[Isabel Velasco]

Intrépidos aviadores gringos


Eran las cinco y media de la deslumbrante tarde, llena de sol y de luz del sábado 17 de abril de 1920, cuando la población fue maravillosamente sorprendida con un espectáculo sensacional, al ver surcar por el límpido cielo paceño un aeroplano que, cuando menos se pensaba, apareció por la Ceja de El Alto, remontándose en majestuoso vuelo hacia el centro de la ciudad, por la plaza Murillo, El Prado y Sopocachi, torciendo al sudeste por Obrajes y perdiéndose luego en el horizonte, hasta donde no alcanzaba la vista.

La gente que había visto el aeroplano, aún incrédula no salía de su estupor, pensaba que todo había sido un sueño, cuando como para determinar que el hecho era real, apareció nuevamente el hermoso artefacto por la zona central, donde hizo arriesgadas pruebas de acrobacia área. Descendió a gran altura para luego bajar a toda velocidad en espiral, ante los gritos espantados del azorado público, preparado para una inevitable caída sin remedio. Unos se tapaban los ojos, otros gritaban ¡se challpa! Y de pronto el aparato a punto de tocar tierra, nuevamente se volvía a elevar, dando volteretas y ejecutando perfectos “looping the loops” que todos miraban lelos y boquiabiertos, con los ojos saltados de asombro en el azulado firmamento de Chuquiago Marka.

Todos los paceños salieron disparados y alborotados hacia las calles, no quedó uno en las oficinas, tiendas, almacenes, fábricas y talleres; la gente correteaba de una a otra parte para ver mejor ese espectáculo tan extraordinario. Las ventanas y balcones, las azoteas y terrazas estaban llenas de personas que torcían el cuello de un lado a otro para ver mejor las idas y venidas del aeroplano, el cual surcaba los cielos manteniéndose en el aire, cual libélula con sus alas plateadas y transparentes al reflejo de la luz del sol en una demostración maravillosa.

El Gobierno de ese entonces, cuyo presidente era don José Gutiérrez Guerra, tuvo el honor de marcar el paso gigantesco de la aviación para la Patria. Don Julio Zamora, Ministro de Estado de ese entonces, fue enviado a Estados Unidos a estudiar la fase inicial de la compra de un avión y la contratación de un aviador, más un copiloto. La gestión culminó con éxito y se adquirió en la casa americana Curtis un triplano dotado de un motor “Wasp”, con capacidad de 400 caballos de fuerza, de 12 cilindros, seis por lado.

El aviador Donald Hudson fue contratado junto a su mecánico Robert Albough y ellos fueron los que señalaron desde el aire el progreso infinito de la aviación nacional. Llegada la máquina, aviador y copiloto a Bolivia, se procedió a la construcción de un hangar y la pista en El Alto de La Paz, bajo las instrucciones del Ing. Militar Heredia Villarroel.

Así fue como el primer avión hizo el magnífico vuelo ese sábado 17 de abril, haciendo delirar de emoción al pueblo paceño.

A las ocho de la noche, el pueblo lleno de gozo se arremolinó en las calles, plazas y avenidas, en todo el trayecto de la bajada de El Alto, Cementerio, Garita de Lima, Coskochaka, América, Evaristo Valle, Pérez Velasco hasta la Comercio para recibir y felicitar al galante aviador y a su copiloto. Después de tributarles apoteósica bienvenida se los condujo en hombros hasta la plaza Murillo en una masiva y colosal manifestación de gratitud y admiración. La muchedumbre era tal que no cabía ni siquiera en las calles un alfiler, toda la Comercio estaba atestada de pared a pared, muchas ventanas se rompieron, la gente apretujaba. En la plaza Murillo oleadas humanas causaron muchos contusos, asfixiados y heridos, se perdió cantidades de zapatos y muchos fueron llevados a la Asistencia Pública por sofocación.

Era natural y lógico el entusiasmo popular ante un espectáculo maravilloso y un hecho tan singular, una nueva era se abría para el progreso nacional, cuando en ese entonces ciertas autoridades, militares y civiles se oponían tenazmente a la aventura del vuelo de aviones, sosteniendo la inutilidad de los riesgos de la aviación en las alturas altiplánicas. Se comentaba con prodigalidad sobre los antecedentes y tentativas que hicieron aviadores que de tales nada tenían.

Muchos “aviadores” de ese entonces no habían ni siquiera podido elevarse a cuatro metros, pero eso sí se hicieron la “América” con las contribuciones del comercio, la industria, la municipalidad y el pueblo, el cual entusiasta y ávido de ver volar un aeroplano, colaboró con sus donaciones y muy crédulo se congregó en el Alto, como en el caso de los chilenos, los hermanos Rapini, tristemente llamados después de varios intentos los hermanos Rapiña, luego de sus inútiles hazañas.

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