[José Alberto Diez de Medina]

El motín del 18 de abril de 1828


El viernes 18 de abril de 1828 fue el día más nefasto para Bolivia, cuando se conocieron los alcances de las maquinaciones y actitudes de los políticos altoperuanos. En un día lleno de traición, descaro e ignominia se atentó contra la vida del Mariscal de Ayacucho, el fundador de Bolivia, el Gran ciudadano, el Presidente de Bolivia.

El Mariscal Sucre conocía las intenciones de los conspiradores, de lo que fue informado la noche anterior, pero siempre fiel a la obediencia a la ley, manifestó: “Dejen Uds. que estalle el movimiento, yo escarmentaré a los perturbadores, limpiando el país de esa mala gente”. Pero lo que no sabía Sucre era que sus más íntimos colaboradores eran parte de la conspiración.

Entre los sublevados había peruanos, y un argentino llamado Cainzo, a quien el general Sucre regalara 200 pesos para que adquiriera vestimenta.

A las seis de la mañana de ese infausto día, pasaba por el cuartel el médico del hospital, Dr. Luna, español, a quien no dejaron pasar los centinelas. Sorprendido por esta actitud, averiguó qué ocurría, enterado de ello se dirigió a Palacio, a informar al Presidente que se había sublevado el Cuartel de la Guardia.

“Enterado el General Sucre, mandó ensillar su caballo, y ordenó a sus ayudantes que le siguieran; el Coronel José Escolástico Andrade fue el primero que se le presentó ya montado, al que ordenó: “Vaya Ud. al cuartel e infórmeme de lo que haya sucedido”. Partió al galope y al llegar a la esquina de San Francisco, fue recibido a balazos, y queriendo pasar adelante, uno de los soldados se apoderó de la brida del caballo, y otro con un fuerte culatazo en el pecho, lo derribó de la silla, pudo salvarse pie a tierra, y arrimándose a la pared de la acera derecha, se deslizó así hasta más de media cuadra, allí se encontró con el General Sucre, que iba en esa dirección acompañado del Ministro Infante y sus otros ayudantes, entre ellos el valiente Comandante Escalona, colombiano”.

“La relación que hizo el Coronel Andrade, sin omitir el riesgo corrido, enardeció más al General Sucre, quien quería personalmente sofocar el motín militar; con ánimo resuelto sin pensar en otra cosa, desafiando el peligro, aplicó las espuelas al caballo, y flanqueando al escape el cañón que en esos momentos se había colocado en la puerta del cuartel, se dirigió a ella espada en mano”.

“Al penetrar y cuando empezaba a hablar a la tropa, que se hallaba formada sin ningún oficial, dieron de adentro la voz de fuego para ahogar sus palabras, la voz de fuego salió de Cainzo”.

“La primera descarga cubrió de balas al General, salvando la vida por milagro, le fue atravesado el brazo derecho, el sombrero horadado en varias partes, y una herida en la cabeza; el Comandante Escalona recibió un balazo que le descolgó el brazo izquierdo, al atravesar con su lanza al soldado más próximo a la puerta”.

“Herido el caballo del General, se encabritó y dando la vuelta, sin obedecer a la ya débil mano que pudiera contenerlo, se precipitó instintivamente en el establo del Palacio; al llegar allí el General estaba desvanecido, la fuerte emoción que había sufrido, más la copiosa pérdida de sangre, lo colocaron en un nuevo peligro”.

“Transportado a su cama, y reconocido que fue por el doctor Luna, con el cuidado respectivo, sin otras heridas de gravedad más que el brazo derecho”.

Mientras tanto, el suceso acaecido consternó a toda la ciudad, todas las capas sociales censuraron la actitud; el gobierno era querido por el pueblo, pero unos pocos altoperuanos engañaron y traicionaron al gobierno constituido.

Postrado en cama el General, se ocupaba por todos los medios de que no cundiese el desorden, y sufriera cualquier desgracia el pueblo que lo aclamaba.

“En esas condiciones, lo visitó la esposa del doctor Casimiro Olañeta, uno de los eminentes próceres de Bolivia, uno de los cabecillas de la revuelta; ella expresó al General en nombre suyo y de su marido, las más sentidas protestas de dolor que su deplorable estado le causaba, más la sincera lealtad de ella y su marido, pidiendo finalmente permiso para que su esposo pudiera visitarlo. Agradeció el General sus palabras, manifestando que no podría aceptar servicios a su persona de su esposo, después de la desleal conducta que con él había observado”.

“Como a las once del día, se presentó el señor Olañeta, siendo recibido por el General, reproduciendo cuanto su Señora le había dicho, reiterando el ofrecimiento de sus particulares servicios”. “Ellos podrán ser útiles a su patria, le dijo el General, si la consecuencia y lealtad viven todavía en el ánimo de usted”.

Al salir del aposento del General, el tal Casimiro Olañeta, ya en la plaza, se dirigió a la turba y al populacho, instigándoles al retiro del General Sucre del Gobierno, empujándolos a la revuelta.

Sociedad Bolivariana de Bolivia.

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