Las bacterias intestinales podrían cambiar nuestro comportamiento:

Con el cerebro en las tripas



En nuestro intestino hay una red de varios cientos de millones de neuro-nas que actúan de manera indepen-diente del cerebro. Este entramado de células nerviosas intestinales está en contacto íntimo con la mayor pobla-ción de microorganismos del cuerpo humano, unos 100 billones de bacte-rias, y se le ha llegado a llamar ‘el se-gundo cerebro’.

Julia García López

Desde el nacimiento, millones de bacterias empiezan a colonizar nuestro intestino. Desempeñan un papel fundamental para mantener la sa-lud física pero, además, podrían tener mucho que decir en la personalidad. Modifican el estado emocional, influyen sobre la memoria, el estado de ansiedad e incluso serían clave a la hora de elegir compañía sexual, como apuntan estu-dios con animales. Sin ellas no seríamos quien somos.

Podría ser un thriller psicológico, pero es real: dentro de ti hay una legión de millones de seres diminutos capaces de influir en tu mente sin que te des ni cuenta. Poco a poco la ciencia está des-montando la visión antropocéntrica de un ser humano autosuficiente, con control total sobre sus funciones mentales. No vivimos solos. Millones de bacterias no patógenas nos acompañan desde que nacemos y sin ellas nada sería igual. Juntas forman nuestra microbiota.

Se sabe que son imprescindibles para desarrollar unas buenas defensas y para la digestión de ciertos alimentos. Pero, además, son capaces de comunicarse con el cerebro. Influyen sobre el compor-tamiento social del individuo y sobre la elección de pareja, pueden modificar la memoria, el aprendizaje, el estado de ansiedad y el depresivo.

Toda nuestra piel se encuentra recu-bierta por estas bacterias, pero donde más se acumulan es en el intestino. Co-mo si de una gran megalópolis de micro-organismos se tratara, varios millones de ellos viven en el cálido y confortable interior de nuestro tubo digestivo.

Bacterias que enamoran

“Cada vez hay más evidencias de que la microbiota está implicada en ciertas conductas sociales como, por ejemplo, el reconocimiento de parentesco y el com-portamiento reproductivo”, explica a Sinc la investigadora de la Universidad de Liverpool (UK) Zenobia Lewis.

Sus estudios con moscas revelan hasta qué punto los microorganismos intestinales pueden influir en la elección de pareja. La mosca es capaz de identifi-car miembros de su familia por la compo-sición de su flora y así evitar la endoga-mia. “En los insectos, este efecto de la microbiota intestinal parece estar relacio-nado con la producción de feromonas. Lo que se come afecta las bacterias del estómago y, por tanto, al olor del hospe-dador. Para muchos animales, el olor es clave a la hora de decidir aparearse con otro individuo”, explica Lewis.

En definitiva, una mosca solo aceptará reproducirse con otra si su microbiota ex-hala el olor adecuado.

Este fenómeno no es exclusivo de insectos. Otros estudios han demostrado efectos similares en primates. Según Le-wis, “ni siquiera los humanos parecen ser inmunes a los efectos de la micro-biota. ¡Se sospecha que las bacterias de nuestras axilas influyen a la hora de elegir compañero de cama!”.

Las consecuencias de elegir la pareja sexual dependiendo qué microorganis-mos vivan dentro de él pueden, a largo plazo, determinar el curso de la evolu-ción, propiciando la aparición de varias especies donde antes solo había una.

El grupo del investigador Pacheco Ló-pez, en la Universidad Autónoma Metro-politana de México, también estudia có-mo los microorganismos que se alojan en las tripas pueden modificar el com-portamiento social. Él opina que se de-bería considerar al ser humano como un organismo complejo, que no puede actuar de manera independiente de sus compañeros más próximos.

Dime qué bacterias tienes y te diré quién eres

Que las bacterias desempeñen un pa-pel a la hora de elegir con quién tener descendencia ya es bastante sorpren-dente. Pero, además, envían señales al cerebro que pueden modular los niveles de ansiedad, el humor, el aprendizaje o el dolor que siente el hospedador. Tam-bién se las ha relacionado con enfermedades como el autismo o la esclerosis múltiple.

“Hay evidencias –asegu-ra Lewis- de que las bacte-rias del intestino influyen en la memoria y el compor-tamiento en ratones. Ade-más, se ha visto que la mi-crobiota está implicada en los niveles de ansiedad”.

Algunos estudios de-muestran que la respuesta al estrés en ratones que se han criado totalmente li-bres de microorganismos es anormalmente alta. Es-tos animales rinden peor en pruebas de memoria senci-llas.

Otra manera de investi-gar el efecto de estos hués-pedes del tubo digestivo es colonizar roedores posee-dores de una cepa con la microbiota propia de otra. Para ello, se extraen las bacterias de las heces de un donante y se introducen en un receptor. El resulta-do es que el comportamiento del ratón cambia y se vuelve similar al del donante.

El cerebro y la microbiota se cartean

Pero no hace falta un trasplante de he-ces para modificar la microbiota del intestino. Los probióticos son turistas bacterianos: organismos vivos que se administran desde el exterior y que pue-den producir un beneficio para el hospe-dador. Si se conociesen las especies bacterianas adecuadas, sería posible ad-ministrar cócteles de probióticos para mejorar el estado de ánimo y el estrés en personas con ciertas patologías.

Es más, la manera más sencilla de modificar la población de bacterias es la alimentación. Desde la niñez, la dieta que sigamos puede favorecer el creci-miento de unos u otros microorganismos.

Así, esta legión de pequeños hués-pedes se está colocando en el punto de mira para el desarrollo de terapias contra enfermedades neuropsicológicas. Pero, aunque cada vez está más claro que las condiciones del cerebro pueden ser modi-ficadas al modular la microbiota intestinal, como indica el investigador John Cryan, de la Universidad de Cork (Irlanda), “que esto dé lugar a terapias basadas en microorga-nismos aún es solo una posibilidad tenta-dora que merece la pena investigar”.

Los mensajes de los microorganismos llegan al cerebro a través de moléculas que activan el nervio vago (que lleva infor-mación de nuestros órganos internos al cerebro) o actúan sobre el sistema inmuni-tario. Ambos canales sirven para trasladar la información al sistema nervioso central.

Y esta mensajería es correspondida. Desde el cerebro también se envía infor-mación que modifica la composición de la microbiota. Situaciones estresantes en la niñez pueden variar el microbioma de por vida, así como en un adulto el estrés cró-nico. Por ejemplo, un ratón que ha sido separado de su madre tres horas diarias durante los primeros doce días de vida tiene una microbiota diferente que uno que no ha sufrido este trauma.

Mariposas en el estómago

Pero lo cierto es que no es de extrañar que haya una comunicación continua entre los intestinos y el cerebro, al igual que muchas sensaciones o estados mentales se reflejan en nuestras tripas. Sentimos mariposas en el estómago cuando nos enamoramos, se nos cierra si estamos nerviosos y, a veces, toca hacer de tripas corazón para tomar la decisión adecuada.

Los sentimientos se reflejan en el tubo digestivo, y viceversa: su estado se refleja en nuestro ánimo. Porque en el intestino hay una red de varios cientos de millones de neuronas que actúan de manera inde-pendiente del cerebro. Este entramado de células nerviosas intestinales está en con-tacto íntimo con la mayor población de microorganismos del cuerpo humano, unos 100 billones de bacterias, y se le ha llegado a llamar ‘el segundo cerebro’. (AGENCIA SINC).

Julia García López es comunicadora científica, biotecnóloga, viajera empeder-nida y colaboradora de SINC.

ARGENPRESS.info

 
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