[Carlos G. Maldonado]

Apología de la violencia


El cineasta y activista sindical mexicano Paco Ignacio Taibo II anunció la filmación del documental Ernesto “Che” Guevara, con el fin de recrear la vida e historia del conocido guerrillero, cuyo periplo contemplará, según afirma, las ciudades de La Paz y Santa Cruz, como parte de su recorrido.

En su visita por nuestra capital, hizo ligeras entrevistas y pláticas con personajes conocidos del ámbito político y social, cada uno con mirada propia sobre el acreditado “icono de la subversión”.

“Lo que no podemos hacer”, afirma el patrocinador, es “convertir al Che en un símbolo de carácter religioso o en una doctrina”. Aseveró, luego de las entrevistas, “a los ortodoxos, por ejemplo, no les va a gustar mi documental, y me alegro. A los que piensan que este continente no requiere una revolución profunda, tampoco les va a gustar, porque el documental va a decir que el Che tenía razón: una sola América Latina”, aseguró el también escritor y novelista Paco Ignacio.

Pero no todo se trata de gustos o de sabores “light” post modernos para uso del marketing -lucrando con la efigie e imagen del “santo laico”-, hoy con ciudadanos y jóvenes pesimistas sobre su futuro, preocupados por sobrevivir e incapaces de desenmascarar la exacerbada intolerancia por vivir el momento, exaltando lo fabuloso, la figura aparente; apasionados por el místico símbolo de quien afirma que el mundo sólo ha progresado (según la funesta receta del médico guerrillero, refractario a su juramento hipocrático) “cuando se ha ejercido violencia sobre los demás y el apoyo contundente de una selectiva máquina de matar”. Ello lleva al convencimiento del dogma islámico de que quien le sale al paso, debe morir o desaparecer.

Lo cierto es que “una sola América Latina” ya fue proclamada en su momento por Simón Bolívar, Antonio José de Sucre, Andrés de Santa Cruz y otros patriotas, cuyas libertades de las que hoy disfrutamos, aun con sus fisuras y contradicciones, fueron conseguidas en combates regulares frente al imperialismo de la época. Pero no encubiertos en emboscadas, golpes de mano -por el dorso- premeditados y sin escrúpulos. Es decir que los patriotas actuaron de cara al enemigo; carentes además de todo apoyo externo, excepto el libre albedrío y bienquerencia de criollos y originarios.

Así, pues, como boliviano “ortodoxo”, con total “fervor” por nuestra historia, nuestro ánimo no apunta a desvirtuar las desventuras y correrías del guerrillero; por el contrario, si el filme refleja la verdad histórica (no tergiversada) y nos persuade de que aquella invasión armada no fue encubierta, siendo un inofensivo capítulo que la memoria de nuestro país pueda olvidar y perdonar, claro que nos va a “gustar”. Si nos convence también de que la infiltración no fue ejecutada en un país libre y al amparo de irrestrictas libertades constitucionales, muy caras a los bolivianos, buscando, por ejemplo, tierras o libertad para el campesino y que el iconoclasta “personaje” brindaba mensajes de paz, concepciones místicas, ideales puros o libros, evitando finalmente encubrir su fracaso en “algodones verbales”, claro que nos va a “gustar”, porque definitivamente no albergamos odio, pero tampoco perdemos la memoria.

Inevitablemente, hieren nuestro recuerdo los 69 muertos, los huérfanos de compatriotas, soldados y oficiales bolivianos que salieron en defensa de su Patria e hicieron frente aquella impune ocupación, siendo asesinados cobarde y arteramente por quien se autodefinió como una “eficiente máquina de matar”, al que hoy lo recuerdan… pero con profundo dolor y coraje.

Ahora bien, en ese estado de cosas y frente a una Asamblea Legislativa inoperante; poderes públicos ciegos, sordos y mudos e imposibilitados de reaccionar ante una situación de emergencia nacional que comprometía nuestra soberanía y futuro del país, así como una prensa independiente amenazada y arrollada (como al presente), las fuerzas del orden fueron en busca del huidizo rebelde, con el final conocido.

La posterior guerrilla de Teoponte (herida aún no cicatrizada) fue patrocinada esta vez por jóvenes citadinos; munidos de guitarras y armamento inapropiado que, evocando cándidamente la figura del guerrillero, se convirtieron en patéticas e inermes víctimas, como nefasto resultado de aquel ejemplo, pero esta vez de la extrema violencia de Estado que, escarmentado por la anterior guerrilla, replicó con inusitada furia en contra el incauto movimiento.

Por ello, a los actuales cultores del uso de la fuerza es necesario asegurarles que el recurso de la violencia repugna a la conciencia de los bolivianos; les recordamos que la resistencia no violenta no sólo es un método moral, sino también eficaz. Citamos nombres que son admirados por millones de personas, cuyo ejemplo arrastra cada vez más gente, como Martín Luther King, Nelson Mandela y muchos otros.

En conclusiones, no se puede dejar de decir “no” a la violencia, ya que no existe una violencia buena y otra mala; una progresista o revolucionaria. Toda violencia que venga del Estado, subversiva, provocadora o “vengadora” de izquierda y derecha, en busca de “supremos objetivos”, arremete contra la vida del hombre y jamás puede servir a la causa de la justicia.

Es un contrasentido, pues, sugerirnos evocar la vida e historia de quien ha invadido armado y encubierto nuestra morada. Exaltar la violencia es deshonrar y envilecer nuestros valores.

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