[Armando Mariaca]

¿Un país “akullicador” de coca? ¡Imposible!


Sobre las muchas ideas peregrinas que se dicen sobre nuestro país -generalmente propaladas por las confabulaciones político-partidistas-, ha surgido, el pasado lunes 12, a raíz de la reunión de Viena sobre hojas de coca, la información de que en Bolivia “el 80% mastica coca”; es decir, se “akullican” las “hojas sagradas”.

Semejante extremo jamás ocurrió porque si se trata de mostrar verdades, hay que convenir que sólo esa afirmación correspondería a un 25 a 35% en las regiones occidentales -altiplano y valles- con aymaras y quechuas, consumo realizado en las faenas agrícolas; es decir los procesos de siembra o cosecha e intervalos de descanso; ligeras diferencias entre regiones. ¿Que en el oriente lo hayan hecho? Nunca se supo que así haya sido.

Lo cierto es que desde la Reforma Agraria del 2 de agosto de 1953 y con más contundencia desde que los jóvenes campesinos salen del servicio militar, ya desapareció el “akullico” o masticado; las personas de edad media y mayores de sesenta años, mastican de tanto en tanto y, en casos, sólo en sus festividades religiosas (basadas en la mayor parte en cultos a la “pachamama” o dentro del rito católico a Jesucristo y la Virgen María); pero, que ello sea común y corriente no es evidente.

En parte de la juventud campesina, especialmente en la que reside en las ciudades, “mascar coca da vergüenza” porque para muchos de ellos, no hacerlo implica “cambiar de status” y “abandonar la condición de campesino”. Esos jóvenes son convencidos de lo que es la coca y sus derivaciones -cuando mastican lo hacen por “razones de partido”-. Muchas veces, se alega que las estadísticas muestran resultados diferentes y la verdad es que al habérselas levantado en universos mínimos son manipulables las respuestas.

En Bolivia, país con costumbres similares a otros, no hay el masticado o “akullicu” que se le atribuye. Hay convicción de que el uso de las hojas de coca en mates, o para “aguantar el hambre” o como parches y compresas, es cierto, hecho que ocurre con muchos vegetales con propiedades especiales. El gobierno, en seis años, anunció la industrialización de la coca y nunca lo hizo y será posiblemente porque no contará con mercados que acepten los productos.

El país en su conjunto y con más incidencia las regiones orientales como Santa cruz, Beni, Pando, la rechazan o, en pocos casos, son pobladores aymaras o quechuas que la aceptan ocasionalmente. En La Paz, Potosí, Oruro y Tarija -especialmente por las labores mineras y en zonas altas- hay consumo; pero, ¿generalizar el consumo? Son fantasías. Por decisión de los mismos campesinos, la coca del Chapare es rechazada por ser dura y amarga; en cambio, la de los Yungas es aceptada por ser dulce y suave y la expenden en muchas tiendas de abasto.

En Viena, en días pasados, los representantes del país debieron recordar a Naciones Unidas y a los países ricos el compromiso de 1988 en sentido de invertir capitales financieros y tecnología en crear industrias que permitan generar empleo y, mediante ello, combatir a la pobreza. Las resoluciones de la ONU de 1961 y de 1988 se han tergiversado y reemplazado con la entrega de dinero que sirvió para labores de interdicción -que, nada raro, siquiera en parte pasaría al amplio campo de la corrupción-. La pobreza, pues, por ese accionar, creció en mayor proporción porque hubo más empleo para pobres como oferta del narcotráfico para mayor cultivo de coca y aumento de la fabricación de droga.

Es importante que los países ricos tomen conciencia de que la oferta de más droga es, simplemente, efecto de la mayor demanda por parte de consumidores que pululan en países ricos; lo que corresponde, pues, es disminuir la demanda, las exigencias de los consumidores y ello tienen que hacerlo sus países y no los productores. Si se cumplen las resoluciones de Naciones Unidas, se avanzará mucho en la lucha contra el narcotráfico; de otro modo, y cuando hay crecimiento, se asegura mayor producción y mejor consumo.

Para rematar las aventuras en Viena, el canciller explicó a diplomáticos las ventajas del tubérculo papalisa que, dijo, “sustituiría al viagra como fortificador”. La frase, ni como broma fue aceptada por los presentes y se la tomó seguramente como aquella de “reemplazar la leche con las hojas de coca para que beban los niños”. En fin, hay dislates que se deben pasar por alto pero que se hace imposible ignorarlos y demostrar que jamás deberían pronunciarse.

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