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[Luis Antezana]

La ley boliviana contra la prórroga en el poder


Además de las leyes comunes y las leyes generales o universales, en la sociedad boliviana existen leyes particulares que expresan relaciones entre fenómenos concretos. Una de ellas es la ley contra la reelección en el gobierno y la posibilidad de que ese intento sea rechazado por medio de una insurrección social.

Esta ley existe en forma objetiva y es independiente de la conciencia de los individuos. Se trata de un fenómeno específico que adquiere carácter abstracto al dejar de lado numerosos aspectos puramente individuales y no esenciales de los fenómenos similares.

La ley contra el prorroguismo en el poder es producto del desarrollo político de la realidad boliviana y, por tanto, como ley particular la aplica la sociedad cuando se trata de desconocerla. Es una norma tan notable que se ha convertido en una ley objetiva que se cumple inevitable e inexorablemente. Es de considerar que cuando un acto social o un hecho físico se repiten indefinidamente se convierten en ley, como es la ley de la gravedad. Igual cosa sucede contra los intentos prorroguistas de algunos gobernantes que, de tanto producirse y enseguida ser anulados por la voluntad popular, se ha convertido en una ley que, por dura que sea, se cumple.

En efecto, en el siglo pasado los intentos de este tipo fueron numerosos, pero también fracasaron en su totalidad y, en esa forma, se convirtieron en ley. Es más, cuando fue necesario, el pueblo se insurreccionó con la violencia para que la ley antiprorroguista se cumpa, ya que no había otra forma para evitar su cumplimiento.

Sin embargo, Evo Morales no creyó en la vigencia de esa ley y pensó que no se cumpliría para su cuarta reelección, pero pese a ya conocía de su existencia hizo los más increíbles esfuerzos para quedarse en el poder, sin considerar que la ley histórica imperante, es más poderosa que la voluntad del individuo, y, en esa forma, firmó su sentencia, se autocondenó y precipitó a su gobierno al derrumbe inevitable.

El gobierno de Evo y sus seguidores bien sabían de la existencia de esa ley, ya que la prensa, en especial EL DIARIO, la difundió de manera insistente y con ejemplos concretos. Sabía, pues, lo que le esperaba en caso de no someterse a la existencia. Sin embargo, no hizo el menor caso a la advertencia y con actitud autocrática siguió adelante con el resultado conocido, es decir, provocar la insurrección popular, la reacción natural de la sociedad boliviana aplicada en el país en todos los casos, como en 1924, 1930, 1964, 1957 y otros.

Fue, pues, en última instancia la Ley contra el prorroguismo la que defenestró a Evo Morales del poder. El desarrollo político del pueblo boliviano creó esa ley y la aplicó por el método creado por la misma norma, vale decir la insurrección y que fue pronosticada y puesta en práctica por personajes políticos. En última instancia, no fueron jóvenes, mujeres, obreros, etc. los que tumbaron del poder al autócrata, sino la voluntad del pueblo expresada en la Ley antiprorroguista, en cuyas garras cayó el mismo Evo Morales.

Es verdad que los hombres hacen su historia. Pero también es verdad que no la hacen de acuerdo con las condiciones creadas por ellos, sino bajo aquellas condiciones con que se encuentran directamente, que ya existen y son heredadas del pasado. La Ley contra el prorroguismo está en plena vigencia en Bolivia, en especial desde el siglo pasado.

Es una ley objetiva que no permite la prórroga en el poder y cuando alguien quiere prorrogarse, se le opone, tiene su propio sistema de solución, es decir el castigo de la violencia, ya que el mismo prorroguismo es una forma de violencia. Solo se trata de la obsesión instintiva de ir contra la marcha hacia adelante de la historia. La obsesión de la que están poseídos algunos gobernantes, como Evo Morales, círculos personales y ciertos organismos internacionales desorientados que desconocen la realidad política de Bolivia, hace que se ignore esa ley. De tal actitud son presa, porque los dioses ciegan a los hombres cuando quieren perderlos.

 
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