He vivido los suficientes años como para decir que nunca había visto, como hoy, una Bolivia tan caótica. Podrán decir que todo se debe a la crítica respecto del régimen actual, pero no, esto se ha convertido en una especie de nación-hormiguero, donde el ojo humano solo ve marchas, contramarchas, amontonamientos en sendas y caminos, agujeros negros por donde unos salen y otros entran simultáneamente, atropellándose en un completo caos. Si uno tiene la paciencia de mirar un hormiguero, llega a la conclusión de que solamente faltan los estruendos de las dinamitas y los cohetes, el ulular de las sirenas, y las palabrotas de la plebe enardecida, para reconocer nuestro vivir cotidiano.
Dicen los que saben de estas cosas, que las hormigas no son como los bolivianos de hoy, porque su apresuramiento, atropello y desorden, se debe a que están con el tiempo justo para ir de un lugar a otro a cumplir con una misión de su comunidad. No se amontonan ni se empujan porque les gusta sino porque ese es su régimen de vida social. Entre las hormigas, cada individuo cumple con el papel que se le ha asignado. Quiere decir que hasta las hormigas están mejor organizadas que los bolivianos y comparar a unas con otros sería denigrante para las primeras.
La nación-hormiguero surgió en el Chapare, hace un cuarto de siglo, cuando sucesivos gobiernos se empeñaban en acabar con las plantaciones ilegales de coca, que todos sabíamos estaban (y están) totalmente destinadas a la producción de cocaína. La lucha contra el vil narcotráfico cocalero -justificadamente endurecida durante el gobierno del general Hugo Banzer- produjo los primeros bloqueos carreteros que afectaron el comercio nacional y principalmente a las exportaciones cruceñas. Era algo localizado en el Chapare.
De esos atrincheramientos surgió S.E. como líder sindical, lejos todavía de pensar en ser ni siquiera parlamentario. Pero el hormigueo cundió exitosamente y eso lo benefició. Si vemos a Bolivia desde hace años, todos los bloqueos, marchas, paros movilizados, son “exitosos”. Y efectivamente son exitosos porque cumplen con su propósito, que es doblegar al gobierno, hincarlo, extorsionarlo, acobardarlo. Es una táctica perversa, pero que se ha extendido por todo el país como una peste.
Bolivia ya era una nación donde las colas se formaban para todo y las trancas en los caminos no hacían sino obstruir el tráfico y cobrar indebidamente. Pero no había llegado todavía a ser una nación-hormiguero. Eso se produce a comienzos del 2000. Fue la bienvenida que los bolivianos le dimos al nuevo milenio: el desorden institucionalizado.
En nombre de la democracia y de los derechos humanos, en todas partes aparecían, de un momento a otro, los bloqueos, los hormigueros. Ya no se bloqueaba o se producían los inauditos paros movilizados por una demanda salarial, por un conflicto que afectara a un departamento, sino por el cambio de un alcalde de pueblo, por una chichería clausurada, por cualquier nadería.
Y ahora vemos los grandes hormigueros en pleno centro de Santa Cruz, que provocan destrozos incalificables. Querer que las calles sean transitables y vuelvan a ser dominio de quienes pagan sus impuestos es imposible. Nos han robado hasta el espíritu. Desde el aseo hasta la tranquilidad. Y la nación-hormiguero persiste en dar batalla, en quedarse entre montoneras grises, malolientes, con gritos y petardos, haciendo imposible la vida a la gente.
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