Narcotráfico y cuidado de las fronteras


 

Es innegable que el narcotráfico crece imparablemente tanto en lo que se refiere a la producción de alucinógenos como a su comercialización y consumo. La misma industria farmacéutica ha encontrado medios y modos para perfeccionar y agrandar la cantidad y calidad de productos que son similares o, con las mismas consecuencias que el opio, la cocaína y tantos otros productos que invaden los mercados.

Lo grave de esta situación es que no hay medio para contener ni la producción de materia prima ni su industrialización y menos su consumo que es determinante para la producción y su venta en todos los estratos poblacionales del mundo, cuyos gobernantes expresan conceptos muy claros sobre la necesidad de extirpar el mal, pero que poco o nada hacen realmente por cumplir con ese objetivo.

Para los países ricos y desarrollados, la culpa de la proliferación de drogas está en los países productores, especialmente cuando se trata de la cocaína y la heroína; no conciben que ellos, como compradores y consumidores, son causantes de la demanda, porque si sus pueblos no exigieran más, automáticamente bajaría la producción de drogas. Son, pues, ellos, los países consumidores, los que deben contener el tráfico, comercio y consumo de drogas.

Los países productores de alucinógenos con base en la coca, amapola, opio y otros vegetales, han desarrollado campañas muy serias y continuas para erradicar la producción y venta; pero son los países ricos los que proveen de los precursores químicos necesarios para la producción del letal veneno. Si hubiese restricción, mediante controles estrictos a la producción de precursores químicos, buena parte del problema se solucionaría aunque, con seguridad, los empresarios de las drogas encontrarían medios y formas para reemplazarlos.

El problema habría que encararlo, decisiva y decididamente, controlando y hasta cerrando a las drogas las fronteras abiertas de los países productores, puesto que son fronteras abandonadas, o con poblados mínimos y escasas fuerzas policiales, donde no es posible realizar control efectivo y, en casos, parte de la población se hace la de “la vista gorda” por presión de los narcotraficantes que, en casos, llegan a esclavizar a personas con tal de contar con su apoyo y complicidad silenciosa. Son las Fuerzas Armadas las que deberían controlar las fronteras haciendo que sus tropas sean permanentes ocupantes de ciudades y centros poblados para que realicen labor de vigilancia e interdicción contra los narcotraficantes; de otro modo, mientras no hayan acciones enérgicas, el tráfico por las fronteras continuará indefinidamente y cada vez con mayor eficacia en detrimento y perjuicio de millones de seres expuestos al letal peligro de las drogas.

Es importante tener en cuenta que el abandono de nuestras fronteras en Bolivia es crónico y mientras estén atendidas por pocos soldados que nada pueden hacer, el problema no tendrá fin.

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