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Estadio de Villa Tunari


 

Construcciones gigantescas que tienen altos costos, carecen de utilidad y no producen rentas tienen como definición el concepto “obras faraónicas”, palabra que proviene del término “faraón”, título de los antiguos reyes de Egipto que vivieron cinco mil años atrás, quienes, por sus delirios de grandeza e inmortalidad, se dedicaron a construir gigantescos monumentos, con grandes sacrificios humanos y que finalmente no sirvieron para algo, tales como las pirámides del desierto del Sahara, etc.

La inclinación a construir esos edificios ha sido universal, pero ya con el fin de que ofrezcan beneficios a la población y, ante todo, ganancias y no pérdidas, tales como el Canal de Panamá, el de Suez, el canal subterráneo que une Francia con Inglaterra por debajo del Canal de la Mancha, etc.

En Bolivia no es extraña esa actitud de megalomanía. Ya Mariano Melgarejo tuvo ideas de grandeza y mandó derribar el cerro de Santa Bárbara que separaba el centro de la ciudad de Miraflores o el caso de Simón I. Patiño que quería construir el ferrocarril Cochabamba-Santa Cruz y otros proyectos que terminaron en polémicas bizantinas.

Esa mentalidad con megalomanía perduró hasta el presente y la prueba quedó cuando en medio de una etapa de bonanza económica (originada por los altos precios de las materias primas), en el primer gobierno de Hugo Banzer (1971-1979) se malgastó el presupuesto nacional con obras de altísimo costo y sin el beneficio esperado, como la piscina olímpica de Alto Obrajes, la compra de vidrios rayban, construcción de campos deportivos, edificios suntuosos e innecesarios, etc., todos los cuales constituyeron derroches, en vez de atender la salud, educación o mejorar el nivel de vida de las fuerzas productivas del pueblo boliviano.

Pese a esas dolorosas experiencias, esa manía de sueños de grandeza se ha reproducido en años recientes con varios casos que superaron a los anteriores, como ser la construcción de un museo en Orinoca, otro edificio para la sede de un organismo internacional en el municipio de San Benito en Cochabamba, la fundición de Karachipampa, el ingenio de Huanuni, un ferrocarril sin rieles entre Bulo Bulo y Montero, plantas de fundición a gas, sin que exista gas, la “Casa Grande del Pueblo”, aviones de lujo, etc.

Pero el caso más notable es el de la construcción de un estadio faraónico en Villa Tunari del Chapare, considerado como “el más grande de Bolivia”, para 25.000 espectadores, (en un pueblo de cuatro mil habitantes), campo deportivo que será “el más “importante de América del Sur” y otras lindezas. Tendrá todas las comodidades, canchas de entrenamiento, instalaciones con los máximos requerimientos, se pedirá que sea avalado por la FIFA y otros. El precio de construcción de ese estadio fue de 84 millones bolivianos, según el alcalde de Villa Tunari. Fue inaugurado por el Presidente del Estado Plurinacional, en presencia de menos de cinco mil visitantes, para un deslucido partido de fútbol, con un desgraciado accidente de un jugador, ceremonias, etc., no sin que antes el Ministro de Deportes opine que se debía construir otros 20 campos parecidos en todo el país, todo lo cual augura un porvenir muy parecido.

 
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