La democracia en sus 30 años de ejercicio

Fernando Valdivia Delgado

La muerte del minero Héctor Choque por una explosión de cachorro de dinamita, como resultado de la confrontación protagonizada por los cooperativistas de Colquiri, contra sus iguales, los mineros asalariados de la indicada empresa dependiente de la Corporación Minera de Bolivia, así como los más de 30 heridos reportados por varios centros de atención médica, grafica de manera inobjetable el estado de convulsión social y frustración política que Bolivia vive y ha vivido durante el presente periodo histórico que conmemora los 30 años de vigencia del sistema democrático de gobierno y se convierte en referente que expresa la principal característica del poder central: violencia política, confrontación social, corrupción y nepotismo en la administración del Estado boliviano.

El proceso democrático iniciado el 10 de octubre de 1982, con la asunción del Dr. Hernán Siles Zuazo, cumple 30 años en la azarosa historia de Bolivia, cuyo resultado, más negativo y de frustración social que positivo en la construcción del país, ha cobrado, al menos, 400 vidas como resultado de la violencia política, en sus cuatro etapas claramente definidas por el modelo que exigía la circunstancia y las “necesidades individuales”, no precisamente de interés colectivo y patriótico: los períodos de la construcción de la democracia, la democracia pactada, la democracia real y la llamada democracia participativa.

En otras palabras, los políticos de hoy, que también fueron parte de las dictaduras militares que sometieron a Bolivia durante casi dos décadas, ejercitaban lo que decía Nicolás Maquiavelo: “Lo que se hace hoy, se deshace mañana”, para que el pueblo “no entienda nunca lo que se desea o intenta hacer”. El resultado, que lo podemos imaginar, es que el “pueblo ya no confía en sus determinaciones”. Es así cómo se ha ido corroborando lo que en el “proceso de fundación de la República” decía su fundador, el Mariscal Antonio José de Sucre: “Bolivia nunca podrá superar el mal con el cual nace: la corrupción”.

El resultado final de los 30 años de vigencia del sistema democrático boliviano es el actual estado de anarquía que vive el país, la abierta confrontación de las fuerzas antagónicas organizadas al calor de la política autocrática del poder central, que ha profundizado la crisis política, económica, social y moral en Bolivia, además de provocar un descontento generalizado en la población, que ha perdido las cifradas esperanzas del cambio hacia un futuro de bienestar para las generaciones que nacieron en la presente coyuntura.

La situación planteada desde la perspectiva social, muestra al país una coyuntura contraria a los intereses nacionales y colectivos de la sociedad, por su naturaleza que estimula la ilegalidad, la informalidad y el poder paralelo que impone decisiones contrarias a la lucha, en especial, contra el narcotráfico, el contrabando, la corrupción y el tráfico de influencias, en un Estado donde la justicia no administra ni cumple sus atribuciones constitucionales, sino que obedece de manera obsecuente al poder central.

El diagnóstico de coyuntura no muestra acciones destinadas a desarrollar eficiencia y eficacia en las políticas gubernamentales y menos que estructuren mecanismos de organización y promoción de nuevas estrategias y tácticas que hagan frente a la crisis política, económica, social y moral, con una nueva visión de país que devuelva la esperanza y erradique la frustración de la sociedad boliviana; que devuelva al ciudadano las elementales libertades vigentes en el presente siglo y faciliten el ejercicio objetivo del sistema democrático y la pregonada participación activa de todos los sectores sociales, basada en el respeto a la Constitución, la ley y toda la normativa que rige en el país.

Lo contrario significará que Bolivia mantenga, como característica hacia el futuro, lo que Franz Tamayo definía en 1931, como país de “múltiples sufrimientos”, de “cultura incipiente, medios de civilización incompletos o nulos, aspiraciones imprecisas, desconocimiento del propio mal, agónica ilusión de porvenir, esperanzas delusivas que en cada nuevo desengaño nos hacen más impotentes -en suma- aquel estado paradójico y estupendo que somos hoy: un gran territorio y una gran raza innegables, y con todo eso, una historia que no acaba de miseria, de impotencia y de desesperanza”. Así es como está nuestra democracia.

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