[Raúl Pino-Ichazo]

El docente de pregrado debe filosofar


El epígrafe es una sentencia muy apropiada para comprender que desde hace muchos siglos acaece que el individuo antes de sentir la necesidad de filosofar, encuentra la filosofía como ocupación pública constituida y mantenida. Es decir que las mujeres y hombres son solicitados para ocuparse de ella por razones inauténticas, que significa lo que tiene de profesión alimenta a los que la difunden o enseñan; lo que tiene de prestigio u otros motivos más puros, pero que tampoco son auténticos. La prueba de que esos motivos son inauténticos está en que todos suponen la filosofía ya hecha.

Los profesionales, mujeres y hombres, aprenden y cultivan esa filosofía que ya está ahí; al aficionado le gusta porque la observa ya hecha y su figura lograda le atrae. Esto puede ser superlativamente pernicioso porque se asume el riesgo de encontrarse sumergido, casi rutinariamente, en una ocupación cuyo íntimo y radical sentido no se tuvo tiempo ni ocasión de descubrir.

Sucede, en casi todas las ocupaciones humanas, que por estar ahí, las mujeres y hombres suelen adoptarlas mecánicamente y hasta entregar su vida a ellas sin que jamás se tome contacto verdadero con su radical realidad. Por lo contrario, el filósofo auténtico que filosofa por íntima necesidad no parte desde una filosofía ya hecha, sino que se encuentra desde luego elaborando la suya, hasta el punto de que es su síntoma más cierto verle rebotar de toda filosofía que está ahí, negarla y retirarse a la terrible soledad de su propio filosofar.

Cuando un docente enseña una materia en la universidad, cualquiera que sea, para producir la extensión de la misma, debe filosofar, para encontrar la realidad en la profundidad, donde descubrirá nuevos elementos de comprensión y análisis que generarán una evolución constante de los conocimientos de la materia, enriqueciendo y separándose constantemente de los programas preestablecidos y que se enseña mecánicamente, produciendo el desasosiego y hasta el abandono del estudiante y el estatismo y rutina académicos en el catedrático.

Por ello es preciso combinar el aprendizaje y la absorción de la filosofía socialmente constituida y recomendada con un perenne esfuerzo por reconsiderar y hasta negar lo existente y volver a comenzar, lo que significa repristinar (volver al origen) la situación en que la filosofía se originó. Lo mismo sucede con una materia académica; se debe conocer su origen para poder transformarla en respuesta concisa a las exigencias de competitividad y brindar al estudiante los conocimientos que lo conduzcan a una estrategia, a un método y a un instrumento que lo habilitan a saber pensar, a saber hacer con dominio y a disponer de instrumentos que encierren competencias con sus objetivos y finalidades, significando que una competencia en su estructura como acción gestiona los procesos de investigación en un determinado área del ejercicio profesional, con el fin de producir nuevos conocimientos, obteniendo la condición de calidad. Si este es su ejercicio cotidiano e indeclinable, sería ocioso afirmar que se trata de un excelente profesional, formado por un excelente docente-filósofo.

Por ello la impartición de una o varias materias en una universidad requiere una revisión constante, porque no se necesita pensar que la materia sea definitiva, esto significa, como en la filosofía, que asigna el paradigma, que todo docente ve el programa analítico como en constante evolución, lo que en la filosofía es constitutivamente un error. Empero, siendo un error es todo lo que tiene que ser porque es el modo de pensar auténtico de cada época y de cada docente filósofo. Entonces, enseñando se constata por convencimiento interno que el pasado de una materia es una historia válida, pero con errores. Y esa incontrovertible realidad es la que el docente debe transformar con el movimiento del pensar, porque esos errores necesarios son los que sobrepujan el intelecto del docente o del filósofo para actualizar, lo cual lleva al progreso.

Aquellos primeros filósofos que en absoluto hicieron la filosofía, porque en absoluto no la había, en rigor no llegaron a estructurar una filosofía, sino que meramente la iniciaron. Son el auténtico profesor de filosofía al que es preciso llegar penetrando el cuerpo de todos los profesores de filosofía subsecuentes o de los vienen después. Imagine el estudiante la calidad académica y el ejercicio de saber pensar que recibe de un catedrático formado a través de este proceso de la filosofía y, ¿por qué de la filosofía?, porque sencillamente la filosofía es la madre de todas las ciencias y como reza una de sus definiciones, es el amor al saber o el conjunto de reflexiones profundas sobre los principios fundamentales del conocimiento. Y quien enseña debe comprender que ese amor al saber debe plasmarse en la aplicación constante del filosofar sobre la materia que enseña enfrentando su radical realidad. Es el proceso que patentiza la calidad de apostolado sin entresijos a la sagrada función de enseñar con autoridad, como asenso del entendimiento que recibe el nombre de fe en lo que hace.

El autor es docente universitario, posgrado en Educación Superior e Interculturalidad, doctor honoris causa, escritor.

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