Educación en valores

Adelio Aruquipa Tórrez

El tema de valores, sobre todo de la educación en valores, ha sido motivo de inquietud permanente de la humanidad. Es una preocupación del pasado, una demanda exigente del presente y un reto constante del futuro, para que los proyectos y aspiraciones de desarrollo personal, social y las decisiones que se tome para ello, no pierdan su sentido primero, que es la realización del hombre y su comunidad.

Los valores son componentes inevitables en el mundo humano por lo que educar en valores es una necesidad ineludible en la sociedad actual. Es imposible imaginar una vida humana sin valores, especialmente sin valores éticos, pues no existe ser humano que pueda sentirse más allá del bien y del mal, sino que todas las personas somos inevitablemente morales.

En el mundo de hoy surge con mucha fuerza la necesidad de educar en valores, de reconquistar la práctica de los valores éticos. En la actualidad, ante un vacío ético, se está reclamando una mayor moralidad en todos los ámbitos de la vida social: en la política, en los medios de comunicación social, en las transacciones comerciales, en las empresas, en los hospitales, en el desempeño de las funciones públicas y privadas, en las universidades, en los centros educativos, en la vida familiar, en suma, en el conjunto de nuestra sociedad, porque finalmente el aumento de la vida moral permitirá la humanización de la sociedad.

Por eso, urge educar en valores, particularmente en el seno familiar porque es allí donde el niño o niña desarrolla sus capacidades y potencialidades de formación de su carácter y personalidad

No obstante, los valores éticos o humanos están en crisis. Los valores siempre han nombrado defectos, faltas, algo de lo que carecemos, pero que deberíamos tener todas las personas. Según Locke, el malestar, la incomodidad provoca el deseo de que la realidad cambie y sea de otra manera. Si estuviéramos plenamente ajustados con la realidad, no cabría hablar de justicia ni de valores como algo a conquistar, si se lo hace es porque no se reflejan suficientemente en la práctica.

Hoy, el crecimiento económico nos ha hecho creer que sólo vale lo que produce dinero. Decimos que la prosperidad económica no es más que un paso, necesario pero insuficiente, para lograr una mayor plenitud humana.

El bienestar es un fundamento ambivalente para la producción de valores éticos. Por una parte hay que darle la razón a Aristóteles cuando afirma que la virtud sólo es patrimonio de los seres libres, no de los esclavos, de quienes tienen tiempo para dedicar su vida a la actividad política porque otros y otras trabajan por ellos.

También hay que darle la razón a Bertolt Brecht cuando dice que lo primero es comer y lo segundo hablar de moral. Hay que reconocer que el que vive bien se acuerda poco de los que sufren, que el bienestar material no genera una espontánea solidaridad con los pobres.

En realidad, los tiempos nunca son buenos para la ética, porque la ética exige, ante todo, autodominio o dominio propio, que es costoso y nos pide esfuerzo, sacrificio y templanza. No hay ética sin una cierta disciplina, una disciplina razonable (orientación hacia un auto conducción), sin la cual es inútil tratar de transmitir normas o hábitos.

Ser buena persona hoy no es, únicamente, ser buen ciudadano o buen político, como piensan muchos. Cualquier actividad puede tener dimensiones más o menos éticas, más o menos humanas.

En resumen, no tenemos un modelo de persona ideal, ni de sociedad ni de escuela, porque nuestra sociedad es plural y esa pluralidad es enriquecedora, así como la convivencia de las diferencias. Que los derechos básicos implican deberes, y deberes que no sólo incumben al Estado sino a todos los ciudadanos.

Que la ausencia de valores éticos deriva en los problemas estructurales de la sociedad.

Como dijo Rousseau, la sociedad democrática y racional necesita algo que una a los individuos, por encima de los intereses particulares, unos “intereses comunes” que comprometan a toda la humanidad en la empresa de hacer un mundo más humano.

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