Andreas Lubitz y su afición por volar



Andreas Lubitz, mientras participa en una carrera durante el Aerportrace en Hamburgo, en 2009.

Sisteron (Francia).- Andreas Lubitz, el copiloto del A320 de Germanwings que el pasado martes cubría la línea entre Barcelona y Düsseldorf, nutrió su pasión por los aires cuando era un niño a apenas a 35 kilómetros del lugar en el que se estrelló el pasado martes, según la Justicia, de forma aparentemente deliberada.

Esa es la distancia que separa el macizo de los “Trois Évêches”, donde se chocó el aparato, del aeródromo de Sisteron, donde el padre de Lubitz iba con la familia en verano para dar rienda suelta a su afición por el vuelo sin motor.

Andreas era un niño y no podía montar en los planeadores, pero algunos habituales del aeródromo lo recuerdan mirando al cielo, siguiendo con los ojos fijos los silenciosos planeos de las ligeras avionetas.

No hay ningún registro de su paso por la escuela de pilotaje que hay en el aeródromo, pero los archivos comienzan en 2003.

“Hay gente que lo recuerda”, afirma a Efe Jean-Pierre Revolat, un piloto del Ejército del Aire jubilado que trabaja como instructor en Sisteron.

“Formaba parte del grupo de niños que venían a ver los vuelos”, dice otro habitual del aeródromo que prefiere mantener su nombre en el anonimato “para no ser asediado por los medios”.

Los Lubitz veranearon en el cámping de Sisteron entre 1996 y 2003. En los últimos años, Andreas ya tenía edad para montar en los aparatos.

“Si siguió una instrucción aquí es muy probable que sobrevolara el lugar del accidente. Es el trayecto habitual, lo que llamamos el ‘camino del soldado’, por su dificultad, pero también por su belleza”, relata Revolat, que muestra orgulloso los aparatos que usan para enseñar ese deporte.

El perfil psicológico que la prensa alemana pinta de Andreas Lubitz lo describe como un apasionado de los vuelos, casi un obseso.

También se conocían sus estancias en los Alpes. El aeródromo de Sisteron es el nexo de unión entre ambas pasiones.

Revolat abre bien los ojos y sube las cejas cuando se le pregunta si pudo estrellar de forma deliberada el avión en ese punto, si sabía que estaba sobrevolando el lugar donde se aficionó a volar.

“Son muchas casualidades, pero yo no soy quién para responder a esa pregunta. Lo que es seguro es que, a 10.000 metros de altura, todo piloto sabe cuándo sobrevuela los Alpes”, dice.

Tampoco hay rastros, más allá de la memoria de los más viejos del lugar, de que el aeródromo de Sisteron estuviera hermanado con el de Montabaur, donde residía Lubitz.

“Las relaciones siempre han sido muy buenas”, afirma Pierre Delhay, fundador del aeródromo francés en la década de 1980, pero que no estaba al frente del mismo cuando los Lubitz pasaron por allí.

Delhay habla pausado con Efe, casi con miedo. No los recuerda, pero no le sorprende que fueran: “Por aquí pasan miles de alemanes. Cuando allí son vacaciones aquí se habla alemán”, dice.

Revolat confirma: “En Alemania no pueden hacer vuelo sin motor en estas circunstancias. Lo que encuentran aquí es muy particular”.

Miles de aficionados a ese deporte llegan cada año en masa a la región, muy apreciada por su relieve, que permite jalonar las laderas alpinas con los planeadores. Su particular orografía protege al cielo de las nubes.

“Aquí casi todos los días hace sol”, asegura Revolat.

 
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