Historia

Fin de la Unión Soviética: alertas tempranas

Jorge Gómez Barata


Lenin, fundador del Estado soviético.
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Gravemente enfermo después de tres eventos neurológicos sucesivos, Lenin asumió que el camino escogido por la Revolución Bolchevique era inviable y en un dramático esfuerzo, dictando frases sueltas a su mujer y su secretaria, trató de impulsar la primera reforma integral del socialismo soviético.

En 1923, cuando apenas habían transcurrido seis años desde el triunfo bolchevique, con la devastadora herencia de la Primera Guerra Mundial y la Guerra Civil a la vista, Lenin se percató de algunos de los peligros y de las deformaciones que setenta años después darían al traste con la Unión Soviética.

Encandilados por el sensacionalismo que rodeó las revelaciones acerca del testamento de Lenin, los observadores de entonces y después soslayaron otros esfuerzos del líder bolchevique para detener una debacle que pudo anticipar pero no impedir.

Aunque en sus notas testamentarias, por distintas razones el jefe bolchevique descalificó para sustituirlo no sólo a Sta-lin y Trotski, sino también a Nicolás Bujarin, Grigori Zinóviev, Liev Kamenev, Georgi Piatakov*, y con ellos a prácticamente todo el Buró Político, quiso asegurarse de que aún, cuando alguno de ellos se hicieran con el poder, el partido fuera capaz de neutralizar sus ambiciones y corregir sus desviaciones.

Espantado por la pugna por el poder, por la ruina del país y por las dimensiones adquiridas por la burocracia y la ineficacia de las instituciones básicas del sistema político (el partido y los soviets), a fines de 1923, desde su lecho de muerte, Lenin se ocupó de varios mega pro-yectos que proponía fueran ventilados en el XII Congreso del Partido, con los cuales creía poder salvar la Revolución. Es-tos fueron:

- Ampliación del Comité Central.

- Restructuración de la Inspección Obrero Campesina y la Comisión de Control.

- Reformas para dar carácter legislativo a las decisiones del GOSPLAN.

Confiando en la capacidad del partido que él había fundado, el máximo líder bolchevique concibió una maniobra en la cual personalmente no podía participar y que consistía en ampliar hasta 100 o 150 los miembros del Comité Central, entonces integrado por 50 personas dispersas en una geografía de 22 millones de kilómetros cuadrados y que había dejado al partido a merced de Stalin y Trotski.

Impedido de participar personalmente en la ampliación recomendada y consciente de que aquel crecimiento podía ser manipulado, pidió que todos los promovidos fueran obreros, mas no obreros cualquiera. “…Los obreros que pasen a formar parte del CC —recomendó— deben ser preferentemente, no de los que han actuado largo tiempo en las organi-zaciones soviéticas…porque en ellos han arraigado ya ciertas tradiciones y ciertos prejuicios con los que es desea-ble precisamente luchar…”

De ese modo Lenin rechazó la idea de que el Comité Central creciera con “cuadros” y con aparachits, sino que aposta-ba a una operación que, al ampliar de una vez el número de miembros del órgano dirigente con militantes de base que no formaban parte de las fracciones en pugna, paralizaría las maniobras y componendas en curso. La idea era impecable, lástima que no pudiera llevarla a cabo.

Otro de los proyectos de esta reforma, dictados desde el lecho de muerte era la restructuración del órgano de Inspección Obrero Campesina.

La Inspección Obrero Campesina, así como la Comisión de Control Interno del Partido eran organismos surgidos en los primeros tiempos de la Revolución, pero como todas las instituciones bolchevi-ques, estaban afectadas por los males que aquejaban al resto de las entidades.

En esta etapa Lenin concebía el órga-no de Inspección no como un elemento de la dirección estatal o política, sino co-mo un ente social, habilitado para ejercer una especie de control popular del poder, incluso de los órganos políticos. El pro-blema entonces y después era cómo ha-cerlo.

La única opción entonces a su alcance era confiar en los obreros rusos, particu-larmente en sus elites de vanguardia pa-ra encarar la enorme tarea de controlar la institucionalidad del sistema político creado por los bolcheviques, confrontan-do nada menos que a sus principales figuras.

“Primero —sostenía Lenin —, hay que recurrir a los obreros de avanzada y a “los elementos realmente esclareci-dos”... “Los elementos realmente clare-cidos” deben tener las siguientes carac-terísticas: primero, no creer ni una pala-bra al pie de la letra; segundo, no decir ni una palabra en contra de su conciencia (en política, la conciencia no se anula, como algunos piensan); tercero, no te-mer decir la verdad ante ninguna dificul-tad, y cuarto, no temer a ninguna lucha para lograr el objetivo que uno se ha planteado seriamente…”

Otro de los temas tratados en su lecho de enfermo y que debieron integrar su verdadero testamento era decisivo: “…También pienso proponer al Congreso —escribió —que, dentro de ciertas con-diciones, se dé carácter legislativo a las decisiones del Gosplán…”

Aunque pudo haber añadido otros ejemplos, Lenin mencionó sólo al pode-roso GOSPLAN, entonces (y después) una especie de súper ministerio con poderes extraordinarios en la economía, las finanzas, el comercio exterior y la banca central que, de hecho manejaba la economía nacional, trazando estrategias y tomando decisiones que correspondían al Comité Central y a los Soviets.

Al endosar esa iniciativa, el líder enfer-mo pretendía salir al paso a una grave deformación institucional presente en to-da la ejecutoria de la Unión Soviética y los países del socialismo real y que con-siste en una usurpación de funciones por parte de los órganos administrativos y de los aparatos burocráticos (estatales y partidistas) respecto a la toma de deci-siones, que por sus implicaciones para la sociedad, la Nación y la Revolución co-rrespondían a las instituciones básicas (electas) del sistema político.

Al proponer introducir el estilo parla-mentario en el GOSPLAN, Lenin no se refería a los rituales versallescos de los parlamentos burgueses ni a los ejerci-cios ceremoniales característicos del socialismo real, sino a las esencias de la dirección colectiva y de las decisiones co-legiadas entre los representantes electos por el pueblo.

En la medida en que los funcionarios designados asumían desmesurados pode-res, en la sociedad soviética se producía un doble efecto: se encumbraba a indivi-duos que al manejar las palancas de la economía y las finanzas disponían de un poder real y se producía un vaciado de las atribuciones y los poderes de las institucio-nes regulares del poder revolucionario.

Afortunadamente los textos y la corres-pondencia de entonces están disponibles para probar que la Nueva Política Econó-mica, la ampliación del Comité Central y la reestructuración de la Inspección Obrera Campesina y otras propuestas, no eran medidas aisladas sino que formaban parte del conjunto de una reforma capaz de re-lanzar y salvar a la Revolución.

“Así —escribió entonces— es como vinculo en mi pensamiento el plan general de nuestro trabajo, de nuestra política, de nuestra táctica, de nuestra estrategia, con las tareas de la Inspección Obrera y Cam-pesina…”

Enfermo y frustrado, aislado de sus compañeros y del partido, el artífice de la más grande Revolución del siglo XX y del más ambicioso proyecto político concebido por ser humano alguno, Lenin libró su últi-ma batalla en la cual fue derrotado.

Stalin y Trotski no fueron los vencedores de Lenin; fue la adversidad, que es tam-bién un factor en el desarrollo histórico. Las consecuencias están a la vista. Allá nos vemos.

*De los seis nombres mencionados por Lenin en su testamento, Stalin liquidó a cinco de ellos: hizo asesinar a Trotski y fusilar a Bujarin, Zinóviev, Kamenev y a Georgi Piatakov.

ARGENPRESS.info

 
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