¿Eres la mamá perfecta para tus hijos?



Para algunas mujeres el ser madre es un anhelo o una realización personal, lo maternal lo vamos observando desde muy pequeñas cuando las niñas juegan el rol de ser mamás.

Cuando llega el momento de ser madre existen ciertos cuestionamientos de: ¿Seré una buena madre?, ¿sabré hacerlo bien? es la duda que se plantea toda mamá primeriza con su recién nacido en brazos. ¿Cómo podré ser una madre perfecta para mis hijos? mientras van creciendo son estas dudas que se presentan.

La mayoría de las madres desean ser las mejores para sus hijos. Y en realidad la respuesta es que sí son muy buenas madres para sus hijos desde que nacen, no hay duda alguna, ya que nadie mejor que una madre conoce y entiende a sus hijos, y los hijos en nadie más confían que en sus madres ya que nadie es más capaz de consolarlos o hacerlos felices más que su propia madre.

El amor incondicional hará cualquier cosa por protegerlos, por eso acuden a atenderlos en cuanto los oyen llorar y se desviven por averiguar qué les sucede. Cuando los ven comer, dormir, sonreír con satisfacción, jugar y reírse, las madres sienten ser las mujeres más felices. Los hijos necesitan ser queridos y en sus madres encuentran el amor de su vida. Por su olor, por su voz, por su tacto y su mirada.

El vínculo afectivo que une a madre e hijo es un sentimiento de amor incondicional inducido por la oxitocina (esta hormona desarrolla la motivación y el comportamiento maternal) que surge en el parto o en los días posteriores.

La maternidad no sólo cambia la vida, también transforma literalmente el cerebro de las mujeres, que se vuelven más inteligentes.

Es cierto que como personas existen muchas imperfecciones, con defectos, fallos e inseguridades, pero uno no debe dejarse influir cuando alguien pueda decir que no es buena madre ya que investigaciones más avanzadas confirman que el embarazo, el parto y la crianza del bebé generan nuevas conexiones en el cerebro de la madre así también el del padre, pero en menor medida. Se incrementa también el neocortex, el cerebro superior exclusivo del ser humano, algo que sólo ocurre cuando realizamos un aprendizaje muy complejo.

Esta mejora cerebral es fruto de la adaptación que implica ser madre (asumir riesgos, superar dificultades y aprender cosas nuevas), pero sobre todo está motivada por las descargas de oxitocina, la “hormona del amor”, que inundan el organismo materno en el parto, al dar el pecho y en el contacto afectivo con el bebé.

EL AMOR

El amor es una energía mental positiva muy poderosa que agudiza los sentidos (las madres se vuelven más intuitivas), aumenta su eficacia (son capaces de hacer diferentes multitareas), son más resistentes, motivadoras en su inteligencia emocional para querer y cuidar a sus hijos.

Al nacer el bebé ella lo siente como una parte de sí misma. Hacia los ocho meses, los niños empiezan a manifestar temor hacia los desconocidos, hasta el punto que se ponen a llorar ante una persona que nunca han visto, y su angustia sólo se aplaca si su madre lo toma en brazos.

Hacia los 18 meses, cuando el niño descubre su “yo”, necesita reafirmarlo enfrentándose a su madre y llega la época de las rabietas.

Existirán diferentes momentos maravillosos, pero en esos días de conflicto, la madre debe desechar la idea que el niño no la quiere, porque, definitivamente, un niño necesita de una madre con sentimientos y que, a veces, se equivoque, igual que él se equivocará, sin que por ello deje de ser querido. Madre e hijo necesitan estar más tiempo juntos para construir esa relación.

Y no sólo se trata de la falta de sueño, de las secuelas del parto, de los cuidados que demanda un recién nacido, ni siquiera del cóctel de hormonas que la deja cansada hasta varias semanas después. Tampoco la falta de experiencia y la incertidumbre acerca de si lo está haciendo bien o no, ni las propias dudas y comentarios de familiares bien intencionados, pero que no hacen sino disparar la propia inseguridad, el miedo de la maternidad.

Ser madre es más que eso. Es la ruptura total y repentina con su propia identidad con aquello que hasta el momento del parto la había definido: sus proyectos, sus ambiciones, su trabajo, sus amigos, su cuerpo, y todo aquello que llamaba suyo. Su tiempo. Su vida.

La idea de la perfección debiera asegurar la educación de hijos sanos y felices. Sin embargo, quien piensa que un rol de madre casi perfecta garantiza un buen desarrollo, está en un error.

Una familia que busca la perfección pretende que no haya conflictos. Su ausencia les quita a los hijos la oportunidad de desarrollar recursos para sentirse fuertes, capaces y seguros ante una crisis de cualquier magnitud.

Los padres que nunca expresan sus emociones, que evitan las discusiones y niegan que los problemas existan, les están mandando el mensaje a sus hijos de que el enojo, la tristeza, la soledad, los desacuerdos y los miedos no son parte de la vida ni de las relaciones. Entonces ellos buscarán tener una “relación perfecta” armónica y sin espacio para el dolor.

Si aprendemos a vivir con nuestro miedo a equivocarnos, a lastimar y a sentir dolor podremos conectarnos con nuestro mundo emocional y abrir la puerta a todas las emociones de nuestros hijos.

Pero si se trata de ser una madre perfecta, querrá tener niños obedientes, sonrientes y “educados” que marchen a su ritmo y voluntad, olvidando su individualidad y desconectándote de sus sentimientos para sólo pensar en los suyos y en lo que cree que es “lo correcto”.

Los niños pequeños son curiosos por naturaleza y desean explorar su entorno y muchas de las actitudes de las madres es molestarse con ciertos tipos de reacciones con el objetivo de culpar y juzgar; y la respuesta emocional del niño será sentir vergüenza y rechazo. Todo extremo es malo así que se debe analizar y controlar las acciones ya que la madre es modelo a seguir de sus hijos.

Si nos enfocamos en reconocer nuestras propias emociones, podremos empezar a cambiar nuestras conductas, pero si no las reconocemos como propias, haremos a alguien más (los hijos) responsables de nosotros. Para lograrlo debemos tomarnos mínimo 20 minutos a la semana para trabajar en el vínculo con nuestros hijos y practicar actividades que generen esta respuesta de calma y conexión emocional. No existen madres perfectas, pero hay millón de maneras de ser una buena Madre.

 
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