[Floren Sanabria]

Indiferencia ante el drama de los adultos mayores


El domingo 26 se celebró el “Día del Adulto Mayor”. Los promotores del festejo hicieron gala de atención a las personas mayores, haciéndoles bailar, cantar, imponiéndoles la banda de distinción a manera de recordar tiempos del ayer. Los abuelos y abuelas son como niños obedientes. Muchos perdieron facultades, estabilidad propia, son delicados de salud, padecen alzheimer, ceguera, sordera, lumbar de columna, artritis y otras enfermedades propias de la tercera edad, y será necesario en ciertos actos mayor consideración, respeto, agasajos y festines en su honor con sobriedad.

Causa amargura ver a ancianos, mujeres y hombres, pidiendo una moneda para comprar un pan que mitigue su hambre. Es doloroso espectáculo observar a abuelos y abuelas haciendo largas colas desde el amanecer para ser atendidos en centros de salud y hospitales, en bancos para el pago de la Renta Dignidad que ha perdido fuerza adquisitiva, ya es precaria. Es lamentable contemplar rostros arrugados y cabelleras canosas de personas encorvadas por el envejecimiento, haciendo filas en estadios para cobrar sus miserables pensiones de rentistas y jubilados.

Consterna observar a ancianos desamparados, solitarios, arrastrando sus pies con bastón en la mano en medio del frío de la calle, con hambre que estruja sus estómagos, condenados al olvido por autoridades y algunos indolentes, malagradecidos hijos e hijas. Se sabe que el 60% de hombres y mujeres de la tercera edad sigue trabajando para su subsistencia. Existen más de 676 mil adultos mayores, de los cuales el 49,5% es del área rural y el 50,5 de las ciudades.

La Constitución Política comienza por declarar que es deber ineludible de la familia, la atención de sus miembros llegados a la ancianidad, de padres y madres. En caso de desamparo corresponde al Estado plurinacional proveer vivienda, alimentación, atención médica, salud física y moral, esparcimiento, trabajo, dentro de las posibilidades de cada uno, tranquilidad y respeto.

Una vejez aparentemente tranquila en un asilo, administrado por generosas monjas religiosas que les brindan amparo, no siempre es la vida deseada para quienes han visto disminuir sus fuerzas por el tiempo y se encuentran sin cariño familiar, otros abandonados a su suerte en casas de reposo o les dan mal trato en sus hogares por considerarlos inútiles, pesada carga que incomoda a la familia.

El drama de estos seres refleja el nivel de pobreza del país, donde existen más de 1,5 millones de personas mayores de 65 años, de los cuales el 9%, un poco más de 2.000 son atendidos en casas de ancianos, como el Albergue Rosaura Campos, Hogar Madres de Calcuta, Centro Integral Hogar María Esther Quevedo y el Asilo San Ramón, gracias a las contribuciones de entidades de beneficencia y personas caritativas. Las encargadas atienden con enorme paciencia a viejos y viejas que viven sus últimos días de existencia. Un pueblo demuestra su grado de progreso cultural en la medida en que brinda protección a niños, niñas, adolescentes y ancianos.

Qué triste es llegar a la vejez, donde hombres y mujeres claman: “Señor, recógeme, estoy sufriendo, ten piedad de mí. Dios mío, mis fuerzas se han acabado, no me desampares”.

Al Viceministerio de la Juventud, Niñez, Adolescencia y Tercera Edad parece importarle poco la situación de estos seres humanos. En años anteriores a través del Plan Nacional del Adulto Mayor se dio a conocer proyectos elaborados por la Comisión Nacional del Adulto, integrada por el Viceministerio de Educación Alternativa, Derechos Humanos y de Previsión Social, Clínica Geriátrica de la CNS, Seguro de Salud para el Adulto Mayor, Brigada del Buen Trato, Fundación Pro Vida Asistencia al Anciano, Defensa del Anciano, Confederación Episcopal de Bolivia, Unidad del Adulto Mayor y Discapacitado del Gobierno Municipal y Segedes de la Gobernación departamental (adviértase la cantidad de instituciones).

¿Qué cosas concretas hicieron a favor del adulto mayor? Hay indiferencia del Gobierno reflejada en el incumplimiento de políticas públicas. Las autoridades están ocupadas en otras cuestiones que rindan frutos personales, y de los ancianos ni se acuerdan.

Los pecados de la juventud se los paga en la vejez. El orgullo de los jóvenes está en sus fuerzas, la honra de los ancianos en sus canas. La vejez parece ser eterna, pero no se debe olvidar que los que menosprecian a los ancianos, algún día también llegarán a ser viejos. La vejez es la autoridad contra los vicios y desviaciones de los jóvenes, dice Séneca.

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