[Floren Sanabria]

Murillo y la revolución de 1809


Sobre la vida y obra de Pedro Domingo Murillo y la revolución de La Paz hay diversidad de estudios, ensayos, notas profusas como aquella titulada “La mesa coja” de ¨escribidores¨ enemigos de ayer y hoy, y propósitos como los de la candidata a gobernadora que quiso cambiar el histórico nombre de la Plaza Murillo y bajar la estatua del insigne prócer para reemplazarlo por Túpac Katari y Bartolina Sisa. El pueblo paceño mostró su indignación y en las elecciones para gobernadores y alcaldes dio un revés a dicha ex dirigente de las “Bartolinas”, acusada por desvíos del Fondo Indígena.

En síntesis, diremos que el levantamiento viril contra el despotismo hispano -16 de Julio de 1809- fue categórico, franco, y decidido en sus propósitos, bien organizado y, desde el principio con planes señalados de antemano, terminantes y decisivos. El movimiento independentista, más que un acto de rebeldía y protesta, fue una auténtica revolución en la América Latina, hasta entonces postrada, humillada. Fue un intento, el más serio para transformar la estructura colonial echando a los españoles del territorio altoperuano para organizar una Patria gobernada por los hijos de la tierra, sin intromisión extranjera alguna.

Fueron años de paciente y arriesgada labor, de prédica incesante a cargo de un grupo de patriotas a quienes desde 1805 encabezó Murillo, que dieron como fruto una respetable legión de nacionalistas que anhelaban la libertad, el respeto político, social, y estaban dispuestos a enfrentarlo todo.

Finalmente, con la reacción paceña de hombres, mujeres, mestizos y criollos, a menos de dos meses de la insurrección chuquisaqueña, estalló una revolución franca y violenta, clamando por la libertad.

Aquel golpe audaz permitió a los rebeldes tomar el poder, apoderándose de la fuerza pública; se organizó cabildo abierto, se depuso a las más altas autoridades realistas, como el gobernador Dávila y el obispo La Santa, se nombró, en fin, una “junta tuitiva”, cuya presidencia recayó en Murillo, comandante ya de las tropas patrióticas, con grado de coronel.

Todo estuvo perfectamente organizado y contó con una carta de presentación como la Proclama, documento que muestra a las claras las intenciones de los revolucionarios y las metas por ellos trazadas. El documento es, por cierto, uno de los más audaces y contundentes de la causa americana.

De frente, con voz alta y orgullosa, mirando el porvenir, así fue esta revolución que hizo temblar las estructuras de la colonia, abolió la encomienda y la mita, los impuestos que pesaban mayormente sobre los indígenas, que en el momento preciso no contribuyeron con su apoyo masivo a la causa revolucionaria por temor; simplemente fueron espectadores de piedra.

Lamentablemente los lazos que unían a los paceños con otros conjurados de Chuquisaca, Cochabamba y Oruro, quedaron rotas, los patriotas paceños habían quedado solos, pero no se acobardaron ni se amilanaron aquellos varones de verdad cuando se enteraron del envío de tropas para sofocar el levantamiento. Hicieron frente con decisión y prestancia a las terribles fuerzas de la monarquía. Se disponía de gente, pero no de armas, sobraba el valor, pero no había medios para combatir, defenderse, repeler la invasión. Los criollos de la gesta de honor irrumpieron como una tromba violenta. Los días que siguen a la revolución son tristes.

Gloria y honor en estos 206 años a los protomártires de la revolución de Nuestra Señora de La Paz, que dieron libertad con su sangre el 16 de Julio de 1809, encabezados por Murillo, prócer de la independencia americana, el gran caudillo que sacudió al yugo hispano. La Paz de Ayacucho será siempre cuna de la libertad y tumba de tiranos.

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