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[Augusto Vera]

El dogma de la asunción de María


El 1 de noviembre 1950, la Constitución Munificentisimus Deus, a través del Papa Pio XII proclamó la Asunción de María al cielo en cuerpo y alma.

Pero cuando hablamos de ello, que es uno de los principales desacuerdos entre la Iglesia Católica y las confesiones protestantes (aunque no todas) a partir de la Reforma promovida por el gran Lutero, nos embarcamos en una verdad de fe que no admite discusiones, o en terrenos deleznables, según lo vean unos u otros.

Somos un país respetuoso de toda doctrina de fe, y a través de nuestras autoridades eclesiales, promotores de un diálogo interreligioso que apunta a un ecumenismo al que nunca renunciarán. Y aunque las verdaderas intenciones de la Asamblea Constituyente que puso en vigencia la actual Constitución Política del Estado en 2009, fueron el incentivo solapado, para una apostasía progresiva al declarar a Bolivia como un Estado laico, indudablemente somos un pueblo en esencia católico, abrumadoramente católico, y como en todo el mundo que abraza el catolicismo, este 15 de agosto celebramos ese gran misterio, que como todos los demás implícitamente aludidos en la Biblia, no están en nuestras posibilidades intelectuales comprenderlos del todo, pero los reconocemos como absolutamente ciertos.

Y es que la Iglesia Católica por una parte no admite duda alguna acerca de la muerte de la Madre de Dios, sabiendo de su naturaleza humana, y la muerte es propia de esta naturaleza. Podemos entender, entonces, que Jesucristo mismo no quiso eximir a su madre de las consecuencias de la muerte, aunque la preservó del pecado que la ocasiona, y en todo caso, siendo madre de Dios: “Creemos que murió sin dolor, y de amor” (Alberto Magno). Por otra parte, la Iglesia católica guarda como verdad de fe, que la resurrección anticipada y entrada triunfal al Cielo con su carne viva y glorificada, ya había sido considerada por la propia Iglesia y la teología de manera uniforme desde su antigua doctrina.

De hecho, en el Siglo VI, toda la Iglesia ya celebraba como fiesta principal la Asunción corporal de la Virgen María. Santo Tomás y San Agustín, entre otros padres de la Iglesia, comparten plenamente la certeza de que la Santísima mujer tuvo que ser sacada del sepulcro para pasar a la morada de su Hijo y compartirla por la eternidad.

Luego, que ese hecho haya alcanzado la categoría de dogma de fe y su incorporación posterior en el Catecismo (N° 966) obedece nada más que al consentimiento más unánime todavía de todos los fieles del mundo y de la autoridad de todas las liturgias cristianas. Por eso, el punto principal no es ya saber que la Asunción es de indudable certeza, sino probar que en ella se cumple la condición fundamental esencialmente requerida para que sea colocada por el Magisterio en el número de los dogmas de la fe.

Las Escrituras no hablan literalmente de este misterio, pero lo que no nos revelan explícitamente ¿no nos lo dicen implícitamente? “Dios te salve, llena de gracia; bendita eres entre todas las mujeres”. ¿Acaso Dios midió las gracias que Él puede dar según su soberanía? Se las dio todas, no estuvo semillena, y quien es depositario de todas las gracias del Altísimo, como María las tuvo; todos los dones le tienen que ser inherentes a la Madre de Dios. ¿Entonces por qué negarle la gracia de la Asunción entre tantas otras?

Decíamos que desde hace diez años somos un país laico, en hora buena, porque la profesión de fe debe ser voluntaria y no legal. Felizmente la veneración por María nos sitúa ante la certitud de ese misterio por el que la Iglesia instituyó el 15 de agosto para que todos los fieles lo celebremos como verdad absoluta, porque a una mujer elegida para ser Madre de quien existía desde la eternidad, que concibió sin rubor y parió sin dolor ¿podría estarle limitado pasar de este mundo al Cielo, sin corrupción? Esa prerrogativa que le fue concedida, nace de su maternidad divina; entonces ¿cómo aquella que dio a todos la Vida, podría ser esclava de la muerte?

El autor es jurista y escritor.

 
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