[Armando Mariaca]

A mayor poder, mayor responsabilidad


La historia de la civilización ha mostrado que cuanto más poder ha logrado el ser humano, alcanzó más éxitos científicos, técnicos y culturales en beneficio de la humanidad; pero, ello ha sido posible tan sólo debido al poder bien administrado, debidamente utilizado, constructivamente realizado, humildemente practicado y, muy especialmente, como impulso de sanas conciencias fortalecidas por virtudes y valores. El poder mal usado casi siempre ha mostrado resultados contrarios al bienestar humano y sólo favorable para quienes lo han practicado y han usado de ellos como medio de dominio a los pueblos y persiguiendo fines contrarios al derecho humano.

La práctica del poder sea político, económico, social o de cualquier otra naturaleza por su mala práctica ha servido para dominar o avasallar a seres humanos que han sido convertidos en siervos o esclavos; sirvió para el envilecimiento de déspotas, tiranos o dictadores que han sometido a muchos de sus semejantes para fines contrarios a toda condición humana, han servido para el enriquecimiento malhabido de pocos en detrimento de la pobreza de los más; fue fundamento y base para violentar las leyes y hacer escarnio de toda virtud.

De los extremos del mal uso del poder han surgido tiranías y dominios de déspotas como Nerón, Calígula, Hitler, Stalin, Castro, Idi Amin Dadá y miles de otros hombres sin conciencia del bien que han desquiciado y arrebatado a partes de la civilización, han destruido valores y vidas conforme su insanía les exigía porque se alimentaron con el dolor, las lágrimas y el luto de millones de personas. Lamentablemente fueron muchos sabios y genios de las artes, hombres y mujeres de gran valía intelectual, que han caído en las fauces de ambiciosos y tiranos que no vacilaron – en servicio del armamentismo – en destruir todo valor porque consideraban que ello significaba menoscabo de su poder, todos ellos se coronaron con sus éxitos e hicieron escarnio de todo lo sano y digno.

El hombre, por principio, debe tener en cuenta que cuanto más poder tiene, debe tener más responsabilidad y conllevar con esa condición, los valores de la humildad, la caridad, la honradez, la decencia, la moral, la dignidad y el respeto por los derechos de los demás; mayor responsabilidad para responder con su conducta a la confianza depositada por quienes los han investido de poder que, además, no es gratuito porque es otorgado por Dios en beneficio de pueblos, naciones o países a los que es preciso servir con amor, honestidad y responsabilidad.

Para muchos hombres, poseedores de virtudes y valores, el poder implica ambición para más poder y les da la sensación y convicción de que ese poder que tiene está para dominar a los demás y servirse de lo que le ha sido confiado; de este modo, quien usa mal los poderes que tiene sólo los detenta porque los usa contrariamente a los intereses de un pueblo o conjunto de personas. Así, los que usurpan funciones que no les corresponde o que han sido alcanzadas mediante el derecho de la fuerza, cual es el caso de las dictaduras, sólo detentan el poder con el que conculcan las libertades de las personas, destruyen la institucionalidad y combaten todo lo que contraría a sus pasiones y ambiciones, todo lo que es contrario para sus áulicos que les hacen ver grandezas donde sólo hay espejismos, de partidarios que les muestran caminos dorados y virtudes que no existen y que sólo son obnubilaciones de mentes sojuzgadas por la corrupción.

Kung Tse (Confucio) dijo una vez a sus seguidores: “El gobierno que tiene poder y no sabe usarlo conforme a virtudes, está condenado a desaparecer y, antes, a sufrir el desprecio de su pueblo”. El sabio chino quiso mostrar que el poder mal utilizado es siempre semillero de la propia destrucción de quienes lo desvían de los caminos del bien. Por su parte, el también sabio chino Lao Tse, sostenía: “Las malas artes son como las malas políticas porque ensucian y destruyen todo lo que tocan”.

Hay que convenir, pese a la práctica de malas políticas en el gobierno de los pueblos, que el hombre está imbuido de virtudes y principios -a veces dormidos- que tarde o temprano responden siempre con altura y saben defender su libertad y el sentido de justicia que debe primar en la vida. No puede haber pueblo eternamente sojuzgado o menospreciado por la mala acción de los que utilizan mal el poder porque existe la virtud de la esperanza que siempre muestra caminos dignos para que el bien se imponga sobre el mal; es esa esperanza la que alimenta los alientos de sociedades y naciones que claman por sus derechos y, sobre todo, por el derecho de exigir que quienes poseen poder de cualquier naturaleza lo usen bien en servicio de quienes siempre tienen más derechos que los poderosos, que deben entender, responsable y honestamente, que el poder es amor y servicio en honor y honra de las personas.

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