[Armando Mariaca]

OEA, nuestro derecho al mar sin apoyo; ¿otro fracaso?


La 42ª Asamblea de la OEA, efectuada en Cochabamba, no fue ni siquiera una “caja de resonancia” como un escritor señala; fue un nuevo fracaso del Gobierno y que duele al país, lo hiere en sus fibras más íntimas y lo hace menos esperanzado de lo que, por años, había estado. Una reunión de pocos cancilleres de la OEA; los más, indiferentes ante el magno problema boliviano; todos, en general, impactados por la pretensión de mostrarles éxitos contra el narcotráfico que, en resumidas cuentas, son picaduras de una hormiga en lomo de elefante. Del total de cancilleres que componen la organización, 16 son caribeños que, en sus sentimientos sobre integración latinoamericana, hacen caso omiso de lo que pueda ocurrirle a Bolivia porque prácticamente nos ignoran.

Del resto de países, tal vez Venezuela, Ecuador y Perú estén acordes con nuestra demanda; el resto sólo ve sus intereses y toman el caso nuestro como bilateral -aunque en alguna reunión reconocieron que el caso es multilateral-; pero los intereses que se juegan están muy encima de las expectativas nuestras. Chile, con su Presidente a la cabeza, se preparó para la reunión, convocó a ex-cancilleres y diplomáticos de carrera; no improvisó nada, tomó el caso con total seriedad y trabajaron todos porque entendieron que Chile está antes que cualquier interés; para ellos, chilenos de siempre, no hubo ni partidos, ni derechas ni izquierdas ni intereses creados; además, como en todos sus gobiernos, hace lo que sus Fuerzas Armadas disponen porque no debe haber odio más profundo a Bolivia que el que destilan los militares chilenos. ¿Será por un dolor de conciencia, por el asalto a las costas bolivianas?

En nuestro caso, no faltó la palabra del presidente Morales y su canciller; ambos hablaron y mostraron cuán poco trabajaron, cuán mínimamente encararon el problema y cuánto no recurrieron a la experiencia de muchos ex-cancilleres como Agustín Saavedra Weiss, Gustavo Fernández, Guillermo Bedregal Gutiérrez, Javier Murillo, Antonio Araníbar, Ignacio Siles e internacionalistas que cuentan con la preparación, idoneidad y experiencia de muchos años sobre problema tan vital para nuestro país. Bolivia, pues, no encaró el caso con la seriedad y la grandeza que merecía el tema; en otras palabras, se dejó al azar y al “por si acaso” porque, parece, primaron las palabras grandilocuentes que nada dicen y pocos resultados pueden conseguir.

Por poco no se habló simplemente de las hojas de coca o las arrugas de nuestros viejos o el sexo de las piedras o los milagros de la papalisa; en otras palabras, nos libramos y se libró a los cancilleres de absurdos con los que nadie comulga. Ante los resultados, surgen las preguntas: ¿Y qué de la Dirección de Reivindicación Marítima (Diremar), a cargo de un “especialista” que ni se hizo sentir? ¿Y qué de las reuniones “periódicas” de cancilleres y especialistas? ¿Qué trabajo efectivo, previo a la reunión, se hizo? ¿Qué viajes por diferentes países, de los muchos inútiles que hace el Presidente, han tomado en cuenta la urgencia de hacer una especie de “lobby” para mostrar nuestros derechos y buscar apoyos en favor de nuestra causa? ¿Hubo, tal vez, alguna comitiva especial que dedicó trabajo, tiempo y estudios al caso? La verdad es que todo muestra que entramos a la 42ª reunión de la OEA sin tener idea de lo que había que tratar, sin conocimientos y sin planteamientos concretos que se basen en las experiencias, en las conversaciones, en los pre-acuerdos habidos entre presidentes, empezando por el encuentro Banzer-Pinochet el año 1975. ¿Y qué de lo que habría que revisar del Tratado de 1904? ¿Qué planteamientos se deben hacer? ¿En qué nos basamos para nuestras demandas? ¿Y qué de lo anunciado, rimbombantemente, sobre planteamientos ante el Tribunal de La Haya? Que se sepa, nada hay en concreto y sólo, como sorpresa de un sombrero de prestidigitador, logramos ver resultados negativos porque no hubo apoyos o, si los hubo, fue “in corde” de algún canciller que parecía dolido por la posición del Presidente y del canciller bolivianos.

La reunión sirvió para un cruce de saludos y deseos de buenos propósitos. Por supuesto, la OEA seguramente siente que lo hizo bien con su apoyo a la Argentina sobre las Malvinas, y el señor Miguel Insulza se contentó con que Bolivia no fue escuchada y menos que se le haya dado algún apoyo porque su Presidente sólo habló de Derechos Humanos y otros temas intrascendentes sin adentrarse en el gran problema que se pensaba, sería el centro de toda la reunión. En cambio, quien, sin ser nadie para Bolivia ni para el mundo, el señor Rafael Correa del Ecuador, ocupó la testera durante 45 minutos para atacar a la libertad de expresión y expresar dislates que a nadie convencieron.

Así los hechos, la OEA fue, una vez más, un revés para las expectativas bolivianas; en parte por la indiferencia de los mismos cancilleres y, en buena parte, por el gran descuido y el ningún trabajo que hayan realizado nuestros gobernantes. En otras palabras, para “meter la pata”, hay que hacerlo así y sin contemplación alguna por las esperanzas de un pueblo que espera vanamente alguna solidaridad chilena que depende de una sólida diplomacia, de un acendrado patriotismo de sus gobernantes y, sobre todo, de la decisión que tomen sus militares.

 
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