Parte I

El NO, una oposición popular

Nicómedes Sejas T.

LA INTELIGENCIA DEL SOBERANO

Los voceros del oficialismo repiten con insistencia que no existe oposición, dando a entender que no hay líder ni partido de oposición que compita por el poder. Pero aquella afirmación olvida que un partido en función de gobierno no solo debe mostrar su fortaleza frente a una oposición externa, sino también frente a otros factores, cuyo sujeto parece indeterminado o ininteligible.

¿Es posible una oposición sin sujeto?

El oficialismo ha ganado tres elecciones presidenciales y dos referendos, pero no hay que olvidar que también ha perdido dos elecciones sin oposición visible: las elecciones judiciales y el referendo autonómico recientemente realizado. No hay partido ni líder que pueda atribuirse el mérito de haber derrotado al MAS en las urnas, por el momento, pero es innegable que el MAS ha perdido dos elecciones.

El elector ha rechazado contundentemente la iniciativa oficial de resolver el problema de administración de la justicia mediante elecciones populares y la propuesta autonómica que debía será aprobada estatutariamente en cinco departamentos.

Las ofertas electorales en ambos casos eran atractivas: la primera ofrecía resolver las taras de la justicia boliviana mediante una propuesta “novedosa”, la segunda, mayor prosperidad regional. El elector supo discernir las ilusiones de la primera y la demagogia de la segunda, porque no es posible resolver con un proceso electoral amañado una subcultura de corrupción, como no es posible un programa de prosperidad regional sin financiamiento, menos con la postergación indefinida del pacto fiscal.

El partido de gobierno parece que empieza a perder la magia indigenista con que hechizó al movimiento indígena y algunos sectores populares, o el cambio del MAS no es el cambio largamente anhelado por las mayorías de este país.

EL DESENCANTO DEL INDIGENISMO

El MAS ha llegado al poder por el descontento y frustración del movimiento indígena y popular con el régimen del colonialismo interno, por su marginamiento político y escasas oportunidades de prosperidad, por la persistencia de una compleja desigualdad que no se ha modificado sustancialmente durante casi dos siglos de República. Los líderes políticos de la vieja guardia confundían la obsoleta normatividad, sus procedimientos y el sistema de partidos, con la democracia de las urnas. Donde el elector votaba pero no elegía. La rebelión de ésta mayoría descontenta encontró la oportunidad para el cambio en la crisis del año 2003, una oportunidad para disminuir las desigualdades exasperantes, pero también sin percatarse del verdadero potencial del cambio en manos de un partido que se había declarado socialista.

En una década, el indigenismo y su programa de cambio ha perdido su atractivo como ideal político de las mayorías aymara y quechua, aunque en su momento fue el mayor trampolín de EMA para llegar al poder. La solidaridad étnica que movilizó a los electores a votar masivamente a favor del MAS se ha desgastado por la ineficiencia de su gestión económica, ya que no se ha modificado el eje productivo de las materias primas, no se ha utilizado eficazmente los recursos provenientes de la renta de materias primas, ni el programa redistributivo ha sido suficientemente equitativo. La gran movilización indígena que ha sostenido una tensión permanente frente al poder del colonialismo interno solo ha logrado un magro empoderamiento del indígena como legitimador de una nueva elite de poder, pero sin acceso a la toma de decisiones con contenidos descolonizadores.

El MAS ha sobrepuesto un cambio abstracto en lo político y un pragmatismo macroeconómico siguiendo la línea del FMI, a un programa de medidas concretas para generar nuevas oportunidades laborales y mejores ingresos, como condición y avance en la lucha contra diferentes formas de desigualdad, que durante generaciones ha sido el objetivo del movimiento indígena y popular. Al final de una década, el universo laboral continúa concentrado en el sector informal, con ingresos determinados por un mercado distorsionado, que no reconoce la calificación de la mano de obra, sin seguro social ni estabilidad a largo plazo; los empleos mejor remunerados están a disposición de los militantes del cambio bajo la dependencia directa del partido de gobierno. Y los mayores beneficiarios de la gestión del socialismo comunitario siguen siendo los ricos empresarios.

La élite de poder está convencida de que su gestión gubernamental es la mejor posible, el elector percibe una realidad diferente. Esta percepción no es efecto de la contrapropaganda; de hecho los ricos que juegan a la política no arriesgan sus recursos con un motivo tan baladí.

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