[Armando Mariaca]

Amor, fe, paz y unidad, cimientos de salvación


La civilización humana de todos los tiempos, ha buscado que la paz sea condición imprescindible para el reinado del amor y la unidad de todos los hombres pero basados en la fe; una fe que tenga presente en la vida a Dios y al mismo ser humano; pero, la soberbia -mal que dio inicio a todo lo que destruye al mundo- no permitió porque resaltaron nítidamente los intereses creados, las luchas de clase, las confrontaciones, las guerras, las ambiciones hegemónicas y el reinado de la vanidad acompañado de falsedades y mentiras que se encargaron de anular la verdad y la libertad que son condiciones de vida para el ser humano.

Dios, en su infinita bondad, envió a su Hijo, Jesús, para que viva entre los hombres y les muestre caminos ciertos de verdad, vida, concordia y armonía entre todos; mostró que todo bien, todo emprendimiento del hombre en pro del mismo hombre, se base en Dios y en el amor entre todos, pero la soberbia hincó hondamente sus garras en quienes tuvieron poderes políticos, económicos, sociales y de otra índole y nunca pudo despejarse de abrojos, espinas y dificultades el camino a recorrerse.

Nuestro Señor Jesucristo, antes de Su muerte y como prueba máxima de Su amor legó a todas las civilizaciones Su cuerpo, y con él, las condiciones precisas para que viva y progrese la humanidad, mostró los caminos efectivos y transparentes para encontrar los mejores medios que permitan la unidad y la concordia entre todos, pero, egoístas, petulantes y soberbios, los hombres creyeron que, por los progresos alcanzados, podían prescindir de lo proclamado por Dios, desoyeron todas sus enseñanzas y emprendieron los senderos de lo fácil, de lo que proporciona éxitos y de lo que conduce al hedonismo hasta llegar a las guerras que destruyen y se convierten en el principal instrumento para que el hombre resulte el peor enemigo del hombre.

La festividad de Corpus Christi (Cuerpo de Cristo) celebrada ayer, jueves, es, debe ser el recordatorio permanente de lo que predicó Jesús y dio ejemplo de vida, de amor, fe y paz; condiciones que sirven a la unidad, a la vocación por desechar y destruir el mal y, sobre todo, remedio ideal para desterrar de cada corazón todo lo que destruye y anula la amistad y el amor entre todos los seres humanos. Católicos de todo el mundo participaron del sentido de Corpus Christi y, en la mayoría de los casos, posiblemente se afianzaron las enseñanzas de Jesús para que sean práctica de vida, medio de superar los males que agobian y abran caminos de esperanza.

En cambio, para los terroristas fanatizados por el odio; para los que se sienten ateos (hombres sin Dios) -incluidos los que dicen: “gracias a Dios soy ateo”-; para los que acuciados por urgencias y necesidades invocan a Dios y luego reniegan de Él; para los que creen que sólo la ciencia y la tecnología pueden responder a las necesidades humanas y saciar su sed para alcanzar mejores condiciones de vida; para todos los que aman y adoran la idolatría o a falsos dioses o rinden culto a lo que creen dador de vida y bienes; para todos ellos no hay, no se permite el creer en Dios ni en Su Hijo Jesucristo, no conciben la salvación y menos la vida eterna, tampoco aceptan el perdón como medio de conseguir la paz y concordia con sus hermanos; todos ellos, hacen abstracción de lo que tienen delante y que es lo más fácil conseguir tan sólo con la fe hecha amor con sus semejantes.

En Bolivia, país católico en la mayor parte de la población, Cristo es la esencia de vida, camino seguro de salvación, medio de unidad y concordia que se han hecho condiciones de vida para superar dificultades y males que subyugan, anquilosan y hasta anulan esperanzas de mejores días. Somos un país en que se anunció cambios mediante la superación de lo que posterga, atrasa, destruye, frena caminos de progreso, rivalidades y enconos entre todos, diferencias que distancian y postergan; pero, las ansias de imponer doctrinas socialistas que bien se sabe han sido negativas, destructivas y contrarias al bien común de los pueblos, han impedido que todo ello sea realidad. Hoy se viven las consecuencias de no haberse cumplido lo ofrecido y prometido; por todo ello, vivimos disociados, encontrados, divididos, discriminados al margen de tener que soportar al contrabando, al narcotráfico, a la corrupción -tres caballos del Apocalipsis- que seguramente buscan llegar a extremos como los sufridos por Somalia.

Pero, frente a todo ello, hay esperanzas, hay certeza y seguridad de que todo podrá superarse teniendo fe en Dios y esperando la acción de Su misericordia, de que se haga realidad el hecho de ser todos Sus hijos por quienes y para quienes se instituyó el Cuerpo de Cristo que puede y debe ser el pan de unidad, fe, armonía y paz entre todos.

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