[Juan León]

Menudencias

¡Basta!... con la masacre…


Critiqué siempre la mansedumbre ovejuna del pueblo judío marchando hacia los campos de concentración y las cámaras de gas. Me pareció siempre, y me parece todavía una estupidez, esa suerte de resignación frente al destino. Me indignaban, y me indignan todavía, las imágenes de filas de gente cargando apenas sus pocos bienes bajo la mirada hosca de las milicias nazis. Eran tantos que me resultaba, y me resulta aún difícil entender, cómo era posible que nadie se anime a rebelarse y lanzarle al menos un escupitajo a sus guardianes, a sabiendas de que marchaba hacia la muerte.

Fueron, supongo, las imágenes del holocausto las que reflejan de manera concreta la discriminación en el mundo occidental a los judíos por más de 2.000 años. La del pueblo judío es la historia de gente perseguida, capturada, torturada y asesinada, desde los inicios mismos de la era cristiana. La iglesia católica, incluso, los responsabilizó alguna vez de la muerte de Cristo. Pero son los nazis los que alcanzaron los niveles más altos en esa tarea.

Los nazis los estigmatizaron como enemigos de la “raza alemana”. Los acusaron de conspirar para destruir Alemania, donde muchos judíos habían encontrado refugio y hogar. Hitler los responsabilizó de la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial y de la crisis económica. Un día como hoy, el 31 de julio de 1932, Hitler ganó las elecciones alemanas. Su partido, el NSDAP a cuyos militantes se los denomina nazis, llegó al poder con su mensaje de eliminar a los judíos de la sociedad para hacer de Alemania una potencia. La “raza aria” es la mejor, pregonaba la propaganda nazi, y los judíos pertenecían a otra inferior.

En realidad, los judíos fueron entonces la parte más representativa de la persecución nazi a otros grupos de gente. Hitler aprovechó políticamente el antisemitismo que estaba ya profundamente arraigado en la sociedad alemana e hizo del exterminio una bandera para lograr sus propios fines políticos. En realidad, en los campos de concentración del régimen nazi murieron también, junto a millones de judíos, otros disidentes religiosos y políticos. La historia menciona a los Testigos de Jehová y los comunistas, a gitanos, hombres y mujeres homosexuales, discapacitados físicos y mentales, por ejemplo.

La imagen judía de pueblo víctima la marcó el holocausto en la historia reciente. La historia contemporánea está forjando estos días la imagen totalmente inversa. Y comienza a forjarse una imagen de prepotencia y abuso similar a la de los nazis, en el empeño aparente de eliminar al pueblo palestino con el pretexto de reclamar seguridad para su nación. Que Israel le demande a la comunidad internacional colaboración para el desarme de la Franja de Gaza suena a cinismo, habida cuenta de la diferencia del poder bélico, económico y de desarrollo entre los pueblos en guerra.

Los números dicen que desde que recomenzó el conflicto hace 20 días (8 de julio), son 1.113 los palestinos muertos. Casi todos civiles y la mayoría niños y mujeres no combatientes. Los soldados israelíes muertos son sólo 50. Los números dejan en claro la diferencia del potencial bélico entre un bando y otro. Pero sobre todo constituyen un reflejo de los objetivos a los que apuntan las armas: los campamentos de refugiados palestinos en esa pequeña porción de tierra cuyas fronteras más extensas controla Israel.

La Franja de Gaza tiene una superficie de 360 kilómetros cuadrados (la ciudad de El Alto, nada más, tiene 363 kilómetros cuadrados de superficie). En ese pequeño territorio viven un millón 800 mil palestinos. Se trata, pues, de una de las regiones más densamente pobladas del planeta, completamente cercada con ocho puestos de frontera controlados por Israel y de los cuales sólo dos (Erez al norte y Rafah al sur) pueden utilizar los palestinos.

Debido al bloqueo, el 80 por ciento de esa gente (1.500.000 personas) depende básicamente de la ayuda humanitaria externa que llega a través de Israel. El 40 por ciento de los puestos de trabajo están en Israel, que controla las posibilidades laborales de los palestinos.

Es contra los servicios básicos (agua potable y energía eléctrica) de esa gente que vive en condiciones miserables que apunta la artillería de la marina de guerra, la aviación y la infantería de la hoy poderosa Israel. Según los informes, las bombas destruyeron viviendas, centros de prensa, zonas de cultivo y mezquitas tan sólo el martes de esta semana. Los aviones apuntaron a los tanques de almacenamiento de combustible de la única central eléctrica, inutilizándola. Hasta entonces, sólo el 20 por ciento de la población de Gaza disponía de cuatro horas al día de energía.

La guerra, como todas las guerras, es absurda. En ese escenario, lo que ocurre hoy en Gaza no entra siquiera en esa categoría. Sólo es una nueva masacre que tiene como víctimas a miles de gentes inocentes, tal vez como les ocurrió en el pasado a los victimarios de hoy. Una masacre cuyo análisis no se debe limitar a ver quién tiene la razón de la sinrazón pues exige un ¡Basta!, de todo el mundo. De la comunidad internacional, por encima de diferencias políticas y económicas. Y sobre todo de la hipocresía ética de sus gobernantes.

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