[Luis S. Crespo]

El Día Histórico - 10 de Mayo de 1877

Prisión y confinamiento de periodistas


Por decreto de 8 de mayo de 1877, el gobierno del general Hilarión Daza dejó sin efecto la convocatoria de la asamblea constituyente, aplazándola para la “época en que se pacifique por completo la República y se encuentre el fisco con el erario suficiente para atender los viáticos y dietas de los convencionales”.

“La Reforma” de La Paz, cuyo editor era César Sevilla, y redactores Félix Reyes Ortiz, Jenaro Sanjinés y Severo Matos, impugnó editorialmente, en su número del 12, el decreto de aplazamiento, demostrando al Gobierno que no había tal guerra civil, y que Bolivia podía poner sin esfuerzo los fondos que se necesitaba para la reunión del congreso. Al concluir decía: “Hay plata y no hay guerra civil: reorganícese el país por medio de la representación nacional”.

La lectura de este escrito encolerizó terriblemente al presidente Daza, quien, un 10 de mayo hizo conducir a su presencia a Reyes Ortiz y a Matos. En el salón del palacio los ultrajó de palabra, llegando al extremo de abofetear al primero, y librándose el segundo de los golpes de mano por la intervención del edecán José R. Ávila. Ordenó en seguida que los encargados de prisiones los condujesen a Caupolicán en calidad de confinados políticos.

Sevilla y Sanjinés fueron asimismo capturados por la policía y notificados de que debían ser desterrados a las regiones del río Madera. A Sevilla se le ajustaron los pies con gruesas barras, Sanjinés se libró del suplicio por no haberse conseguido el instrumento necesario.

Los redactores del diario “La Tribuna”, Nicolás Acosta y Ramón Rosquellas, que habían opinado también como los redactores de “La Reforma”, tuvieron que asilarse en la legación Argentina para no correr la suerte de éstos.

Los ministros de Daza, alarmados con estos hechos de fuerza, se pusieron en activo movimiento para aplacar la ira del Presidente y obtener la libertad de los presos. El ministro don Jorge Oblitas, acompañado de los ministros del Brasil, del Perú y de la Argentina, señores Leonel de Alencar, Miguel San Román y José Evaristo Uriburu, respectivamente, se dirigió al palacio a pedir la revocatoria de la orden de destierro. Pero nada pudo conseguir; el Presidente se negó a todo acto de clemencia.

En la madrugada del día siguiente, Reyes Ortiz y Matos eran conducidos por el coronel Benjamín Saravia a las regiones de Caupolicán. Reyes Ortiz, con barras en los pies, iba montado como mujer. Más feliz Matos, fue bien montado porque el herrero encargado de ponerle las barras, se perdió intencionalmente...

A tiempo de partir, Oblitas recomendó a Saravia que tratase a los presos con consideración, y así lo hizo. Matos, no tenía en aquel momento sino 20 pesos que se los había prestado en la prisión un amigo suyo.

Después de mil penalidades y sufrimientos los presos llegaron a Apolo, y allí permanecieron por más de tres meses, viviendo poco menos que del favor público, como sucede con todo confinado político. Los vecinos Carlos Frank, G. Estívariz, Francisco Alencastre, Hipólito Sánchez, Fermín Larrea y otros, los favorecieron con sus atenciones, procurando dulcificar su penosa situación.

En cuanto a los otros periodistas, Sanjinés y Sevilla fueron deportados a Covendo. Sevilla viajó con barras en los pies, y Sanjinés estuvo a punto de perecer rodando en una pendiente con su mulo.

Los asilados en la legación argentina, Acosta y Rosquellas, fueron confinados a lugares más próximos merced a los empeños del ministro Uriburu.

Don Serapio Reyes Ortiz, al saber en Oruro el destierro de su hermano Félix, escribió al presidente Daza una carta muy conmovedora: “Amigo General. -le dijo- le pido gracia por mi hermano Félix; le pido gracia por un padre de familia, pobre, viejo, enfermizo; que ha prestado importantes servicios a la Patria en el ramo de las letras y de la instrucción pública. No hablo al hombre de Estado, ni entro en apreciaciones de las razones de Estado que hayan determinado su confinamiento. Hablo al corazón bondadoso del que también es padre de familia; apelo a la noble generosidad del jefe de la nación; luego suplico al amigo y le pido que comprometa mi eterna gratitud con un rasgo de sublime perdón a mi pobre hermano que va a perecer en las montañas, dejando en la mendicidad a tantos hijos huérfanos. Con mi vida le garantizo de que mi hermano no volverá a tomar la pluma para la prensa”.

Daza le contestó: “Conmovido profundamente con la lectura de su expresiva carta, he dado la orden para que no sólo su hermano, sino los otros señores que con él han sido confinados, vuelvan a sus hogares. Sólo usted ha podido arrancarme un perdón tan amplio”.

A los tres meses más o menos, los periodistas volvieron a sus casas “resueltos a no meterse a criticar más los actos del gobierno,” sólo Matos quedó por algún tiempo más en el pueblo de Moho, como abogado suelto.

“La Reforma”, que había sido clausurada el mismo 10 de mayo, no reapareció sino en octubre siguiente.

EL DIARIO, 12 de mayo

de 1923, 1925, 1928.

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