El consumo

Jaime Richart

Ciertos economistas alineados con posiciones “progresistas” sostienen que sólo volviendo a dar rienda suelta al crédito y favoreciendo el consumo se puede crear empleo y salir de la crisis. Y lo argumentan con pleno convencimiento. Esto responde frontalmente a quienes escuchan a la Escuela de Chicago, cuyas tesis con Milton Friedman Joseph y Stigler a la cabeza, se vienen imponiendo desde la década de los 70. Estos economistas rechazan el monetarismo keynesiano y promueven la concentración del dinero financiero en pocas manos. De ahí privatización y fusiones...

Al final, como vemos, es una guerra entre economistas; todos expertos en “el mercado” y todos defensores y estibadores del capitalismo. Los que siguen a Friedman y compañía, que son los ganadores de esa guerra, no necesitan campañas propagandísticas ni reafirmarse: hacen actuar a los políticos en todo cuanto abarca la Escuela de Chicago: la demografía incluida. El poder absoluto no necesita esforzarse para convencer ni discute, actúa.

Atacar los pronunciamientos de la Escuela significa aceptar “el sistema”, y a quienes pensamos contra el sistema nos dan igual las variantes dentro del sistema. Por eso ahora me centro en los otros, en los capitalistas hoy de segunda división, los que sostienen que en el crédito y el consumo está la solución...

Quizá, dentro del sistema, no les falta razón en el sentido estrictamente economicista, pero sigue siendo una visión mezquina, la de ellos que se llamaron un día socialistas. Mezquina, porque sólo piensan en lo inmediato, y además dejando al margen el impacto que el consumo causa en la sociedad mundial y en el planeta. Semejante receta, es decir que sólo con crédito y generando consumo se crea puestos de trabajo y se reactiva la economía, es como esparcir virus o bacterias para dar trabajo al sanitario, o emporquecer tu casa para dar empleo al limpiador.

Si las teorías de la Escuela de Chicago pueden ponerle a uno los pelos de punta (no sólo son inermes ante la pobreza y la desgracia, es que las buscan con guerras, desatenciones sanitarias y otras medidas para mermar intencionadamente la demografía), los economistas de la otra acera muestran una grave cortedad de miras al ver sólo en el consumo la salida.

Pues, desde otra perspectiva que no sea salir del paso, ni siquiera sostenido, es ya deseable el consumo como pedagogía social, aunque pueda haber un acierto de coyuntura en la propuesta. El consumo y el crédito alocados han sido una de las causas de la causa. Y por otra parte, no hay razón suficiente (principio de lógica formal) para sostener que el Estado y las instituciones deban comportarse de modo distinto al buen administrador que evita el déficit y la deuda, los dos fines que los economistas de uno u otro bando del capital buscan denodadamente por unas u otras vías.

En el plano psicológico y cultural, ése que a ambos trae sin cuidado, ya de por sí el verbo consumir encierra la semilla del embrutecimiento. Por mucho que ello pueda generar un poco de empleo, esta sociedad seguirá siendo una nave repleta de neoesclavos insolventes abocados sólo a trabajar y a consumir, contrayendo, por otra parte, deudas que, dada la crónica inestabilidad en el trabajo y en la vida actual tal como está diseñados, no podrán pagar.

Que haya periodos en que la gente se lanzó a la calle y a los comercios, y que ese tráfico haya generado alegremente puestos de trabajo, no quiere decir que la felicidad o el bienestar sean consecuencia del consumo. Sólo una sociedad roma y empujada por la publicidad a comprar, a comer y beber fuera de casa, a buscar en el consumo el remedio contra la depresión es capaz de creer que en el consumo y el endeudamiento está la panacea. Sólo una sociedad embrutecida, dirigida por gobernantes y una oposición embrutecidos pueden suponer que en el consumo está una solución que no sea momentánea, pasajera.

Y no sólo soy yo quien cree que esto es así. Hay movimientos en el mundo que no pasan a un primer plano de la noticia porque no se lo permiten las clases dominantes, que están inequívocamente justo a favor del “decrecimiento”. Gentes que han comprendido que no sólo el desempleo sino sobre todo el consumo, son los principales enemigos de la vida satisfecha.

Pues bien, todos los economistas y sus teorías contradictorias, tan inseguras como los pronósticos del tiempo, sean de la escuela que sea, y quienes se alían a ellos y se apoyan en ellos, están demostrando al mundo la miserable miseria del capitalismo sostenido en un in crescendo a porrazos.

Lo que hay que lograr es que un grupo de valientes dé al traste con los conceptos económicos y políticos al uso ya caducos; que den un golpe de timón al pensamiento único y a todo lo que arrastra consigo, y que eleven la conciencia tanto dirigente como colectiva. Sólo así podríamos vivir ahora tranquilos, y sólo así podrán sobrevivir las siguientes generaciones en un planeta que se agota por la codicia de los fuertes y por la obsesión del consumo inoculada por aquellos a los débiles, que somos la inmensa mayoría y al final la humanidad...

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