“Sin un amor no hay salvación”

Víctor Hugo Rodríguez Tórrez

El título es un verso musical del maestro Alfredo Gil.

En agosto de 1915, en Puebla, México, primera etapa de la Revolución triunfante, llegaba al mundo un genio destinado a sublimar los sentimientos de los seres embrujados por las odas del bolero inmortal. En aquel vaporoso celaje –décadas 40 y 50- fue personificada una época romántica del amor juramentado entre hombres y mujeres. El mundo la identificaría como “época de oro” de los corazones enamorados.

Era el prometedor maestro Alfredo Bojalil Gil, “el güero” (1915-1999), el transformador como “puritita” mexicana de la histórica guitarra española traída a América, punteada con asombrosa digitación. Sus florituras introductoras en sinfín de boleros cantados, preeminentemente de su autoría (“Un siglo de ausencia”, “Ya es muy tarde”, “Caminemos”, “Sin un amor”, “Mi último fracaso”, entre una treintena), eran sello peculiar de un conjunto sin par, cuyas delicadas voces en singular combinación con las guitarras, trashumaron su escala musical difundida como “Trío Los Panchos”.

Iconos de la canción, abrevaron sensuales inspiraciones a partir de la belleza, valores, cualidades y atributos de la mujer -Musa y Parnaso imprescindibles-, entonces candorosas noviecitas y que transcurrido el tiempo depararon en las apacibles abuelas de hoy. Los tres maravillaron en el mágico talante de aquella época sin retorno. Transfiguraron emociones y remembranzas en dulces evocaciones y que el destino atesora en su reconditez. También le cantaron “al amor afortunado y a la ilusión sin fortuna”; a la tierra nativa, a la naturaleza, a Dios.

El maestro Gil y compañeros de ruta, Hernando Avilés Negrón, Juan Antonio “Johnny” Albino García, Enrique Cáceres Méndez, ya extintos; Julio Rodríguez Reyes y Rafael Basurto Lara, todas predilectas primeras voces, catapultaron al amor como íntima canción más allá de sus cuatro letras. Y en ello resalta esmeradamente otro gigante del bolero en América y el orbe, nuestro compatriota Raúl Shaw Boutier (1923-2003), a quien, en 1951, vinieron a buscarlo aquí en La Paz, el exquisito poeta José “Chucho” Navarro (1914-1993, quien bautizó a Shaw con su apellido materno Moreno, “para que sonara más pancho y latino”) y el propio Alfredo Gil. Quedó incorporado en el célebre conjunto como resonante primera voz, enraizando el bolero en los corazones fundidos en el amor, sinónimo de sacrificio y renunciamiento.

Aquel trío apareció en Nueva York en 1944. Durante décadas arrobó a los públicos del mundo. Hoy es grato y lejano recuerdo. Experimentaron traspiés propios del transitar en la vida no exenta de vicisitudes, ingratitudes y hasta mendrugos de olvido. Empero, cual perfume embriagador, impuso su canto.

A 70 años de aquel mítico y cálido inicio, valga esta recordación a quienes, con sus versos, madrigales y rondeles, propulsaron el sino matrimonial en México, América y España.

En el centenario natal del maestro Alfredo Gil, fundador y requinto maravilloso, quien filigranaba prodigios en su guitarra, sea propicio retrotraer a Los Panchos, con definiciones como “La Trilogía Perfecta de América”, pronunciada por el referente de la crema de la intelectualidad madrileña, Alejandro Casona. Aquellos bardos peregrinos del verbo sentimental, vibraban sus instrumentos con el alma, entregando la nobleza del corazón en sus acopladas voces.

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