Menudencias

Un juicio moral y ético

Juan León Cornejo

La tregua navideña fue demasiado breve para echar al olvido el escándalo de corrupción que, en la recta final del año que se acaba, marcará con sello rojo la gestión del gobierno actual. Y no precisamente por el delito de extorsión y chantajes, grave de por sí. Ni siquiera por los personajes involucrados, ya sean de alto, medio o bajo nivel de responsabilidad administrativa y judicial. Tampoco por sus probables consecuencias políticas dentro del gobierno, si es que motiva consecuencia alguna.

El sello marcará en rojo la gestión del gobierno por su conducta moral y ética. Por la forma y el desparpajo con que administra una situación que repite otras de los últimos años. Un manejo de los hechos ajeno a todo lo que implica conducta delincuencial, irregular y punible desde la gestión pública y la conducta política. Un estilo, por llamarlo de algún modo, que refleja carencia absoluta de principios y valores. Desde todos los niveles.

En el último caso, a partir incluso de un inexplicable empeño presidencial de responsabilizar de todo a “infiltrados” políticos para desprestigiar a su gobierno hasta una ingenua declaración que pretende pasar la página anunciando que el gobierno considera que ha desbaratado la red. Pasando por una interpelación legislativa que dejó más dudas que certezas sobre la voluntad de esclarecer los hechos que la motivaron.

Si lo ocurrido hasta ahora marca tendencia, es fácil suponer que el final de esta historia triste será una reivindicación de banderas ajenas de lucha contra la corrupción para ganar rédito político. El capítulo cerrará con unos cuantos personajes de pasado y presente oscuro, que a nadie importan, en prisión. Sin mayores consecuencias, como si a nadie afectara lo ocurrido que será enterrado simplemente como anécdota.

Aunque sea ese el final posible del lío, las señales advierten sin embargo el peligro que entraña mantener como norma una conducta que conculca sus propias normas y desprecia la inteligencia ajena. Por los daños no sólo morales, sino también materiales. Pero sobre todo porque pone en duda incluso lo bueno que se proyecta hacer o se hace, si es que se hace algo. Fundamentalmente cuando hay de por medio manejo discrecional de recursos públicos y falta total de explicaciones objetivas, transparentes y con sustento técnico.

El escándalo, por el rango de los funcionarios involucrados, pone a dura prueba la menguante credibilidad ciudadana en el gobierno, En ese escenario, ¿puede alguien, por ejemplo, darle a ese ciudadano una explicación creíble y de soporte técnico sobre la utilidad que tuvo gastar un millón de dólares con motivo del equinoccio de verano? Tras la parafernalia de ritos falsamente ancestrales del viernes 21, todo sigue igual. El tiempo es el mismo de siempre y las conductas de la gente también. Incluso de quienes dijeron que terminaron la envidia, el egoísmo y el reto. ¿Puede alguien, para seguir con los ejemplos, tomar en serio eso de construir una “carretera ecológica” que cruce el TIPNIS por encima de las copas de los árboles o por debajo de sus raíces? Tiene tanto de estupidez como la teoría del “fin del no tiempo”, de la Coca Cola y del capitalismo.

Más allá del atropello a la inteligencia ciudadana, esa conducta tiene también una faceta pragmática. Mayor respaldo tendría, digamos, invertir diez millones en construir un hospital en lugar de gastarlos en un museo en Orinoca. No sólo por cuestión de prioridades cuando miles de personas pasan hambre. Es que los malos proyectos provocan daño económico. ¿Quién se responsabiliza por el costo, mucho o poco, de esos proyectos? En resumen, ¿quién le devuelve al ciudadano la plata de los impuestos que paga, malgastada en ejecutar proyectos sin respaldo de estudios de factibilidad técnica, financiera ni económica?

Y más que eso, en el balance del fin de año habría tal vez que preguntarse ¿quién le devuelve al ciudadano la confianza perdida en la correcta administración del Estado cuando para resolver el problema de corrupción se le ofrece una reforma penal y crear mayor burocracia con “agentes encubiertos”, elegidos a dedo de no se sabe quién, para que vigilen a jueces y fiscales, poco después de habernos llenado la boca por ser pioneros en eso de elegirlos por voto popular? Vaya incongruencia.

Para la formalidad del cierre y aunque el tiempo de hoy sea el mismo de ayer, aquí va el deseo de que a pesar de todo el 2013 sea mejor que este 2012.

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