[Ramiro H. Loza]

Significativas gestiones en Lima en poder chileno


Ocupada Lima por el ejército expedicionario de Chile, los plenipotenciarios del invasor chocaron con un vacío de poder que les impedía alcanzar la paz. El presidente Nicolás de Piérola trasladó su gobierno al interior, reorganizando su ejército para continuar la guerra. Patricio Lynch promovido a la máxima jefatura de ocupación, abominaba entenderse con Piérola. Las circunstancias permitieron al jefe de la Legación de Estados Unidos en Lima, Stephen Hurlbrut, jugar importantes cartas diplomáticas para resguardar la integridad territorial del vencido frente a las determinaciones del vencedor. Así lo había adelantado en un Memorando precedido de la advertencia de que “bajo ningún concepto, los Estados Unidos permitirían la amputación de la provincia salitrera peruana” (Tarapacá), según registra la acuciosa autora Carmen Mc Evoy (Guerreros Civilizadores, 2011).

Dicha notificación constituía una piedra en el camino predatorio de La Moneda. Acto seguido, Hurlbrut procuró dotar al Perú de una voz interlocutora para tratar con el enemigo. Empezó por alentar el nacimiento de la Junta de Notables limeños, la que pronto designó Presidente Provisorio al abogado Francisco García Calderón, en cierto modo bajo la mirada complaciente de Santiago urgido de iniciar tratativas Si en lo militar Piérola levantó una fuerza de 7.000 hombres, en lo político la Asamblea de Ayacucho le validó, a su vez, como legítimo Primer Mandatario. Obviamente se trataba de una acción de las provincias que él controlaba.

Mientras ocurrían estos acontecimientos, un atentado contra el presidente norteamericano James Garfield desterraba al limbo dichas gestiones diplomáticas. Sin embargo, el secretario de Estado, James G. Blaine, era partidario de indemnizar a Santiago a fin de que Tarapacá permanezca en poder de Lima. Hurlbrut que había invocado en su Memorando que “las leyes de la guerra civilizada (no permiten) la desmembración violenta de una nación”, para preservar en este caso ese principio consideraba indispensables dos cosas: la unificación de las diversas facciones y la existencia de suficiente metálico para una hipotética indemnización a Chile, recursos que su país no descartaba encontrarlos. Era parte de los propósitos que alentaba, apartar las narices que Inglaterra tenía metidas en el salitre, objetivo por el que Londres no había tenido reparo en armar el brazo de Chile y, además, facilitar que Washington obtenga concesiones en las ricas provincias del norte.

Domingo Santa María, dueño de La Moneda al asumir el mando presidencial, viendo que los planes chilenos corrían riesgo se apresuró a disolver el gobierno de García Calderón, a quien no tuvo inconveniente de exiliar a Chile. Quedaba así interferida la labor amistosa de Hurlbrut y el destino se encargaría de truncarla definitivamente por la súbita muerte en Lima de este general veterano de la Guerra Civil estadounidense. Sus gestiones tuvieron lugar entre agosto de 1881 y finales de 1882.

La derrota del abnegado y heroico Andrés Avelino Cáceres en Huamachuco -a quien Piérola había designado Jefe Político-Militar del centro del territorio- no significó el final de la porfiada resistencia peruana.

A partir de entonces la guerra adquirió contornos “salvajes” por ambas partes. Luis Milton Duarte, abogado, industrial y hacendado prestigioso recurrió al poder de los municipios ante el vacío institucional, rematando en la firma del Tratado de Ancón de 1883, ampliamente conocido. El orgulloso centralismo limeño tuvo que avenirse a la acción provincial, mientras el torvo estandarte de la guerra se enseñoreaba en el banquete del despojo.

En un artículo anterior opinábamos sobre diversas gestiones a posteriori de Washington en favor de la reintegración marítima de Bolivia. Este comentario reedita que el Perú fue objeto de notables intentos norteamericanos para que Tarapacá continúe como parte de la hermana República. Al parecer no existen investigaciones históricas sobre gestiones de auxilio parecidas en La Paz, que hubiesen tendido a salvaguardar el también rico litoral boliviano.

El autor es abogado y escritor

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