Bolivia necesita un Copérnico, con urgencia

Ernesto Bascopé Guzmán

Inmune al pesimismo y a la duda, el gobierno nos repite sin pausa que Bolivia conoce el mejor momento de su historia. Con el apoyo de estadísticas que se pretende son inapelables, los ministros y altos dirigentes del partido destacan lo que parece una evidencia: la economía crece, la inversión pública alcanza niveles históricos y el desempleo nunca fue tan bajo. Algunos, con la arrogancia de los cortesanos, nos piden incluso abandonar todo espíritu ciudadano para adoptar la lógica de los militantes; es decir, exigir menos y aplaudir más.

Naturalmente, resulta sencillo desestimar estos argumentos. Se trata, indudablemente, de la más evidente propaganda, producto de la sumisa imaginación de diligentes funcionarios públicos. Esto no constituye una novedad, por supuesto, y si somos objetivos corresponde reconocer que todos los gobiernos precedentes recurrieron a las mismas prácticas, y con el mismo entusiasmo (aunque probablemente con menos recursos).

Sin embargo, otra explicación es posible. En lugar de una grosera manipulación de la realidad, podríamos estar frente a autoridades y funcionarios que creen efectivamente lo que dicen. Así, serían absolutamente sinceros cuando afirman que, de acuerdo con las cifras oficiales, Bolivia está mejor que nunca. Esto último, por muchas razones, es todavía peor que la mentira de la propaganda.

Es peor, porque significaría que nuestras autoridades creen de verdad que crecimiento y desarrollo son equivalentes, o que cantidad y calidad son indiferentes cuando se trata de inversión pública.

Desde la perspectiva del gobierno, deberíamos alegrarnos porque nuestro PIB crecerá más que el de cualquier otro país de la región, aunque dicho crecimiento no implique una mejor calidad de vida para los bolivianos ni se distribuya por igual entre los ciudadanos. De igual manera, tendríamos que darnos por satisfechos con la extraordinaria magnitud de la inversión pública, aunque ésta se disperse en obras inútiles o se evapore en corrupción. Y cuando nos hablen de empleo, correspondería que olvidemos la precariedad del mismo, o los salarios de miseria y la ausencia de un sistema de protección social para todos los trabajadores.

De acuerdo con esta lógica, el Estado estaría al servicio de algunas variables macroeconómicas, y los ciudadanos no tendríamos más alternativa que aceptar que dichas variables - crecimiento del PIB, inversión pública, etc.- constituyen el fundamento de nuestro bienestar…

Hace poco menos de 500 años se publicaba Sobre las revoluciones de las esferas celestes, obra cumbre de Nicolás Copérnico. Comenzaba de esta manera un cambio trascendental de perspectiva -la Tierra no era más el centro del universo- que permitiría el desarrollo de la ciencia moderna.

Quizás es lo que nos hace falta en Bolivia. A una escala más modesta, más humana, necesitamos de un Copérnico que proponga una nueva perspectiva en la gestión pública. El Estado dejaría de adorar unas cuantas cifras para concentrarse en nosotros, los ciudadanos. El bienestar de la población - salud, educación, seguridad- pasaría a ocupar el centro de la acción gubernamental.

Las ideas de Copérnico enfrentaron la tenaz oposición de algunos espíritus tradicionalistas. Considerando el carácter conservador de nuestras élites intelectuales y políticas, es muy probable que lo mismo suceda en Bolivia, si alguien se anima a proponer un cambio político y cultural de esta naturaleza. Afortunadamente, al igual que en el pasado, el cambio es inevitable e imposible de detener. Queda solamente plantear una pregunta: ¿quién se animará a formular este cambio de perspectiva? ¿Quién se atreverá a ser el Copérnico de estos tiempos?

El autor es politólogo.

 
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