Protección de fronteras


 

Una de las primeras preocupaciones que tiene todo país es proteger sus fronteras, como el mejor recurso para cuidar su territorio y básicamente su soberanía.

En este caso, resulta pertinente señalar que entre los seres humanos ocurre otro tanto, crean las condiciones necesarias para resguardar sus hogares. De ahí que su mayor invento fue la puerta, que es precisamente la forma más apropiada de cuidar sus bienes y pertenencias.

Si un país no hace otro tanto, es obvio que implícitamente acepta correr el riesgo de que sus fronteras sean violadas. Pues, es como que la casa grande de una comunidad social esté desguarnecida y, por tanto, expuesta a cualquier avasallamiento, en esta eventualidad por el vecindario.

Esto es precisamente lo que sucedió con Bolivia. Al nacer como nación independiente, tenía virtualmente el doble del territorio que posee al presente. Al habérsele reducido no queda más que reconocer que los propios bolivianos son culpables de haber perdido lo que tenían.

A pesar de ello, continuó descuidando sus fronteras, de manera que en buena parte es atribuible a su propia dejadez el que su espacio territorial hubiera sufrido semejante reducción. Pero, como sigue observando la misma conducta de abandono en cuanto a proteger sus límites, siguen produciéndose intentos de mutilar su integridad.

Este es el caso de la frontera con Chile. Los gobiernos bolivianos de antes y de ahora persisten en el abandono de sus límites con el país vecino. A ninguno se le ocurre reflexionar acerca de las causa reales de la pérdida de la provincia de Atacama, que era la puerta para acceder al océano Pacífico.

Como Chile nació a su independencia con un territorio reducido y, además, sin mayores riquezas naturales, por consiguiente Bolivia se prestaba como una víctima propicia para ampliarlo y adicionalmente poder disponer de éstas. Tales han sido las motivaciones para la agresión militar que sufrió en 1879.

Entonces, el inveterado abandono en que tiene el país sus fronteras, es una invitación para que se aproveche esta circunstancia para apoderarse de sus territorios. A Chile, empero, no le fue suficiente la enorme mutilación que infirió a Bolivia al invadir Atacama.

En el siglo pasado, reiteró su desmedido afán de satisfacer sus necesidades a costa del país y de ahí que se apoderó también de las aguas de la región del Silala. No afectó precisamente a su espacio territorial, pero se aprovechó del abandono en que se encontraba esa región boliviana para beneficiarse de un recurso natural vital, como es el agua.

En este caso concreto no es posible aparecer siempre como víctima, es también imprescindible reconocer que la responsabilidad primaria que tiene el país es resguardar sus fronteras y no lo hace. Con la guerra de conquista por la que Chile se apoderó de Atacama, Bolivia por lo menos debió aprender la lección, porque incluso demandó un gran derramamiento de sangre en la defensa tardía de la soberanía territorial del país.

Corresponde anotar también que Chile no fue el único país que segregó otra parte del cuerpo territorial de Bolivia. Brasil también lo hizo, en el departamento de Pando.

Aunque es penoso hacer estos recuentos, es hora de que Bolivia asuma la protección de sus fronteras, no de palabra, sino en los hechos. La única forma de cumplir esta función es contar con poblaciones humanas en las áreas fronterizas, pues es la mejor forma de contar con el resguardo indispensable.

En vez de que las ciudades capitales dispongan de poblaciones con múltiples carencias de vida, será conveniente que el Gobierno les proponga su traslado a las fronteras, creando áreas urbanas que dispongan de servicios básicos y además se financie la instalación de fuentes de trabajo.

Mientras este proceso madure, resultaría muy justificado que el Tesoro Fiscal subvencione los traslados y permanencia de estas nuevas poblaciones, en vez de estar incurriendo en subidos gastos corrientes, al punto de prestarse al derroche e incluso a la corrupción.

Este esfuerzo cumpliría un doble propósito: cuidar las fronteras y mejorar las condiciones de vida de gente que en las ciudades está inmersa en la pobreza y hasta en la miseria.

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