[Jorge V. Ordenes-Lavadenz]

Cuando el nacionalismo embiste


Al concluir la reciente reunión del G-20 en Hamburgo, el presidente francés, Emmanuel Macron, dijo que el mundo estaba más dividido que nunca. Se refería por un lado al nacionalismo “popular” o “populismo” que mayormente cuestiona y hasta rechaza la cooperación internacional y, por otro, a los que creen en la continuación de esa cooperación que ha costado forjar desde 1945 y cuyos frutos deberían ser claros, pero que no lo son para los populistas hoy triunfalistas en países importantes como EEUU.

Acaparador del término “populismo”, el nacionalismo cree que ha llegado su época de poder, aunque internacionalmente busca conocidos, porque amigos no tiene, que compartan un podio de aislamiento en nombre de una antiglobalización comercial, un rechazo del calentamiento climático, un menoscabo de la OTAN, y un rechazo de la realidad de millones de refugiados que buscan amparo. Prédica que la mayoría de los países del mundo no comparte. Más bien el ciudadano común de estos países se muestra incrédulo de que en 2017 haya tanta gente inmisericorde y tan poco leída, sobre todo de lo acontecido en el mundo en los últimos 72 años. El tal “populismo” es toda una enseñanza de lo que, paradójicamente, él mismo no sabe.

La cooperación internacional es perjudicial para los nacionalistas que por desgracia han sido electos en países de talla como EEUU, y de menos talla como el Reino Unido, Polonia y Hungría. Menos mal que Holanda, Austria y Francia lo han rechazado electoralmente. Rusia, una dictadura oligárquica, baila con la que más le sonríe, en este caso la presidencia de EEUU, que hoy es tropel, porque la prensa, buena parte del poder judicial, mucho político y público estadounidense bregan y hasta pugnan por encontrar respuestas a lo que acontece. Incluso han nombrado un juez especial para investigar el muy posible nexo entre Rusia y la reciente elección presidencial de EEUU. Putin insiste que Rusia no se ha inmiscuido en esa elección, pero las evidencias que surgen muestran lo contrario. Y continúan surgiendo para rubor y desprestigio del ruso.

Por supuesto que el presidente Trump pierde sueño en torno a lo que pueda descubrir y dar a conocer el juez especial, sobre todo ahora que hay mucho más “trapo sucio al sol” que hace un mes. Y esos ¨trapos” emergen cada día cuando el tropel Trumpista decía e insistía que no existían. El senado y la cámara de representantes también investigan una situación repleta de dichos y contradichos que surgen diariamente incluso por el afamado twiter que el presidente Trump utiliza a ultranza, incluso con faltas de ortografía y otras manifestaciones muy de él, por demás de increíbles por lo simplonas y comprometedoras, que incluso sus más cercanos colaboradores le han sugerido que deje de escribirlos.

La reciente reunión de Hamburgo del G20 ha reflejado la polarización de lo que refiero, luego de los programados aplausos a Trump en Varsovia y las manifestaciones en Alemania. Esta reunión del G-20 ha sido la primera en país de libre expresión, ya que la de 2015 fue en Turquía y la de 2016 en China, ambos prohíben las manifestaciones de protesta. No fue así en Hamburgo, donde las enormes manifestaciones sobre todo (pero no solamente) contra el “populismo” de países históricamente importantes que hoy se oponen sobre todo al comercio y cooperación internacionales, lo que resulta no solamente increíble sino erróneo y por lo tanto deleznable.

Si hubo gente que por medios electorales llevó a sitiales de mando a individuos cuya forma errónea y descartable de ver las cosas debe ser rechazada en las urnas, “la gente leída” debe despabilarse y acudir a votar en mayor número de modo que la ignorancia y su insaciable angurria de conflicto y dividendo espurrio cedan el poder, sobre todo en EEUU, donde la tradición de contrapeso y balanceo de los poderes del estado ha sido históricamente efectiva, pese a todo. El reto hoy es sin precedente.

El autor es miembro de número de la Academia Boliviana de la Lengua.

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