El acto fue en Cochabamba

Mariano Baptista habla de su trayectoria intelectual

• El reconocido escritor y periodista fue nombrado miembro honorario de la Organización de Poetas, Escritores y Narradores (PEN) y aprovechó la oportunidad para relatar vivencias que aportaron en su formación


El escritor y periodista Mariano Baptista.

La organización de Poetas, Escritores y Narradores (PEN), además de intelectuales, artistas, familiares y amigos rindieron ayer un homenaje a Mariano Baptista Gumucio, de quien resaltaron su gran legado de escritor, periodista, historiador e impulsor de la cultura, una trayectoria reflejada en más de 60 obras y un extenso currículum. En la oportunidad, el galardonado aprovechó para contar sobre su trayectoria intelectual, que concluyó con la solicitud de la creación de museos en Cochabamba.

Discurso

La honrosa distinción que me confieren hoy mis colegas cochabambinos agrupados en el Pen Club compromete mi gratitud y la de mi familia. Y me lleva a evocar hechos de mi vida que tienen relación con el tema que nos ha convocado aquí.

Aunque nací en Cochabamba y pasé un año en el colegio La Salle al final de la primaria, en razón a que mi padre trabajaba en el Banco Central y era destinado a distintos lugares del país, estuvimos con mis hermanos en Tupiza, Sucre, Oruro y finalmente en La Paz, donde he vivido la mayor parte de mi vida, salvo una década de autoexilio en Venezuela, a raíz de un malentendido que tuve con Paz Estenssoro, de quien fui secretario privado, años antes.

Abandoné la política militante en mi juventud al ver el desmoronamiento de las esperanzas de abril de 1952, advirtiendo como decía Borges, que las ideas nacen tiernas pero envejecen feroces. Recuerdo que entonces fui nombrado Secretario de Cultura de la flamante Central Obrera Boliviana, que dirigía Juan Lechín Oquendo. Tomé pues partido, de una manera apasionada por la cultura, entendiendo que su fomento y expansión salvará a Bolivia como no pudieron hacerlo el salitre, el caucho, el estaño y otras riquezas que abundan en nuestro suelo, pero que hasta ahora solo nos han traído desgracias, como la coca-cocaína.

Con Marcelo Quiroga Santa Cruz, José Ortíz Mercado, ya desaparecidos y amigos entrañables como Alberto Bailey Gutiérrez, Oscar Bonifaz y José Luis Roca, colaboré a un gobierno en trance a la democracia, como el del Gral. Ovando y a otros regímenes del período democrático, pero diría que mis incursiones en la gestión pública y en la diplomacia han sido más bien breves. En ese primer gobierno que llamamos de “apertura democrática”, me estalló literalmente en las manos la guerrilla de Teoponte, pues sus organizadores que eran a su vez directivos de la Confederación Universitario, me visitaron en el Ministerio, ofreciéndose a colaborar en la campaña de alfabetización que habíamos emprendido. Obviamente, no se me pasó por la mente que era objeto de un engaño en el que ellos llevaron la peor parte, pues sacrificaron la vida en un intento que a todas luces iba a terminar en un desastre. No es éste el momento de juzgar lo que hicieron y por supuesto, yo solo puedo lamentar el sacrificio inútil de ese puñado de jóvenes que hubiesen podido contribuir tanto a Bolivia.

Mi hogar periodístico ha sido “Última Hora”, donde creamos la revista cultural “Semana”, y la biblioteca popular, que alcanzó a editar 300.000 libros de 50 autores noveles y otros consagrados, distribuidos en las calles por los canillitas, superando con creces la producción de libros que habían logrado hasta entonces el Ministerio de Educación y editoras acreditadas, pero he trabajado también en otros medios por casi cinco décadas. Publiqué varias obras dedicadas a algunos varones, cuya labor intelectual o política quise destacar desde Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela, que escribió en un millón de palabras la historia de Potosí pero, al mismo tiempo, un siglo antes de la independencia, prefiguró lo que sería Bolivia; hasta José Cuadros Quiroga, inventor del Movimiento Nacionalista Revolucionario, pasando por Alcides D’Orbigny, Franz Tamayo, Man Césped, Carlos Medinaceli, Augusto Guzmán, Wálter Guevara Arze y Augusto Céspedes. Y habiendo pasado en vela algunas noches en el Palacio Quemado, escribí también sobre ese caserón contiguo, una biografía desde sus inicios como cabildo de La Paz. Me ocupé en otro volumen de los jesuitas, que nos legaron los bellos templos y la música barroca de Moxos y Chiquitos, hoy patrimonio de la humanidad.

Dediqué otras obras al tipo de escuela y de educación que aún perviven en Bolivia, pues desde mi años de escolar hasta los de ministro, consideré que era cruel y además insignificante en términos de rendimiento, el encerrar a los niños y jóvenes por doce años en aulas que muchas veces parecen cárceles, mientras el mundo, sobre todo en las últimas décadas, ofrece tan maravillosas posibilidades de educación, con el apoyo de los modernos sistemas electrónicos. De ahí que para predicar con el ejemplo mantengo desde hace quince años, sin faltar una sola vez, el programa televisivo semanal “Identidad y magia de Bolivia”, que me ha llevado a los nueve departamentos del país, desde Toro Toro en Potosí con sus huellas de dinosaurios hasta la comunidad “Soberanía”, única población boliviana en la extensa frontera de Pando con Perú. Me he detenido en monumentos precolombinos, iglesias, museos, universidades, hospitales, hoteles, cuarteles o campos de cultivo. Mi propósito fue hacer conocer al público, nuestro territorio en toda su estupenda diversidad, el mismo que infortunadamente, arde ahora por los cuatro costados, no figurativa, sino efectivamente a través de los chaqueos, provocados por semi alfabetos u otros, a quienes en la escuela, no les enseñaron sobre ecología y respeto a la naturaleza.

Tuve oportunidad en estos recorridos, de conocer y exaltar la labor de filántropos anónimos, escritores, historiadores, artistas plásticos y escultores, músicos, médicos, sacerdotes, artesanos y campesinos, hombres y mujeres que aportan a Bolivia con su labor creadora. El propósito subyacente de este emprendimiento fue además el de elevar la autoestima y la fraternidad entre los bolivianos. No ha sido tarea fácil, pues de no haber mediado invitaciones, me habría sido imposible trasladarme de un sitio a otro. Tampoco las condiciones de locomoción son fáciles. Para darles apenas dos ejemplos: Tuve que viajar doce horas por el río Beni y el Tuichi, para hacer un programa de una hora, con los tacana de Chalalán, y en otra oportunidad tropecé con un bloqueo entre Potosí y Sucre, que me obligó a caminar desde medianoche hasta el amanecer como en medio de un socavón, tal era la oscuridad, cargado con mi cámara y un maletín que afortunadamente tenía ruedas para arrastrarlo. A mi lado, un grupo de turistas españoles imprecaba a los cielos por su mala suerte de seguir el trayecto de esa manera, mientras yo reflexionaba en que los bloqueadores ignoraban –como lo hacen todavía– que el derecho del uno termina donde empieza el de los demás. Pero todo esto se compensaba con las gentes que conocía y que aprendía a admirar, bolivianos y bolivianas que no le piden nada al Estado y dan todo a su comunidad.

“En todo momento –dice Giovanni Papini– somos deudores para con los antepasados y acreedores en relación con los descendientes y todos responsables, los unos para los otros, tanto los que duermen en los sepulcros, como los que nacerán dentro de algunos siglos. Hay una comunión de épocas, como hay una comunión de santos y una comunión de delincuentes”. En mérito a esa comunión con el pasado, permítanme, invocar en esta, tan grata ocasión para mí, las sombras de mis mayores: la de José Manuel Baptista, mi tatarabuelo, a quien el Presidente José Ballivián distinguió con una medalla, que dice: “Salve mi patria y su gloria en Ingavi”; a Mariano Baptista Caserta, mi bisabuelo, expresidente de la República, que tuvo entre otros méritos, el de negociar con la Argentina el reconocimiento de Tarija como parte definitiva del territorio boliviano y el tratado de 1895, con Chile, por el que ese país reconocía un puerto soberano para Bolivia, en el Pacífico; a Luis Baptista Terrazas, tío abuelo, que a sus 20 años perdió la vida en la batalla del Segundo Crucero, en Oruro, en la revolución federal, a José Vallejos Baptista, mi tío caído en Campo Vía, bajo la metralla paraguaya y finalmente a mi padre Mariano Baptista Guzmán que combatió en Nanagua, Gondra, Alihuatá y Puerto Moreno. Retornó del Chaco, sin heridas, pero es que las tenía en el alma.

De niño, fui horrorizado espectador del sacrificio del Presidente Villarroel, cuyo cuerpo desnudo, baleado y perforado por punzones quedó balanceándose de una soga en un farol, luego de que una poblada asaltara el Palacio Quemado y pienso que desde entonces, mucho antes de saber de Ghandi, me hice un practicante de la no violencia, sin que ello negara mi convicción de que en la vida, se debe luchar por lo que uno cree que es justo y ayudar a los que no pueden hacerlo, por su indefensión, su edad o su sexo. Bertrand Russell, uno de los gigantes intelectuales del siglo XX, a quien tuve el privilegio de conocer en su retiro de Gales, escribió en su autobiografía que “el amor y el saber, en cuanto me fueron posibles, me levantaron hacia los cielos”, añadiendo lo siguiente: “Pero la compasión me devolvió siempre a la tierra. Ecos de gritos de dolor, reverberan en mi corazón. Niños hambrientos, víctimas torturadas por opresores, ancianos inválidos que son sólo una carga odiada para sus hijos, y todo ese mundo de soledad, pobreza y sufrimiento convierte en burla lo que la vida humana debería ser. Aspiro con toda mi alma a aliviar el mal, pero no puedo y sufro. Esta ha sido mi vida. La juzgo digna de vivirse y, si se me diera la oportunidad, volvería a vivirla con gusto”.

Comparto con Ciorán, la idea de que “bajo cualquier circunstancia debe uno ponerse del lado de los oprimidos, incluso cuando van errados, pero, sin perder de vista que están amasados con el mismo barro de sus opresores” y que lo digan sino contemporáneamente y para citar un solo ejemplo, a quienes han entrado a saco en el fondo indígena, llenándose groseramente los bolsillos.

Paralelamente a mi actividad en la televisión, he consagrado este último quinquenio a publicar nueve antologías de viajeros, acerca de las ciudades y Departamentos de Bolivia, del siglo XVI al XXI, cuya segunda edición ha aparecido con la Editorial “Kipus” de esta ciudad.

Pedido de creación

de museos

Queridos amigos: Quiero compartir con ustedes y pedirles su ayuda en un empeño en el que me hallo ocupado hace años, creo como Vargas Llosa que un museo equivale a diez escuelas porque es compartido con gentes de todas las edades y puede ser visitado muchas veces, no sólo para buscar entretenimiento, sino también enseñanzas. Quiero ahora plantear a las autoridades de Cochabamba, –ciudad que está tremendamente rezagada en está materia en relación a otras capitales del país–. La creación de dos repositorios, uno dedicado a Simón I. Patiño, que con sus luces y sombras, ha sido el único boliviano universal del siglo XX y, en el campo de la literatura, otro dedicado a Man Céspedes y a Augusto Céspedes, su sobrino.

El primero por ser introductor de la ecología y el amor a la naturaleza y el segundo, como el periodista y narrador más importante del siglo pasado. Por supuesto que allí figurarían también Adela Zamudio, Augusto Guzmán, Carlos Montenegro, Jesús Lara y otras estrellas de esas décadas de oro que marcaron época en la literatura nacional ¿y por qué no añadir los nombres de Marcelo Quiroga Santa Cruz, Sergio Almaraz, Edmundo Camargo, Héctor Cossio y Gonzalo Vásquez Méndez? Cochabamba no puede apostar al turismo sólo por su buen clima o su gastronomía, también la historia y el espíritu pueden jugar un papel importantísimo, si recuperamos amenamente estas figuras del pasado reciente.

A tiempo de reiterarles mi agradecimiento más sincero, los invito a que trabajemos juntos en estos emprendimientos.

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