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[Augusto Vera]

Contra viento y marea

Sociología de los festejos por todo y por nada


No se trata de encasillar forzadamente, en los tres últimos lustros en Bolivia, las conductas colectivas de ciertos grupos sociales en exclusiva, porque es innegable que la fiesta y la república nacieron juntas para todos los estratos. A pesar de la pobreza material predominante en la gente, en la hora de festejar, cualquier carencia económica pasa a segundo plano si de darle alegría al espíritu se trata.

Así es, tenemos alrededor de 350 fiestas patronales, es decir en promedio es una por día, pero insólitamente también son celebrados acontecimientos de profundo dolor, como las inhumaciones. Los muertos también tienen su día y los supérstites los festejan con sonadas francachelas, y para qué hablar de las fiestas paganas, en las que hay que “invertir” si se tiene aspiraciones de prosperidad. Ningún gasto es excesivo. Y, claro que no se puede negar que las celebraciones cumplen una función específica en la vida social, por lo que no es impertinente parafrasear, palabras más palabras menos, a Octavio Paz, y llegar a la conclusión de que el boliviano festeja cuando está alegre y cuando está triste. Será porque la fiesta es una especie de dispositivo que a la gente le permite canalizar las emociones de esos dos estados de ánimo. Y en el caso específico de nuestra sociedad, se puede explicar que festejar todo, es una válvula de escape de una vida cotidiana que no se caracteriza precisamente por el tedio, que quizá podría justificar con más sentido salir de ese letargo y aprovechar incluso el duelo para desbordar en frenesí. De todas maneras, celebrar, aunque no haya motivo, constituye un reforzamiento de nuestra pertenencia a esa sociedad.

Y, en honor a la verdad, todas las culturas de este lado y de sus antípodas en todos sus estamentos, tienen ritos que derivan en fiesta, pero en particular en nuestra idiosincrasia, emparentada indisolublemente con el mestizaje, la comida y bebida son elementos centrales; en algunos contextos sociales y geográficos, en cantidades ingentes.

Y todo eso se puede entender, aunque no justificar, porque nuestra esencia de rica cultura, de buen paladar y placer por los estados paroxísticos a que lleva el alcohol, están asociados siempre a nuestra estirpe de un cholaje del que pocos pueden excluirse en Bolivia.

Pero lo que resulta insólito es que, en el país, en círculos de gobierno, en ese ámbito en el que resulta una obligación la mesura, la prudencia y la buena imagen, se han hecho hábito las jaranas en el más alto nivel de autoridad, como parlamentarios, concejales, o asambleístas departamentales que sesionan en cantinas o utilizan bienes del Estado con conductas lascivas, excediendo al simple júbilo, o el homenaje post mortem y siempre festivo, de zutano, mengano o perengano.

Y en ese contexto, en el que todo se festeja y se celebra por nada, es insólito que la llegada de ínfimas cantidades de vacunas para el Covid-19, tenga que ser motivo de espectaculares recibimientos, rodeados de fantasía y farándula, en lotes primero de 20.000; 500.000 y 200.000 dosis que, por cada uno de ellos, las más altas autoridades del país han celebrado, como si hubieran descubierto el antídoto inmediato, cien por ciento eficaz y para toda la humanidad.

Tenemos alrededor del 1 % vacunado de los 11 o 12 millones de habitantes que hay en el país, frente al 50 % de países como Chile o Israel que no festejan, porque nada hay que festejar, sino que actúan, como tendrían que hacer nuestras autoridades sin mayores aspavientos, por tratarse de una obligación constitucional y no de algún generoso obsequio suyo.

No estamos en épocas de dar circo al pueblo, sino programas y políticas de bienestar público que, en materia de las vacunas, es visiblemente deficiente. No es necesaria tanta ostentación ni la presencia de altas autoridades para la llegada de reducidos lotes, ni siquiera el ministro del ramo es imprescindible que vaya. El despacho de Salud, cuenta con técnicos especialistas, cuya presencia es suficiente para la lenta llegada de los inmunizantes.

Augusto Vera Riveros es jurista y escritor.

Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender
la libertad y la justicia.
Reinició sus ediciones el primero de septiembre de 1971.

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