez Frías no quiso quedarse atrás en este tipo de maniobras y azuzó un conflicto armado con Guyana por la zona del Esequibo, con el objeto de neutralizar el creciente descontento que reinaba en su contra, en su afán de perpetuarse en el gobierno.

Lo anteriormente expuesto nos conduce a recapacitar sobre los alcances de lo acontecido en nuestra frontera con Chile, que nada tiene que ver con nuestra reivindicación marítima, sino con el extraño apresamiento de dos militares y ocho aduaneros que, según nuestro gobierno, cumplían labores de lucha contra el contrabando, empero, las declaraciones oficiales de Chile desdicen esa versión, indicando que dichos militares y funcionarios fueron detenidos por robo y por estar coludidos con los contrabandistas. Para fines políticos, ambas versiones resultan muy convenientes para uno y otro gobierno.

En otro ámbito, curiosamente hoy, ante la desastrosa precariedad del régimen de Maduro, ha vuelto a surgir la consabida tensión en la frontera colombo-venezolana, con el despliegue de tropas militares y las manidas llamadas al nacionalismo del pueblo. Por supuesto dicha convocatoria cae en saco roto, pues ese pueblo sufre de hambre y miseria y lo peor que puede pasarle es alistarse para librar una guerra.

La amenaza de un conflicto armado continúa latente y serán los mandos militares venezolanos los que tengan la última palabra. Alguna oficialidad y la tropa están altamente politizadas a favor del gobierno, debido a compromisos con el narcotráfico, y a su estrecha dependencia de Cuba que, desde el gobierno de Chávez, mantiene una suerte de comisarios políticos que visitan sorpresiva y periódicamente las guarniciones, ungidos de una autoridad mayor que la de los propios comandantes, los que a su vez son conscientes de no haber escuchado el silbido de una bala desde hace mucho tiempo, cosa que no sucede con el ejército colombiano que, desde hace más de 60 años, combate a diario, y por lo mismo no desearía correr la misma suerte que los militares argentinos en las Malvinas, especialmente cuando a su comandante en jefe y dictador se le está acabando la gasolina.

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