Gesto de infinita bondad se escribió con sangre



“Flagrum” chicote de cuero trenzado.

No existe en la historia de la humanidad, un amor tan grande como aquel que fue demostrado por el Salvador, y este gesto de infinita bondad se escribió con sangre. Serían como las ocho de la noche, cuando junto a sus discípulos, Jesús compartió el pan y el vino. Salieron al huerto de Getsemaní para orar y les dijo: “Mi hora ha llegado, velad y orad para que no entréis en tentación. El autor del Libro de Lucas, quien era médico de profe-sión, describe con detalle los procesos y efectos psicosomáticos que ocurrieron en el organismo del Salvador.

Lucas 22:44, indica: “Sabiendo la cercanía de la hora final, oraba intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.” Este fenómeno, muestra un sufrimiento intenso de carácter psicológico, debido a la alta tensión nerviosa hace que aumente el torrente sanguíneo que rompe los capilares y salen del rostro de Jesús grandes gotas de agua mezcladas con sangre. La terminología médica denomina a este fenómeno como “hematidrosis”.

Luego de la tercera oración, Jesús se levantó y halló a sus discípulos durmiendo, siendo ésta una causa más de su aflicción, llegó la turba para prenderlo y procedieron a escarnecerlo con burlas, golpes, azotes, arrastrándolo de aquí para allá desde el palacio al tribunal. Jesús vivió toda la noche hasta la madrugada todo un tormento, dos veces ante el Sanedrín, dos veces ante Pilato, quien mandó a azotarlo cuarenta veces menos uno, con el “flagrum”, un chicote de cuero trenzado en cuyas puntas estaban incrustadas bolitas de plomo que causaban profundas heridas hasta provocar una neurolisis y miolisis, una especie de parálisis tanto en los nervios y músculos en el cuerpo del Redentor.

Estando frente a Herodes, éste le cubrió la espalda desnuda con un manto real. El libro de Marcos menciona que le dieron de puñetazos y bofetadas, golpes que inmediatamente amorataron el rostro de Jesús, causándole graves “hematomas”. La pérdida de sangre, empezó a causarle anemia aguda que debilitó sus fuerzas a la hora de cargar la cruz. La “pericarditis” o inflamación de los músculos de su corazón se halla-ban afectados debido al enorme esfuerzo tanto físico como mental por las agresiones que iba sufriendo.

Una vez condenado a morir curcifica-do, fue objeto de ofensas, y golpeado con varas sobre la cabeza que llevaba la corona de espinas, hecho que provo-có nuevamente el desgarramiento del torrente sanguíneo para luego bañar el rostro del Salvador completamente en sangre. Así fue obligado a cargar la pesada cruz, entre sollozos de las hijas de Jerusalén, a quienes al detenerse les dijo: “mujeres de Jerusalén, ¿por qué lloráis? No lloren por mi, llorad por vuestros hijos y las mujeres rompieron en llanto ante la burla y escarnio del populacho.

Como a las nueve de la mañana fue crucificado bajo un sol candente que le provocó una “hipertermia” o fiebre alta, momento en que pidió agua para beber, le alcanzaron vinagre, que no bebió. A medio día se oscureció, hubo un terre-moto y mucho viento, hecho que le pro-vocó una hipotermia que hacía temblar el cuerpo del Salvador por los escalo-fríos. En medio de tantos sufrimientos, Cristo ofreció su última oración: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.

Hoy nos hacemos merecedores del perdón de nuestros pecados, por la vida, pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo.

Prof. Samuel Mamani Maquera

 
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