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[Alberto Zuazo]

Entre incertidumbres y certezas


Tengo la sensación de que estamos viviendo un tiempo incierto, lo que de alguna manera puede asemejarse a una aventura, de la que nadie sabe en qué concluirá. Inclusive no se tiene certidumbre sobre lo que es deterioro y exaltación.

Desde la óptica pesimista se podrá decir que esta es una época de deterioro de los valores y de las certezas. Para abordar esta temática, no queda otra mejor posibilidad que ahondar primero en la conceptualización de estos términos, de lo contrario se corre el riesgo de incurrir en error y, peor todavía, en ignorancia.

El valor se juzga como lo venturoso y, en consecuencia, esto depende de la conceptualización de la palabra. Valor implica tener la suficiente fortaleza para resistir los males, las agresiones y los infortunios. En buenas cuentas, empero, a todos les ocurre algo de ello, en el diario vivir. Pues es parte integrante de la existencia. A menos que ni siquiera se tenga aprecio por la vida, por donde se llegaría simple y llanamente a la nada.

Esto, empero, no sucede. Por más que nada se haga, algo queda para apreciar o juzgar. Puesto que el simple hecho de nada hacer, implica ya una forma de hacer discurrir la propia vida. Y esta es ya una manera, por lo menos, equívoca de sobrevivir.

En tanto, cuando se imprime al diario vivir un quehacer permanente, siempre existe la posibilidad de acertar o fallar. Sin embargo, ocurra o no algo de ello, de todas formas es darle un sentido a la existencia, concretamente hacer algo a no mover siquiera un pelo para que sea totalmente banal el integrar este mundo, o por lo menos una determinada sociedad grupal.

En todo caso, se presta a juzgar en lo personal o a que por lo menos su entorno familiar tenga margen de tener al respecto siquiera una modesta opinión, sin que implique necesariamente una opinión, ni buena ni mala. Tal vez quepa decir que observa a su alrededor lo que ocurre con indiferencia.

A modo de justificar por lo menos el título de esta nota, hay la posibilidad de considerar que, en unos casos, se produce un deterioro de la existencia. En otros, cuando a la vida se le imprime por lo menos una cierta valía, puede inclusive suscitar una opinión y si ésta se produce, es factible que sienta, aunque sea íntimamente, una emoción. En unos casos puede ser hasta euforia, pero cuando se opta por lo más apropiado podría ser una exaltación, que en la mayoría de los casos se manifiesta en la intimidad, a menos que se tenga un entorno al que desee exteriorizarle este su estado de ánimo.

La reacción más factible es que no se lo ponga de manifiesto externamente, pero en la intimidad de su ser debe o tiene que representarle una enorme complacencia, inmersa en alegría, admiración y anímicamente en gozo.

Ello no significa precisamente incurrir en vanidad, arrogancia o presunción, sino simplemente en apreciar lo que se hace sentir a los demás, por la manera natural de conducirse, sin forzamientos y menos de incurrir en burda egolatría.

En todo caso, cuando se recibe halagos y demostraciones expresivas de reconocimiento, si ello amerita, únicamente cabe gratitud y también compromiso para seguir haciendo lo que suscitan esas manifestaciones de bondad y generosidad.

 
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