Temor, ansiedad y rebeldía
• Algunos menores, a menudo enfrentan, en la escuela, el estigma de maestros y compañeros, lo que los lleva a “sentimientos de soledad y aislamiento”, afirman los expertos
Especialistas sostienen que las secuelas psicológicas y sociales para los menores que viven dentro de una cárcel son de consideración y de alto impacto. Pero no son pocas las consecuencias al ser separados de sus padres para entregarlos a familiares o internarlos en hogares de acogida.
Los menores “normalizan” la violencia, física y psicológica que reina entre los adultos privados de libertad. Pero también existe afectación en los infantes que se quedan desprotegidos fuera de las murallas de los centros penitenciarios.
ALTERNATIVA EXCEPCIONAL
El Código Niño Niña Adolescente (CNNA) en su artículo 106 menciona que el menor deberá quedarse con el padre o madre que quede en libertad. Y en caso de que ambos se encuentran recluidos, se entregará al menor a la familia ampliada o sustituta, mientras dure la condena.
La misma norma permite “en forma excepcional”, que los menores de seis años permanezcan con sus madres, pero es clara al indicar que “en ningún caso en los establecimientos penitenciarios para hombres”. En espacios aledaños a los centros penitenciarios para mujeres se deberán habilitar lugares de desarrollo infantil o guarderías.
El año 2013 un hecho estremecedor desató la alerta nacional e internacional, cuando se conoció que dos niñas fueron violadas durante años por su tío, padre y padrino recluidos en el penal de San Pedro; tras los vejámenes una de ellas resultó embarazada.
De acuerdo a Régimen Penitenciario, hasta febrero, cuando ocurrió otro hecho de vejación a una menor de ocho años en el penal de Palmasola, 615 menores de edad aún convivían con sus padres y/o madres en las distintas cárceles del país. Pero las cifras no oficiales indican a que más de 1.000 menores están en cárceles.
CONSECUENCIAS PSICOLÓGICAS
Hay madres y padres que relatan en entrevistas a medios de comunicación que sus hijos viven en la cárcel pensando que esa es su casa. Pero hay otros niños que sienten temor, ansiedad; muchos dejan de hablar, lloran pidiendo retornar a sus hogares o se vuelven muy rebeldes.
Para la psicóloga clínica en Terapia Familiar Sistémica, Silvana Salazar, las secuelas para un menor que vive al interior de un recinto penitenciario, si bien dependen de cada caso y el contexto familiar, en su mayoría son de consideración. Hace referencia a un “sufrimiento psicológico”.
Los menores experimentan un “deterioro mental, apatía, trastornos psiquiátricos, como ataques de pánico, depresión, paranoia y experimentan sensación de impotencia, (además de) mayor dependencia e introversión, pudiendo (esto) perjudicar en su capacidad de decisión”, afirmó. Todo ello como consecuencia de que deben soportar personalidades variadas y muchos de estos menores “forman su personalidad en base a lo que aprenden de otros”.
TESTIMONIO
Sergio (nombre ficticio) estuvo recluido un año en San Pedro, ahí pudo conocer a los hijos de David (34), recluido por la Ley antidroga 1008, además conocido por haber sido a lo largo de mucho años miembro de las llamadas “maras” o pandillas.
David fue encontrado en posesión de narcóticos y la Justicia determinó su detención por ocho años, de los que hasta 2015 había cumplido cinco. En San Pedro se dedicaba a ser dealer (vendedor de droga) para la comunidad de presos consumidores.
Sus dos hijos, Leo (13) y Pablo (14), cuando ingresaron a la cárcel tenían 8 y 9 años, respectivamente, vivían junto a su padre en un cuarto (celda) pequeño.
“Los niños en la cárcel no es que viven en un departamento, con suerte tienen un cuarto, en el que tienen que entrar todos. Ellos conviven con todo eso, no se los puede separar de la realidad, es difícil”, indicó Sergio.
Comenta que los niños vivían como en un estado de hiperactividad, diferente a otros niños que viven fuera de la cárcel. Y por su comportamiento, lenguaje y formas de relacionamiento, recuerda que “era como ver al próximo pandillero en chiquito”. Reclamó que no existan espacios exclusivos para padres con hijos y terapias integrales para no dejarlos a la deriva durante ese periodo de reclusión, a fin de reintegrar a la familia en su totalidad.
VULNERABILIDAD
La psicóloga Silvana Salazar menciona que asistir al colegio también puede implicar situaciones de vulnerabilidad. “El salir de la cárcel para estudiar los hace más propensos a asociarse con compañeros que tienen un mecanismo defensivo, se meten en peleas, faltan a la escuela, tienen problemas para concentrarse, y tienen en su mayoría un bajo rendimiento en la escuela”, indica.
Para empeorar las cosas, agrega, los niños que viven en la cárcel a menudo enfrentan en la escuela el estigma de maestros y compañeros, lo que los lleva a “sentimientos de soledad y aislamiento que contribuyen a su problemática”.
Sobre lo mismo, la psicóloga Andrea Milligan, experta en intervención comunitaria, manifiesta que la situación psicológicamente hablando, es de vulnerabilidad, porque se trata de un niño que no tiene las condiciones de cualquier otro menor.
Sostiene que en las cárceles se respira un ambiente “viciado”, que no es el mejor para el desarrollo de un niño, además asegura que el hecho de ser hijo de un reo lo hace diferente entre sus amigos y eso repercute en su situación psicológica.
CASO DE “MANZANITA”
Marcelo (nombre ficticio) llegó a Bolivia proveniente de Argentina, acompañado de su esposa y de su hijo (4) a quien apodan “manzanita” por el tono rojizo de sus mejillas. A los pocos meses lo acusaron de estafa, según su versión, fue detenido y privado de su libertad en la cárcel de San Pedro de La Paz, sin pruebas contundentes.
Con él ingresaron a la cárcel su compañera de vida y su hijo, gracias a un permiso obtenido. “Fue duro porque tuve que traerlos conmigo a vivir entre estas murallas, no podía dejarlos afuera, solos”, dice.
“No tenemos a nadie aquí (La Paz, Bolivia). Pero la vida dentro no es fácil, tienes que pelearla todos los días, ver por la alimentación y otros problemas; al principio no teníamos ni donde dormir. Dormíamos en un entretecho, luego conseguimos una habitación en la que apenas entraba una cama de dos pisos que improvisamos”, cuenta.
Pero para Marcelo lo más importante es cuidar a Manzanita, no quiere que las secuelas del entorno afecten su desarrollo emocional. “Aquí no te puedes descuidar de tus hijos”, expresa. El niño ya empezó a ir al colegio de la zona de San Pedro, y afirma que eso es un respiro, “es el momento en que mi hijo es libre” y remarca que es cuando tiene contacto con niños de otro ambiente, pero también le preocupa la discriminación de la que es víctima su hijo, ya que en el colegio conocen su situación.
SEPARADOS DE PADRES O MADRES
Para Salazar los niños que son separados de sus progenitores no comprenden ese proceso y puede llevarlos a una situación emocionalmente estresante. El romper la estructura familiar incluso puede generar costos sociales como el dejar los estudios, trabajar y asumir roles de adulto.
“No tener un padre en el entorno para jugar, recibir apoyo emocional y orientación puede ser emocionalmente estresante”, afirmó.
Los niños pasan a un segundo plano, “dejan de ser prioridad, ya que la familia debe subsistir y los niños pasan a ser criados por familiares de segundo grado o en su defecto se quedan solos bajo una crianza dura y llena de castigos por las mismas frustraciones en la dinámica familiar.
Para Milligan el entorno familiar es el primer referente de comportamiento, y los niños que son separados de sus padres o madres, viven una sensación de vació, inseguridad, miedo y falta de identidad. (ANF)
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