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[Raúl Pino-Ichazo]

Interrogatorio intensivo sin violencia


A todos los humanos, cuando se debe confesar como prueba, les costara decir la verdad por razones de pudor, conciencia, vergüenza, temor, etc. Y muchas veces los jueves y fiscales deben procurar, ante todo, estimular a los imputados o testigos a la sinceridad, a despecho de las circunstancias. Los jueces y fiscales deben introducir su influencia personal y su predominio posicional jerárquico para dificultar que los imputados o testigos mantengan su relato evidentemente inexacto o falso; sometiéndolo todo en tiempo necesario para una minuciosa constatación de los hechos. Para ello se requiere, como condición sine aequanon, la buena formación jurídica, concomitante con la experiencia.

Para ilustrar, en un Tribunal de Múnich el escritor Maximiliano Harden promovió una querella contra el redactor Antón Saedele. El punto a probar era si el príncipe Philip zu Eulenburg había cometido adulterio. Uno de sus cómplices era el fotógrafo Jacob Ernst, quien fue interrogado como testigo en el plenario. Era previsible que a Ernst, si la imputación era cierta, le costaría mucho admitirlo, porque la confesión resultaría engorrosa para él y su distinguido cómplice, además de causar revuelo en la opinión pública.

El presidente del Tribunal tenía una tarea espinosa. Preguntó detenidamente sobre lo sucedido en la decena de años que Ernst había conocido al príncipe. Éste negó que le constara que el príncipe era infiel a su esposa. Infructuosos fueron los intentos del presidente para que el testigo reviera esta última declaración.

La fase decisiva del interrogatorio, en la cual Ernst, apartándose de su relato primigenio, terminó confirmando la imputación, se desarrolló así:

El presidente: señor Ernst, usted es un hombre juicioso y conocedor de sus deberes. Nada debe callar en esta causa, pues las consecuencias serán graves para Ud. ¿Quiere añadir algo?

El testigo: nada tengo que añadir. Todo lo he dicho.

El defensor consejero Bernstein: si Ud. está mintiendo, tarde o temprano se sabrá la verdad, y entonces tendría que enviarlo a presidio.

El presidente: señor Ernst, el consejero defensor mencionó la palabra presidio, no lo tome a mal, no es una amenaza. Solo quiso decir que por su parte no dejaría de cumplir este deber penoso; aquí se imparte justicia para todos y cada cual debe cumplir con su deber. Comprendo que, si la verdad fuera lo que piensan algunos presentes, no le sería a Ud. fácil decirla. Ud. ya nos ha costado mucha paciencia y energía, reflexione, está ahora muy excitado. No debe decirse que lo sometimos a apremios, es algo que suele ocurrir. Cálmese. Si Ud. actúa como un hombre honrado nada podrá pasarle. ¿Quiere Ud. una pausa?

El testigo: no necesito una pausa.

El presidente: debo entonces dar por terminada su declaración. Por última vez le exhorto a decir la verdad. Si verdaderamente no tiene más que decir, nuestras repetidas amonestaciones han sido injustas, errar es humano. Solo hay uno que es omnisciente, Él ve hasta lo más recóndito de su corazón, piense en ello.

Si Ud. fue inducido por un señor de alcurnia a callar su infidelidad, nadie podrá reprocharlo. Una confesión franca solo le añadirá a Ud. dignidad. Pero si Ud. juraría en falso, aunque fuera por pudor o por loable deseo de no dañar a otro, a quien Ud. está obligado, entonces, Ud. será por todo el resto de su vida un hombre desdichado, sin paz, que temblaría ante cualquier azar. Porque cualquier azar podría exponerlo a una pena severa; aún está Ud. a tiempo, conteste con toda calma lo que le ordene su conciencia moral. Le pregunto por última vez: ¿Ocurrió alguna vez delante suyo un acto de infidelidad del príncipe?

El testigo: Ahora… nunca… no puedo decirlo.

El presidente: Hable Ud., señor Ernst.

El testigo: no sé nada.

El presidente: Demasiado tarde, señor Ernst, ya no puede salvar Ud. a nadie. La piedra está rodando. Cuídese que no sepulte su felicidad.

El testigo: Ya que tengo que decirlo, fue así como dice la gente. No sé cómo sucedió. Él me involucro en su infidelidad como testigo, varias veces.

Con el lector resumimos que el juez logró, en condiciones muy desfavorables, en una sala repleta de sensación, establecer entre él y el testigo informante una relación directa que en tales casos es la única que conduce al éxito.

Esta clase de interrogatorios, intensos e inteligentes, aun en ilícitos difíciles de probar, como el adulterio, debería ser el objetivo en nuestra justicia nacional.

 
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