Usain Bolt y el último relampagueo

El viernes conquistó la presea que le faltaba, nuevamente el jamaiquino se confirmó como la estrella de las Olimpiadas.


Usain Bolt, el velocista más grande de todos los tiempos, clausuró en Río su trayectoria olímpica al comienzo de la fase declinante de una órbita que deja en el firmamento atlético una estela de nueve medallas de oro, igualando la cuenta de Paavo Nurmi y Carl Lewis.

Al día siguiente de constatar sobre la pista, en su última carrera olímpica individual, que ya no puede con sus récords, ni siquiera en la distancia -los 200 metros- en la que todavía soñaba con hacerlo, Bolt apagó su propio pebetero dos días antes de que la llama olímpica de Río se extinga en Maracaná.

“Me estoy haciendo viejo”, confesó tras ganar el oro en 200 con 19.78, demasiado lejos de su récord (19.19).

Como si quisiera refutar sus propias palabras, Bolt realizó una posta final imperial. Cruzó la raya con gesto majestuoso que contrastaba vivamente con la crispación del último relevista estadounidense Trayvon Bromell, que en su descomposición pisó la calle adyacente y el cuarteto americano fue descalificado después de haber cedido, incluso, ante Japón.

El mismo día en que se apagará el fuego sagrado, Bolt cumplirá 30 años y habrá completado dos ciclos olímpicos sin conocer la derrota más que ante sí mismo en grandes campeonatos.

Car Lewis le aconseja que no se precipite a la hora del adiós, que lo haga sólo “cuando esté listo, ni un segundo antes”, porque también Michael Phelps se fue dos veces y otras tantas regresó para seguir siendo el mejor nadador de la historia.

Trece años después de darse a conocer con su victoria en los Mundiales juveniles de Sherbrooke (Canadá) y su récord mundial júnior (19.93) la temporada siguiente, Bolt deja huérfano al atletismo olímpico, que difícilmente encontrará una figura publicitaria de su categoría, capaz no solo de ingresar 23 millones de dólares -según Forbes-, sino de encandilar a medio mundo.

Su biografía recuerda que un muchacho de 17 años, larguirucho, desgarbado y tímido, se encomendó en 2004 a la dirección técnica de Glen Mills, el hombre que un año antes había hecho campeón mundial al cristobalense Kim Collins en París.

Los Juegos Olímpicos le han transfigurado en leyenda viva del deporte. Siempre anheló -no tuvo empacho en proclamarlo reiteradamente- convertirse en un mito equiparable a Mohamed Alí o a Pelé. Bolt llegó a la capital carioca con cuatro tripletes en campeonatos globales, seis oros olímpicos y once mundiales, dejando escapar una sola presea dorada -por su culpa, descalificado por salida falsa en la final de 100 del Mundial de Daegu 2011- durante los últimos ocho años.

En los Mundiales de Berlín 2009 repitió, paso por paso, la gesta olímpica del 2008: tres oros y otros tantos récords mundiales. Falló el triplete en Daegu 2011 (hubo de conformarse con los títulos de 200 y 4x100), pero reanudó la triple cosecha el año pasado en los de Pekín.

EFE

 
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