Durmieron parados y tienen la carga de un estrés de cinco días


La psicóloga Alejandra Castro, una de las personas más buscadas por los medios de prensa para que revelara los detalles de lo que podría denominarse como “el gran escape”, no dio más que informes escuetos el sábado por la madrugada. El fiscal de materia, Rando Chambi, fue más contundente al señalar que cualquier detalle perjudicaría el curso de las investigaciones. Establecido así el marco, había que unir los detalles para elaborar la narración de la fuga.

Una caravana de vehículos llegó a Oruro a las 20.00 del viernes, dentro de uno de ellos estaban los tres ex-rehenes, Juan Pablo Mallco, Marco Antonio Leytón y Eustaquio Calle. En el comando policial se cerraron las puertas y llegó la orden desde La Paz, ningún comentario, salvo que “una autoridad de Gobierno viajará hasta allá para ver lo más conveniente”.

La noticia llegó a los medios, de manera que inmediatamente todos convergieron hasta el centro donde se encontraban los tres trabajadores de la empresa Mallku Khota y que vivieron 120 horas de estrés.

“Durmieron parados”, dijo uno de los informantes, la psicóloga confirmó el detalle. Las cuatro noches en cautiverio fueron un tormento para los rehenes. No había un colchón de paja, ninguna frazada, sí mucho frío y viento, pero el temor los obligaba a mantener los ojos abiertos y si se dormitaba, el desequilibrio al cabecear los obligaba a mantenerse despiertos.

El consuelo mutuo de poder dialogar con otro era el bálsamo del momento. ¿De que hablaban? ¿Cuál era el tema recurrente?, lo contarán tal vez dentro de algún tiempo.

Es probable que en algún momento, alguno de ellos habría decidido echarse en el suelo irregular y con olor a tierra profunda, pero la anatomía humana no se adapta a cualquier superficie.

“Estaban desnutridos”, fue otra de las aseveraciones. ¿Qué les dieron de comer? ¿Cuántas veces al día? Lo suficiente como para mantenerlos en vida, lo indispensable como para que no desfallecieran. Por supuesto que no recibían ningún buen trato en este sentido.

“Los trasladaban de un lugar a otro”, dijo otro de los cabos sueltos soltados en las declaraciones. Con el cansancio y desnutrición de por medio, los trasladaban de un lugar a otro, para superar el rastrillaje policial. En cada uno de estos cambios, los tres rehenes vivían otra angustia, porque no sabían qué les esperaba, a dónde se los conducía, cuál sería la próxima estación de su destino.

En esas condiciones lograron escapar de sus captores, probablemente en uno de los rastrillajes de la Policía o apuro y confusión de los comunarios, que en esos días vieron pasar a algunos aviones y tenían conocimiento de la presencia de las autoridades del orden por aquella zona.

Aprovecharon la confusión y escaparon; “la contingencia”, dijo el ministro Carlos Romero. Era la mañana del viernes y tomaron un destino determinado. No podían tomar los caminos de la zona porque podían ser recapturados y entonces exponían su vida.

Desnutridos, agotados, con el día a cuestas, con el temor de sentir que alguien les seguía, con el estrés de saber que se jugaban la vida en cada paso y con la angustia sobre las espaldas se calcula que caminaron entre cinco a seis horas.

Llegaron a Sacaca y tomaron contacto con las autoridades policiales. En ese momento habían logrado ganar la apuesta por la vida. Sabían que dependían más de ellos que de los captores, pero tenían el cansancio a cuestas, el temor interno y el estrés punzante del recuerdo.

“Van a necesitar 30 días de reposo, primero para recuperar el sueño”, decía la psicóloga Alejandra Castro. Ese periodo y el encuentro con los familiares será fundamental para recuperarse.

Luego contará si en el momento de la fuga corrieron o sólo podían andar, si miraban adelante o tenían la carga de caminar con la mirada hacia atrás esperando que nadie los divise. Sólo ellos podrán contar esa angustia.

 
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