Un fenómeno recurrente en Latinoamérica es la sacralización de la política y con ella la de los líderes. A Bolivia más que nunca se la intoxica con ese brebaje ideológico. Es el ropaje vernáculo que cubre al Estado Plurinacional, acomodado a la ritualidad andina con aspiraciones religiosas y que se expresa en actos como los solsticios de invierno en el mítico Tiahuanaco y el de verano en la Isla del Sol. Estas manifestaciones más allá de las creencias íntimas de algunos amautas y yatiris que forman parte del Gobierno, tienden a promocionar al presidente Evo Morales a niveles de interés internacional y a consolidar su liderazgo en lo interno, explotando alegorías incaicas de difícil certidumbre, alejadas de las aun más desconocidas de la civilización kolla propiamente dicha, en cuanto precedente aymara.
Una deformación de la teoría pura del Estado -como se la puede llamar- derivó en los “conceptos teológicos sacralizados” conducentes a una suerte de “teología del poder”, la que se hace inexplicable sin la reunión de las condiciones de jefe del Estado y pontífice máximo. Esta doble exaltación adquiere los peligrosos roles sucedáneos de la política. Precisamente el presidente Evo Morales fue investido como “guía espiritual” de tan subitáneo credo religioso. El investigador de la Universidad de Navarra, Martín Santiváñez, señala al socialismo del Siglo XXI en calidad de responsable de esa corriente, conformado en el Continente por “la Venezuela chavista, el correísmo ecuatoriano, el sandinismo de los Ortega y el indigenismo de Evo Morales”, mientras su aliado Ahmadineyad, al otro lado del mundo, gobierna apoyado en el fundamentalismo islámico y opera como imam del mismo.
Este producto mesiánico -como otros- tiende a perdurar en el tiempo, mira a la eternidad, por lo que no son extrañas las declaraciones dogmáticas de durar tanto en el poder como los 500 años del “no tiempo” y de haber llegado al Palacio Quemado para habitarlo indefinidamente. Si las clásicas teocracias dejaron testimonios de su poder en faraónicas construcciones, el Estado Plurinacional no podía ser menos y por ello se rubrica en un Museo de Orinoca -claro culto a la personalidad- y en la “Casa Grande del Pueblo”, denominación común a tantas otras conocidas como tales.
A su vez, si las religiones tienen una de sus cimentaciones en el maniqueísmo de lo santo o “bueno” propio frente a lo sacrílego o “malo” ajeno, el pontífice oficiante predica la filosofía de la confrontación e imagina enemigos internos y externos. No en vano Nicolás Maquiavelo aconsejaba al Príncipe inventar un adversario, si no lo tenía. Mas como nadie está libre de falencias, las lenguas originarias brillan por su ausencia en la prédica cotidiana, expresándose en castellano ante una audiencia unilateralmente parlante.
Bolivia, antes de ahora, teóricamente Estado confesional, pasó a ser Estado laico, aunque lo anotado la adscribe como Estado teocrático a la cabeza de un “guía espiritual” y político infalible. Irónicamente el país se retrotrae a las características de la más pura esencia colonial, período histórico que el Estado Plurinacional sataniza por haberse sustentado en la religión y sobre la autoridad de un Rey de origen divino. Los paralelos con el Estado Plurinacional no pueden ser más claros y objetivos.
El autor es abogado y escritor.
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