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[Guillermo Torres]

La despersonalización de las víctimas fatales

Quiénes son los muertos en la peste, o el último insulto a la dignidad humana


El tema de la peste y las víctimas mortales de la pandemia trae a colación el problema de la disposición de los restos de los caídos, donde se debate si el asunto es de índole personal - familiar o de todo el conglomerado social. A raíz del primer deceso en Cobija, capital del departamento de Pando, se lee en los diferentes sitios de interacción en Internet reclamos por la ignorancia de unos y la desobediencia civil que genera el contagio de otros, seguidos por el deceso, las críticas al sistema de salubridad y, finalmente, las acusaciones de quienes presumen de piedad y reclaman respeto a los parientes de los difuntos sumidos en su dolor, aunque en una mayoría culpables indirectos del deceso, peticiones que invocan la humanidad de los habitantes de la Amazonia.

Esta última postura, la más fácil y lastimera, trata de salvar de toda responsabilidad a los causantes de la enfermedad, al difunto de propagarla a la población y a sus familiares que tuvieron la mala suerte de vincularse con el contagioso, que de acuerdo con los pregonadores de la solidaridad con la familia doliente, carece de toda culpa en este pelea contra el contagio masivo, que se pretende llevar en el país.

Más allá de estas discusiones bizantinas, nadie reclama por el hecho de haberse convertido en secreto de Estado la identidad de los muertos, la que no se publica. Las razones para este hermetismo sobre los caídos en la lucha a muerte con el virus chino deben ser muy valederas, entre ellas que no se asalte y queme las residencias de los difuntos, como ya ha ocurrido, o que se formen bloqueos para impedir su entierro, como se ha visto en otros lugares de esta patria.

Las previsoras autoridades olvidan que si uno se entera que el vecino de la esquina murió de esta plaga, dejará de pasar por esa puerta, o por esa esquina, o por esa calle o por ese barrio, pues no hay mejor ejemplo que el que se sufre en carne ajena sobre los resultados mortales de la peste.

Al no tener nombre los muertos de la plaga asiática se deshumaniza el hecho, las personas pasan a ser cifras, los fallecidos simplemente se convierten en porcentajes de lo esperado y logrado por las autoridades de gobierno.

Hasta este momento ni mis parientes ni mis amigos ni mis rivales han sido tocados por la peste, lo que ya es una bendición, pero quisiera saber el nombre de cada caído, pues no se trata del fallecido número doscientos veinte, sino de Juan Pérez o fulano, o zutano, o mengano, es decir de una u otra forma conocidos de esta pequeña ciudad, a quienes por esta situación de emergencia no sólo han muerto sino que además se les ha quitado el derecho de tener un nombre en la información y de verse por lo menos reconocidos por sus apelativos a nivel nacional o local.

Estamos en una guerra contra un virus, pero en vez de poder ir a conocer la lista oficial de los caídos, como ocurrió en las conflagraciones que vivió la nación, estos nombres han sido ignorados no sólo en Bolivia, sino en todo el planeta, con base en un falso pudor que niega que la peste y sus efectos son personales.

Como todos los lectores saben, el camino a la muerte es el que todos compartimos, de allí que el hermetismo actual carece de razón y es inhumano.

Este olvido, sea por precaución o por lástima, es el último insulto en contra de seres humanos que se despersonalizan ante la peste y que puede ser remediado. Una de las maneras de recuperar a los caídos en esta conflagración biológica es el recuerdo. Saber con nombres y apellidos quiénes y cuándo han muerto en esta epidemia permite honrar a nuestros fallecidos, darles dignidad, y saber a ciencia cierta qué ocurrió. Algo tan simple como nombrarlos permite que se recupere la dignidad individual en estos momentos de angustia y de luto. Sobre la estupidez de deudos, familiares, inconscientes y otros especímenes que han salido a relucir en esta crisis, ya habrá momento de conversar.

El autor está convencido que el nombre es el que hace humanos a los bípedos implumes y pensantes del planeta.

 
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