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El coronavirus trastocó los sistemas económicos


 

Hay preocupación en casi la mayoría de los países del mundo porque el coronavirus ha conseguido lo que ningún otro conflicto mundial ha logrado: trastocar el sistema económico en el orbe, porque no hay nación que no se vea afectada por lo que ocurre con la producción, el trabajo y la comercialización de productos y artículos de necesidad pública. No fue posible ninguna previsión con la anterioridad debida porque todo se presentó sorpresivamente y se creía que los problemas no adquirirían las dimensiones que hoy se lamenta y que determinarán procesos de desaceleración económica muy superiores a lo ocurrido en los años 30 del siglo pasado.

Hay desconcierto y desconfianza en todas las actividades productivas, porque las perspectivas se les presentan muy oscuras. Los sistemas financieros están pendientes de lo que ocurra con la economía, especialmente en países como Alemania, Gran Bretaña, Francia, Japón, Brasil y otros que también ven muy deleznables las condiciones para producir y, en casos, existe la incertidumbre de reducir personal, bajar drásticamente la producción y hasta proceder al cierre. La demanda de artículos y productos que se necesita para equipar a hospitales y crear buenas condiciones médicas, profesionales y farmacéuticas han dado lugar a un crecimiento inusitado; pero la pregunta es ¿por cuánto tiempo y qué reemplazos tendrán esos productos para combatir mejor al virus?

La cotización del dólar tiene tendencia a subir y hay angustia en muchos países por la imposibilidad de pagar las deudas internas y, mucho más por el caso de la deuda externa que precisa ser honrada a su vencimiento. Ya Argentina ha decidido recurrir al “default” (postergación indefinida de los pagos) no obstante tener la certeza de que la medida es contraproducente para el futuro en que deberá pagarse incluyendo intereses devengados que, en muchos casos y situaciones, se han convertido en parte del capital. El sector social se encuentra en una especie de cuerda floja por no tener certeza de que el futuro podrá ser mejor o se agravará hasta el extremo de que baje la producción, se baje los sueldos y salarios y hasta no haya dinero para pagar. La angustia radica especialmente en la probabilidad de que los precios de alimentos y artículos de uso y consumo de la población suban hasta límites difíciles. ¿Y qué pasa con la situación de los carburantes? ¿Se podrá mantener precios más o menos estables? ¿Y cuál será la situación si suben, determinando mayores precios de todo lo que se usa y consume?

La inflación tiende a aumentar en la mayoría de las economías y poco se hace para que ello no ocurra porque todo depende de que haya producción, buenas exportaciones, provisión debida a los mercados internos y precios estables de las materias primas. Es mayormente preocupante la situación de los países extremadamente pobres, como son los del Cuarto Mundo que, casi en su mayoría, viven con ayudas de organismos internacionales y países ricos que aún pueden soportar esa carga. En estos países cuya mayoría aún no ha sufrido la presencia y accionar mortal del coronavirus, el estado de vida y salud de sus habitantes podría mostrarse desesperante y colocar a toda la humanidad en situaciones imposibles, puesto que en su mayoría ya hay serias dificultades no solamente para soportar los extremos grados de pobreza sino la presencia de otras enfermedades que causan la muerte de miles de sus habitantes.

Hay que convenir en que todos los países ricos se encuentran preocupados y buscan los medios y modos para confrontar lo que pudiese venir en forma alarmante; y su angustia está en que ellos, no obstante la fortaleza de lo que les queda de sus reservas, podrían tener que soportar procesos inflacionarios hasta desencadenar una recesión sumamente peligrosa. La ventaja de los ricos y desarrollados es que poseen buenas reservas y la producción que tienen es alta para el consumo interno y para las exportaciones que les aseguran fuertes ingresos. Pero ellos ven incierta la situación si es que no se encuentra los remedios para contener a la enfermedad que trastocó todos los sistemas económicos, por más que algunos de ellos, tan solo por demagogia, sostengan que aún están fuertes.

En nuestro país -seguramente uno de los más pobres del continente- existe el temor a una inflación, por la baja de la producción y la permanente ausencia de inversiones; también por las condiciones de dependencia de bonos y soportes financieros a la población que en el día a día se ve más necesitada, especialmente para quienes no poseen una jubilación ni medios financieros que solventen su economía que se muestra cada vez más precaria. Sin embargo, tanto en el gobierno como en el sector privado hay esperanzas de poder superar la crisis siempre que haya paz social, estabilidad de la moneda y no se tenga que cerrar empresas que están recibiendo créditos muy especiales para enfrentar las dificultades.

Por supuesto, también se ha tomado medidas con miras a no presionar el pago de impuestos y las deudas a la banca; finalmente, existe la esperanza de que la banca reduzca sustancialmente los intereses y dé las oportunidades a las empresas pequeñas y medianas urgidas de dinero y que hoy soportan la reducción de sus ventas por causa de la economía informal que no tiene límites para crecer.

El desempleo tiende a crecer pese a que la informalidad se ha convertido en importante fuente de trabajo que la comunidad acepta, por no tener los de ese sector otra ocupación y precisan contar con ingresos para mantener a sus familias. Así la crisis hace cierto el dicho: “La necesidad tiene cara de hereje”.

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